Con cada persona que lo conoció aprendo un nuevo principio. El más reciente, que los padres acuden recurrentemente a un solo hijo porque lo ven como el más competente, no porque exista un afán de fastidiar. Me la contó un amigo que apenas lo vio una vez hace casi 18 años.
Yo
aprendí algo parecido. “Que te quede claro que jamás te voy a
pedir algo que sé que no puedes hacer”, lo dijo mi abuelo en el
primer “no puedo” que afirmé delante de él.
En
el tiempo que compartí con él durante mi afán de graduarme como
bachiller, mi evolución fue vertiginosa. Tan
así que mi papi Marcos se sentía orgulloso de semejante obra. “Te
dejo bien calibrado para el trabajo”, me dijo poco antes de
regresarme a Guayaquil.
Pero
hay otra frase de él que da vueltas en mi cabeza. Una que jamás me
la dijo directamente, se la mencionó a mi madre... No fue una
enseñanza, más bien una opinión cuyas razones se las llevó,
literalmente, a
la tumba.
En
días recientes estoy trabajando en el rescate de mi matrimonio que,
entre los problemas de salud de mi esposa y míos, está
con severas laceraciones... Unas que difícilmente se borrarán de la
memoria. Nos llevaron al borde de una separación que aún prevalece
como alternativa.
Cómo
será de grave que hasta mis hermanos y mi madre ahora ven a mi
cónyuge como una amenaza, una que prefieren no ver dentro de sus
casas mientras les dure el enojo.
“No
eres como yo, yo soy bien rencorosa”, me dijo mi madre al escuchar
mis razones para seguir en la lucha. Desde luego, habla por propia
experiencia, por unas profundas heridas que le dejaron sus hermanos y
mi padre, en ese orden.
Apenas
transcurridos los hechos entre mi esposa y yo, mi mamá me confesó
algo. Una anécdota con su padre, mi papi Marcos... Una que lleva
casi 15 años guardada.
No
lo negaré. Desde el primer día en que presenté a
mi -entonces- enamorada noté algo peculiar en mi abuelo. No la trató
como al resto, con informalidad, con confianza... La trató como si
nunca la acabase de conocer, con recelo, con escama.
No
me interesó saber porqué, con el tiempo lo atribuí a su senilidad.
Tenía episodios de enojo hasta con su prole... Lo dejé pasar.
Y
no, no fue a mi matrimonio. Me atrevo a pensar que fui la excepción
en cuanto a las bodas de sus nietos se refiere.
Mi
mamá fue más curiosa, claro que notó la actitud de su padre pero
no se guardó la inquietud.
-¿Por
qué trata a Tania así?
Cuenta
mi madre que hubo una pequeña pausa.
-Ella
no es la mujer indicada para David.
Estupefacta,
mi progenitora insiste en saber porqué. “Yo sabré porqué lo digo”, le
contestó... Y con esa respuesta se dio por terminado el tema.
Me
quedo igual de absorto al escuchar la anécdota. Yo siempre he
respetado la opinión de mi abuelo pese a sus desaciertos -que desde
mi punto de vista fueron pocos- y, hasta ese momento, las había
entendido todas.
“¿Por
qué nunca me lo dijo?”, la primera de mis inquietudes. Seguro
respetó mi decisión aunque nunca, al parecer, se adhirió... Pero
ni eso me basta para dilucidar el porqué.
Tengo
mis hipótesis que van desde
las similitudes de Tania con mi abuela -esposa de mi papi Marcos-
hasta una pretensión de que se continuara la tarea que no completó,
de calibrar mi modo de vida.
Y
mucho temo que también me llevaré la inquietud hasta la tumba.
