jueves, 18 de enero de 2018

El legado familiar (Parte 2)

Una mujer avisa que falta poco para cerrar el féretro y comenzar el respectivo traslado hacia el cementerio de La Libertad. Con mi pequeña hija, damos un último vistazo. Sentí que lo lamentaría si no lo veía por última vez... Así, por breves segundos, para que prevalezca la imagen del hombre aguerrido y alegre que siempre tuve de él.
En esos instantes, repasé una frase que compartió el tío Marcos, una que le quedó grabada de su progenitor: "Todo hombre tiene su precio pero procura que el tuyo sea tan alto que nadie sea capaz de pagarlo".
Por eso tu partida es incuantificable”, pensé. Cuántas frases y anécdotas repartidas entre sus 4 hijos y 12 nietos... La trascendencia de mi papi Marcos es palpable en la esencia de la familia, la Zambranada -como la bautizó-... Cuánta sabiduría impartida... Cuánta sabiduría por compartir.
Entonces salí para encontrar a mi madre. Ya afuera de la casa de mi tía Noralma, mi esposa sugirió que fuera a ayudar con el traslado del féretro. Accedí pero llegando a él me sentí pequeño entre las moles de los sobrinos de mi abuelo y mi hermano menor. ¿Cuál podría ser mi aporte en la tarea? ¿Apoyo moral, quizás?
Aún así, seguí de cerca a la caja con la leve esperanza de ser útil en algún momento. Aquello no ocurrió pues, pese a que relevé a otro de la carga en tres ocasiones durante el kilómetro y medio de trayecto, mi hombro no dio la altura requerida y tras de que incrementaba el peso al resto, lo que yo recibía también resultaba difícil de llevar... Así me lo hizo saber el dolor que me quedó donde la clavícula se une con el acromión.
Hace casi 15 años tuve el mismo dolor, en el mismo punto, cuando llevé a mi mami Chabela al cementerio. Miren ustedes.
Llegando a la tumba, repaso si todos estaban presentes para que nada inicie si faltaba alguien de la Zambranada. Comprobado eso, alguien coloca los restos de la mami Chabela en el féretro y proceden a su inserción en aquella estructura de cemento, junto a los cientos de rosas -bueno, las que cupieron- que llegaron desde distintos puntos del país.
En todo ese proceso, el silencio fue absoluto. Para esta instancia, lo común es ver a los deudos desbaratados en llanto. Pero allí estábamos los Zambrano Castro, impávidos, con un hilo de tristeza en los rostros, mirando la inmisericorde caja que guardaba para la eternidad a quien fue una de las figuras más importantes de nuestras vidas.
Hasta hubo unas risas durante la iniciativa de mi prima Lorena de escribir en el cemento fresco el nombre de los dos recordados seres: Papi Marcos y Mami Chabela, con unos cuantos adornos dibujados como muestra de cariño.
Mi tío Marcos da una explicación del porqué lo más afectados resultaron ser los más tranquilos. Es una lección que aprendimos con el ejemplo del papi Marcos, de ser fuertes en la adversidad, de buscar el lado positivo aún donde parece que no lo hay. “Nunca he encontrado una respuesta en mis 62 años acerca del porqué mi papá tomó siempre la vida con tanto optimismo y de una cosa simple formar un concepto filosófico que era de vida”, dijo haciendo un esfuerzo para que su voz no se quebrara.
Damos las gracias y nos despedimos. No parecía que estábamos de luto...
Y es que todas las semillas de fortaleza plantadas por mi abuelo cayeron en tierra fértil.

martes, 16 de enero de 2018

El legado familiar (Parte 1)

