
No es la primera vez que veo Click, una película producida y actuada por Adam Sandler, y tampoco dejé de emocionarme –entiéndase lagrimear- en las escenas donde Michael, el personaje central, se entera (o por o menos recuerda) de lo mucho que valen sus padres y la familia.
¿El mensaje? Según lo asimilé es que cada momento, por desesperante, estresante, amargo o innecesario que sea, tiene un alto valor y más todavía si se involucra a los seres queridos.
No dejé de sentirme como el más pequeño de los mortales cuando mi esposa me llamó la atención cuando vio el momento en que con una mano sostenía un juguete para entretener a Dalia, mi pequeña de casi 4 meses, y con la otra sostenía un control de Play Station –el único vicio que arrastro desde la adolescencia-, alternando la atención.
“Desde ya te digo que no me gustó la escena y ojalá te acuerdes de este día”, fue la sentencia. Como si fuese un “click” de ese control remoto universal de la película, me imaginé en unos cuantos años que tanto mi hija como mi esposa me restregaran este evento en cara.
Con algunos minutos más de reflexión, previo a ver Click, me sentí peor que al principio. Mi hija vale y valdrá más que todo lo que me rodea, y nada justifica que por unos minutos coloqué un tiempo valioso con ella en el mismo espacio que un entretenimiento frívolo.
Quizás fue sin mala intención… pero el tiempo no se recuperará.
Con este antecedente, la película me hizo trapo –emocionalmente hablando-. Nadie llega con un título de Buen Padre cuando asume la paternidad… empero, además de aprender en el camino, debo ser más cuidadoso en distribuir el tiempo y priorizar lo que se merece mi atención.
Es solo el comienzo… Y cada minuto lo haré mejor.
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