lunes, 18 de mayo de 2009

La pasión de una camiseta


Era un niño de 4 años, no conocía de futbol. Como a pocos, las actividades físicas no eran lo primero en mi lista para entretenerme. La primera vez que escuché de un campeonato nacional de este deporte, poco me interesó lo que la frase encerraba.
Por tanto, no sabía siquiera que mi padre era seguidor de uno de esos equipos hasta que le arruiné la salida a un estadio por una travesura mía. Llevaba una camiseta en tonos azules que quedó grabada en mi retina.
Me gustó. Aún sin saber detalles de este deporte, el color azul se convirtió en mi favorito. No sabría explicar las razones, sencillamente me gustan las prendas en este color y sus distintas tonalidades o combinaciones. Desde ese día.
Tres años después, un amigo se manifestó molesto por un álbum de revista Estadio, que enseñaba técnicas de fútbol, que al final contaba con las firmas de los jugadores que participaron de la publicación. “¿No te parece injusto que las firmas de los del EMELEC estén resaltadas?”.
Me interesó conocer más del asunto. El color. El uniforme. Desde luego que ambas cosas tuvieron toda mi atención. Me propuse ver un partido donde jugara este equipo. Mentiría si digo que me acuerdo lo que fue, contra quien jugaba. Lo cierto es que el interés fue en aumento.
Fue cuando le pregunté a mi padre si me podría llevar a ver un partido de futbol como regalo de cumpleaños. Desde luego que accedió. Oficialmente estaba siguiendo a EMELEC. En abril de 1984, me convertía en emelecista.
Por coincidencia, mi equipo cumplía 55 años. Casi al mismo tiempo, supe del Clásico del Astillero. Todos tenemos la necesidad de un rival, yo lo tenía en casa: mi hermano mayor es barcelonista… Viva la sana competencia.
Con el tiempo se convirtió en algo más que un color preferencial. Ser emelecista es mucho más que una camiseta azul eléctrico. Soy de aquellos que no gusta burlarse de la derrota de otros, pero reconozco que es inevitable hacerlo con los malos hinchas del bando contrario, de esos que dejan su persona y familia por un partido. Que EMELEC sea tu vida –o la mayor parte de ella- no significa que no hay cosas que también merecen atención
Tengo mi pasión por la piel de mi equipo, me alegro con sus victorias y me entristezco en sus derrotas. Pero siempre fiel, sin darle la espalda. Si no voy al estadio, no es por falta de interés sino que es cuestión de prioridades.
Hasta Dios estuvo de mi lado cuando inconscientemente aposté mi preferencia en un Clásico. El equipo comenzó perdiendo pero terminó ganando… con mi solemne promesa de no volver hacer apuestas y menos de futbol.
Mi equipo cumple su aniversario 80 y he podido conocer a través de los años que es más que un equipo de futbol. Es una institución deportiva sin par en el Ecuador. Tengo muchas razones para vestir mi corazón de azul en cada partido, cada vez que se habla de futbol, cada domingo cuando Guayaquil está de fiesta.
No hay como el “mi… mi… mi… millonaaaariooooo” cuando escucho que se marca un gol por la radio. Sabe a gloria si es en un Clásico del Astillero porque un gol a Barcelona solo es comparable con los goles que nos han dado campeonatos.
No sé si mi hija seguirá con el legado eléctrico… pero así como mi padre respetó, sin influir, la preferencia de mi hermano barcelonista –al punto de acompañarlo al Monumental como un amarillo más- respetaré su decisión. Después de todo, qué sería de un grande del deporte sin su rival de barrio.
Pero esa camiseta azul eléctrico, la que saca mis emociones futbolísticas, la del “Bombillo”, el “Ballet Azul”, los “Millonarios”, no me la saca nadie porque Dios quiso que la tuviera puesta.

lunes, 4 de mayo de 2009

Familia en entrenamiento



“Piensa que esta buena gente antes de educarnos a nosotros no educó nunca a nadie. Venimos a ser sus hijillos de Indias. ¿Qué vamos a hacerle?” le decía Mafalda a su pequeño hermano para tratar de ¿justificar? el estilo de sus padres frente a una actitud de su hijo. Encierra una verdad… ¿Alguna persona que tenga o haya tenido la tarea de educar a su prole me puede asegurar que lo sabían todo cuando ingresaron al club de los padres? ¿Bastaron los ejemplos, recomendaciones y valores familiares?
Es circunstancial. Todo estos preceptos, propios y ajenos, van aplicandose en el transcurso de esta difícil tarea. Tania y yo ya pasamos el primer nivel donde dejamos la paranoia atrás. Esa época en la cual nos preocupábamos hasta de un estornudo de Dalia… “Deberíamos llamar a la doctora”, creo que poco nos faltó para llamar a urgencias.
Hemos acoplado casi a la perfección las tareas del hogar para evitar un exceso de trabajo al otro. Aún necesitamos pincharnos el ánimo mutuamente para esto pero cada vez lo hacemos de forma más ágil.
Sin embargo, y pese a la manía –humana- de buscar la perfección nunca falta el descuidillo. El otro día salí de compras por unos pañales. Busqué la sección de los medianos y agarré un paquete. Lo llevé a casa y Tania los empezó a usar. De eso, ya cuatro días.
Desde el principio notamos que estaban más pequeños que los habituales y nos repetíamos el hecho de que en ocasiones la marca también determina el tamaño. Ayer, a mi esposa se le ocurrió revisar el paquete de ¡48! que compré… Eran de talla pequeña.
Yo los compré, ella los abrió… ninguno verificó. Por tanto el error, aunque en distinto nivel, fue de los dos. La perfección no existe pero ¿quién nos puede demandar por buscarla?
Así como en la vida profesional, sin importar la carrera que se escoja, el aprendizaje nunca termina y, por tanto, el entrenamiento tampoco. Cambia el nivel de experiencia, desde luego; existen los ejemplos, también, pero cada quien es responsable de su propia familia y los errores, que los hay en todo lugar y nivel, son únicos y propios.
Esto es lo que a la larga nos forma como padres. Como en colegio, nos damos el lujo de decir “Pasamos de curso”. ¿Pero qué tanto aprendimos?
Para eso están las pruebas que vendrán, cuando nuestros hijos en lugar de hacernos preguntas empiecen a dar respuestas.
Entonces sabremos si no se nos quedó nada en el camino del entrenamiento.