Acaba de fallecer el papi Marcos”.
Por costumbre, bloqueo la señal del celular cuando estoy entrevistando para que la grabación no se corte por alguna llamada. Estaba en un astillero, cerca del río Guayas haciendo lo mío... Recogiendo historias.
Al devolver la señal a mi dispositivo, di prioridad a la lectura de los mensajes de Whatsapp del grupo donde todos los miembros de mi familia materna, los Zambrano, compartimos de todo un poco, desde chistes hasta debates políticos aunque esto último lo dejamos de hacer. Somos demasiado empecinados en nuestras posturas y evitamos herir cualquier susceptibilidad... Además, que el propósito del grupo, en palabras de mi prima Stef, es solo compartir contenido familiar como fotos e historias.
Seis palabras brillaron entre la pila de mensajes... Seis palabras que sentenciaban el desenlace para el cual nos preparamos los Zambrano por una semana. Mi abuelo, el único que me quedaba, Marcos Raúl Zambrano Pinoargote, falleció a sus 92 años tras una breve batalla con anomalías cardiovasculares.
Don Fausto, administrador del astillero, seguía hablándome mientras yo encontraba fuerzas para no desbaratarme en lágrimas ante él. Mis ojos llegaron a brillar en esa lucha interna pero no lo notó. “Sabe que mi tío llegó a vivir 100 años y 2 meses”, comentó. Con una mueca envidié la suerte que tuvo.
Saliendo del sitio, llamé a mi esposa para comentar la noticia y a mi madre para saber cómo estaba. Había que planear el viaje a La Libertad, mi segundo lugar natal después de Guayaquil, donde la familia de mi progenitora se formó... Allí, a pocos metros del mar donde pienso retirarme algún día.
Al día siguiente, emprendí el viaje. Noté que había llorado mucho menos que cuando perdí a mi mami Chabela, la esposa de mi abuelo, hacia exactamente 15 años y 2 días. No hallé explicación para mi pasividad.
Me dediqué a rebuscar en el baúl de mi memoria la primera enseñanza de mi abuelo, la primera de muchas... Y la primera fue precisamente esa, la de saber mantener la calma en un momento difícil. En una de las tantas caminatas en la playa del “Batallón Hormiga” -como mi papi Marcos llamó al grupo de nietos-, quien les narra fue arrastrado por una ola hacia una pequeña poza de agua salada. Empecé a patalear del susto, yo, una criatura de 7 años. Mi abuelo me pedía calma, yo no lo escuchaba hasta que gritó “¡Carajo, que te calmes!”. Yo me quedé paralizado, era la primera vez que me gritaba y con lisura incluida... Pero sirvió pues en el sosiego me di cuenta que podía flotar sin problemas y, siguiendo las directrices de mi abuelo, pude superar la situación nadando.
Tras casi dos horas y media de viaje, finalmente llegué a la casa de mi tía Noralma, la menor de las hijas de mi abuelo y quien lo acogió en sus últimos días. Saludo a todos, abrazando con más fuerza a mis tíos. Todo parecía eterno antes de ver el féretro.
Cuando llego hasta él, lo miro brevemente... No quería que prevaleciera el recuerdo de un cuerpo inerte sino el de la persona que luchó hasta su hora final, el hombre justo, el padre sabio, el abuelo carismático... El ser que deja una estela de valores que encantó a cientos, puede que a miles.
Entonces localizo a mi madre, a la que abrazo por más tiempo. Me presenta a sus amigos con la frase típica: “Es mi hijo, trabaja en El Telégrafo”... Ella, mi mejor asesora de imagen y relacionista pública.
Continuo mi camino hasta sentarme en un jardín. Aunque planeé sentarme a contar las horas en medio de mangueros y ciruelos hasta partir para el cementerio, di vueltas por la casa de mi tía hasta encontrar a mis hermanos y conversar con ellos como pocas veces, recordando anécdotas del papi Marcos.
Casi una hora antes de la partida, se realizó un culto evangélico para dar gracias porque mi abuelo había decidido 'entregar su vida al Señor' antes de morir. Mis tíos: Marina, Noralma y Marcos, en ese orden, dedicaron unas palabras a la memoria de su padre. Mi tío Marcos dio un discurso muy emotivo y aunque se había propuesto no llorar, su voz se quebró desde el inicio por la tristeza.
Recordó varias frases de su progenitor... De hecho, las estaba compilando para la ocasión. Yo le compartí una que se grabó en mármol dentro de mi memoria, en 1997: "Acudes al poder de los golpes cuando has perdido poder en tus palabras". 

Es una máxima que procuro aplicar cada día de mi vida, defender mis argumentos desde la lengua y no los puños.