
Para sacar de la curiosidad a algunos. Nathaly Ivonne Samaniego Cárdenas, oriunda de Machala, nacida un 12 de agosto (Leo), última residencia conocida, Quito. Mejor conocida, para los amigos, como Nathy; y con más cariño, “iron”.
¿Qué me motivó a cultivar una linda amistad con ella? Puro atrevimiento, en un inicio, y por la certeza de que valía la pena. Ella es lo que dicen la hija putativa del matrimonio de una las hermanas de mi abuelo (tía Piedad) y fue tratada como de la familia… no recuerdo mucho de eso cuando la llevaban a las reuniones familiares de Nochebuena. Apenas si rememoro a una niña que pasaba pegada a mis tíos y no se relacionó con los primos Zambrano.
Por tanto, no supe nada de ella hasta inicios de 1997, cuando realizaba mi último año de estudios de bachillerato en La Libertad, en lo que hoy es la provincia de Santa Elena. Misteriosa y algo arisca, primera impresión mía. Reservada y desconfiada, la versión de ella. Lo cierto es que el hielo se rompió cuando coloqué algo de música para escuchar. “¿Te gusta ese grupo?” las primeras palabras que me dirigió.
No compartí mucho con ella en ese año… Incluso tuve ganas de intentar algo más que amistad pero creo que fue la emoción del momento. Era alguien nuevo en mi vida y era especial… y se perdió en la distancia por varios años.
2004. Aún no tenía experiencia en medios de comunicación y llevaba un año de enamorado con Tania. Un buen día supe que mi tío Rubén, esposo de mi tía Piedad, estaba en Guayaquil en el hospital del Seguro por enfermedad. Tras unas dos o tres semanas de permanencia, decidí visitarlo. Fue cuando la volví a ver… y vaya que había cambiado.
Naturalmente que de 14 a casi 22 años una mujer puede cambiar, físicamente, demasiado. Me movió el piso pero nada más, en ese momento estaba más interesado en la conversación que tenía con mi tío, la primera y última… nunca antes me había encariñado con una persona con solo un intercambio de palabras. “Cuando salga de aquí, te recomendaré para los medios de comunicación de Machala”, nunca supe por qué lo dijo. Falleció un día de agosto.
Durante el sepelio me percaté lo querido que era en la ciudad orense. Hubiese sido todo un reto trabajar lejos del ambiente que conocía… pensé. La partida de mi tío fue un golpe duro para Nathy. Puedo decir con certeza que lo era todo para ella.
Una llamada, un desliz. La única vez que fui infiel fue de palabra y vía telefónica. Una conexión que se hizo más fuerte entre Nathy y yo, algo que nos decía que nos demos una oportunidad. Mi error fue jugar con un sentimiento que no admite duda.
No soy de quienes sostengan dos relaciones por lo que tuve que elegir. Le conté el asunto a Tania y me dijo que lo único que le importaba es que sea feliz, no importa con quién. En ese instante yo elegí, y mi presente da fe del resultado.
Sin embargo, la situación representó un duro revés para mi amistad con Nathy… ella no quiso saber más de mí por un buen tiempo. La siguiente vez que la escuché fue casi como que nada hubiera pasado. Se retomó el lazo fraterno.
2006. Una época de tensiones con Tania. Su nuevo trabajo en El Telégrafo y mi manía de saber de ella todo el tiempo. La relación colapsó. “Necesito un tiempo”… como si no hubiera escuchado la frase antes. Se lo di… pero no me resigné al final de la historia. Necesitaba un consejo y apoyo del bueno. Gilda, mi prima hermana favorita, me dijo que no tratara de forzar el asunto, que a lo mejor la relación requería un respiro. Mucho optimismo, pensé, pero las palabras, a la larga, fueron útiles.
Como en ese instante no quedé satisfecho, necesitaba de otro punto de vista. Algo que se ajustara un poco más al hecho de tratar de seguir con mi vida sin pensar demasiado en el asunto. Requería alejarme del “cementerio de historias” que representaba mi propia casa. Plan B: viajar a Machala.
Nathy me hizo ver una película cuya trama y música principal todavía permanecen en mi pensamiento: Efecto mariposa. Una de las últimas escenas me sacó lágrimas. La primera vez que lloraba ante una amiga. Al darse cuenta, me recogió en su pecho para consolarme, casi como una madre.
No dudo que otras amigas hubiesen hecho lo mismo pero Nathy fue la primera de ellas. No acudí a su presencia para “sacar el clavo”. No aplico a esa política cuando el tiempo no se ha llevado todas las cenizas. “Tienes que aceptar tu realidad, lo que tenga que suceder, sucederá… mientras tienes aún mucho más en tu vida para ser feliz”, me dijo. No necesité de más consuelo.
Desde aquí, Nathy es más que una amistad común. Tuve que contar los antecedentes para que se entienda un poco el hecho de lo que representa ella para mí.
