Mi adolescente hija se inquietó al repasar unos escritos suyos de cuando tenía 8 años y le dio por escribir historias en un pequeño cuaderno que alterna letras y garabatos.
Un detalle del que siempre me preocupé es que mi niña alimentara su cultura general, sea leyendo un libro, viendo los noticiarios, documentales en audiovisuales, películas basadas en libros y hechos de la vida real…
Que no le faltara nada a esa pequeña esponjita curiosa, ávida de conocer el
mundo que le rodeaba.
Cuando quiso escribir algo que no fuera una tarea escolar, lo hizo a lo grande,
queriendo emular un poco a J. K. Rowling pero más a R. L. Stine. Admito que no
me preocupé en ese instante de las influencias, de eso me percaté en años
posteriores, identificando sus preferencias cinéfilas.
Es un recuerdo que atesoro: el día en que me enseñó el
borrador de su primera novela.
Era evidente que tenía mucho que aprender sobre redacción y
ortografía, situación que se solucionó recordándole que nunca dejara de leer.
La historia era de terror, con homicidio incluido, y con
protagonistas infantiles. No voy a negar que me quedé estupefacto porque algo
tan espeluznante saliera de esa cabecita con ojos grandes y tiernos.
Citando a un político mexicano convertido en meme, aquí les
pregunto, ¿qué hubieran hecho ustedes?
Si de algo tuve certeza en ese instante es que Dalia me
había superado pues nunca se me habría ocurrido escribir algo nacido de mi
imaginación a tan temprana edad. “Está muy lindo, hijita”, le dije a mi novel
cuentista de 8 años.
Regresamos a la niña convertida en adolescente y su inquietud.
“A los talentos se los cultiva, hijita. ¿Hubiese visto
correcto que en lugar de alentarla le hubiese dicho que es una trastornada por
lo que había escrito?”, le contesté. Igual se sonríe de sus ocurrencias
infantiles.
Yo me sonrío porque sé que hice lo correcto.