Actualmente, no sé mucho de ella. Casi tuvimos un encuentro pero eso… es historia aparte.
¿Qué me motivó a cultivar una linda amistad con ella? Puro atrevimiento, en un inicio, y por la certeza de que valía la pena. Ella es lo que dicen la hija putativa del matrimonio de una las hermanas de mi abuelo (tía Piedad) y fue tratada como de la familia… no recuerdo mucho de eso cuando la llevaban a las reuniones familiares de Nochebuena. Apenas si rememoro a una niña que pasaba pegada a mis tíos y no se relacionó con los primos Zambrano.
Por tanto, no supe nada de ella hasta inicios de 1997, cuando realizaba mi último año de estudios de bachillerato en La Libertad, en lo que hoy es la provincia de Santa Elena. Misteriosa y algo arisca, primera impresión mía. Reservada y desconfiada, la versión de ella. Lo cierto es que el hielo se rompió cuando coloqué algo de música para escuchar. “¿Te gusta ese grupo?” las primeras palabras que me dirigió.
No compartí mucho con ella en ese año… Incluso tuve ganas de intentar algo más que amistad pero creo que fue la emoción del momento. Era alguien nuevo en mi vida y era especial… y se perdió en la distancia por varios años.
2004. Aún no tenía experiencia en medios de comunicación y llevaba un año de enamorado con Tania. Un buen día supe que mi tío Rubén, esposo de mi tía Piedad, estaba en Guayaquil en el hospital del Seguro por enfermedad. Tras unas dos o tres semanas de permanencia, decidí visitarlo. Fue cuando la volví a ver… y vaya que había cambiado.
Naturalmente que de 14 a casi 22 años una mujer puede cambiar, físicamente, demasiado. Me movió el piso pero nada más, en ese momento estaba más interesado en la conversación que tenía con mi tío, la primera y última… nunca antes me había encariñado con una persona con solo un intercambio de palabras. “Cuando salga de aquí, te recomendaré para los medios de comunicación de Machala”, nunca supe por qué lo dijo. Falleció un día de agosto.
Durante el sepelio me percaté lo querido que era en la ciudad orense. Hubiese sido todo un reto trabajar lejos del ambiente que conocía… pensé. La partida de mi tío fue un golpe duro para Nathy. Puedo decir con certeza que lo era todo para ella.
Una llamada, un desliz. La única vez que fui infiel fue de palabra y vía telefónica. Una conexión que se hizo más fuerte entre Nathy y yo, algo que nos decía que nos demos una oportunidad. Mi error fue jugar con un sentimiento que no admite duda.
No soy de quienes sostengan dos relaciones por lo que tuve que elegir. Le conté el asunto a Tania y me dijo que lo único que le importaba es que sea feliz, no importa con quién. En ese instante yo elegí, y mi presente da fe del resultado.
Sin embargo, la situación representó un duro revés para mi amistad con Nathy… ella no quiso saber más de mí por un buen tiempo. La siguiente vez que la escuché fue casi como que nada hubiera pasado. Se retomó el lazo fraterno.
2006. Una época de tensiones con Tania. Su nuevo trabajo en El Telégrafo y mi manía de saber de ella todo el tiempo. La relación colapsó. “Necesito un tiempo”… como si no hubiera escuchado la frase antes. Se lo di… pero no me resigné al final de la historia. Necesitaba un consejo y apoyo del bueno. Gilda, mi prima hermana favorita, me dijo que no tratara de forzar el asunto, que a lo mejor la relación requería un respiro. Mucho optimismo, pensé, pero las palabras, a la larga, fueron útiles.
Como en ese instante no quedé satisfecho, necesitaba de otro punto de vista. Algo que se ajustara un poco más al hecho de tratar de seguir con mi vida sin pensar demasiado en el asunto. Requería alejarme del “cementerio de historias” que representaba mi propia casa. Plan B: viajar a Machala.
Nathy me hizo ver una película cuya trama y música principal todavía permanecen en mi pensamiento: Efecto mariposa. Una de las últimas escenas me sacó lágrimas. La primera vez que lloraba ante una amiga. Al darse cuenta, me recogió en su pecho para consolarme, casi como una madre.
No dudo que otras amigas hubiesen hecho lo mismo pero Nathy fue la primera de ellas. No acudí a su presencia para “sacar el clavo”. No aplico a esa política cuando el tiempo no se ha llevado todas las cenizas. “Tienes que aceptar tu realidad, lo que tenga que suceder, sucederá… mientras tienes aún mucho más en tu vida para ser feliz”, me dijo. No necesité de más consuelo.
Desde aquí, Nathy es más que una amistad común. Tuve que contar los antecedentes para que se entienda un poco el hecho de lo que representa ella para mí.
Actualmente, no sé mucho de ella. Casi tuvimos un encuentro pero eso… es historia aparte.
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