
Era un niño de 4 años, no conocía de futbol. Como a pocos, las actividades físicas no eran lo primero en mi lista para entretenerme. La primera vez que escuché de un campeonato nacional de este deporte, poco me interesó lo que la frase encerraba.
Por tanto, no sabía siquiera que mi padre era seguidor de uno de esos equipos hasta que le arruiné la salida a un estadio por una travesura mía. Llevaba una camiseta en tonos azules que quedó grabada en mi retina.
Me gustó. Aún sin saber detalles de este deporte, el color azul se convirtió en mi favorito. No sabría explicar las razones, sencillamente me gustan las prendas en este color y sus distintas tonalidades o combinaciones. Desde ese día.
Tres años después, un amigo se manifestó molesto por un álbum de revista Estadio, que enseñaba técnicas de fútbol, que al final contaba con las firmas de los jugadores que participaron de la publicación. “¿No te parece injusto que las firmas de los del EMELEC estén resaltadas?”.
Me interesó conocer más del asunto. El color. El uniforme. Desde luego que ambas cosas tuvieron toda mi atención. Me propuse ver un partido donde jugara este equipo. Mentiría si digo que me acuerdo lo que fue, contra quien jugaba. Lo cierto es que el interés fue en aumento.
Fue cuando le pregunté a mi padre si me podría llevar a ver un partido de futbol como regalo de cumpleaños. Desde luego que accedió. Oficialmente estaba siguiendo a EMELEC. En abril de 1984, me convertía en emelecista.
Por coincidencia, mi equipo cumplía 55 años. Casi al mismo tiempo, supe del Clásico del Astillero. Todos tenemos la necesidad de un rival, yo lo tenía en casa: mi hermano mayor es barcelonista… Viva la sana competencia.
Con el tiempo se convirtió en algo más que un color preferencial. Ser emelecista es mucho más que una camiseta azul eléctrico. Soy de aquellos que no gusta burlarse de la derrota de otros, pero reconozco que es inevitable hacerlo con los malos hinchas del bando contrario, de esos que dejan su persona y familia por un partido. Que EMELEC sea tu vida –o la mayor parte de ella- no significa que no hay cosas que también merecen atención
Tengo mi pasión por la piel de mi equipo, me alegro con sus victorias y me entristezco en sus derrotas. Pero siempre fiel, sin darle la espalda. Si no voy al estadio, no es por falta de interés sino que es cuestión de prioridades.
Hasta Dios estuvo de mi lado cuando inconscientemente aposté mi preferencia en un Clásico. El equipo comenzó perdiendo pero terminó ganando… con mi solemne promesa de no volver hacer apuestas y menos de futbol.
Mi equipo cumple su aniversario 80 y he podido conocer a través de los años que es más que un equipo de futbol. Es una institución deportiva sin par en el Ecuador. Tengo muchas razones para vestir mi corazón de azul en cada partido, cada vez que se habla de futbol, cada domingo cuando Guayaquil está de fiesta.
No hay como el “mi… mi… mi… millonaaaariooooo” cuando escucho que se marca un gol por la radio. Sabe a gloria si es en un Clásico del Astillero porque un gol a Barcelona solo es comparable con los goles que nos han dado campeonatos.
No sé si mi hija seguirá con el legado eléctrico… pero así como mi padre respetó, sin influir, la preferencia de mi hermano barcelonista –al punto de acompañarlo al Monumental como un amarillo más- respetaré su decisión. Después de todo, qué sería de un grande del deporte sin su rival de barrio.
Pero esa camiseta azul eléctrico, la que saca mis emociones futbolísticas, la del “Bombillo”, el “Ballet Azul”, los “Millonarios”, no me la saca nadie porque Dios quiso que la tuviera puesta.
Por tanto, no sabía siquiera que mi padre era seguidor de uno de esos equipos hasta que le arruiné la salida a un estadio por una travesura mía. Llevaba una camiseta en tonos azules que quedó grabada en mi retina.
Me gustó. Aún sin saber detalles de este deporte, el color azul se convirtió en mi favorito. No sabría explicar las razones, sencillamente me gustan las prendas en este color y sus distintas tonalidades o combinaciones. Desde ese día.
Tres años después, un amigo se manifestó molesto por un álbum de revista Estadio, que enseñaba técnicas de fútbol, que al final contaba con las firmas de los jugadores que participaron de la publicación. “¿No te parece injusto que las firmas de los del EMELEC estén resaltadas?”.
Me interesó conocer más del asunto. El color. El uniforme. Desde luego que ambas cosas tuvieron toda mi atención. Me propuse ver un partido donde jugara este equipo. Mentiría si digo que me acuerdo lo que fue, contra quien jugaba. Lo cierto es que el interés fue en aumento.
Fue cuando le pregunté a mi padre si me podría llevar a ver un partido de futbol como regalo de cumpleaños. Desde luego que accedió. Oficialmente estaba siguiendo a EMELEC. En abril de 1984, me convertía en emelecista.
Por coincidencia, mi equipo cumplía 55 años. Casi al mismo tiempo, supe del Clásico del Astillero. Todos tenemos la necesidad de un rival, yo lo tenía en casa: mi hermano mayor es barcelonista… Viva la sana competencia.
Con el tiempo se convirtió en algo más que un color preferencial. Ser emelecista es mucho más que una camiseta azul eléctrico. Soy de aquellos que no gusta burlarse de la derrota de otros, pero reconozco que es inevitable hacerlo con los malos hinchas del bando contrario, de esos que dejan su persona y familia por un partido. Que EMELEC sea tu vida –o la mayor parte de ella- no significa que no hay cosas que también merecen atención
Tengo mi pasión por la piel de mi equipo, me alegro con sus victorias y me entristezco en sus derrotas. Pero siempre fiel, sin darle la espalda. Si no voy al estadio, no es por falta de interés sino que es cuestión de prioridades.
Hasta Dios estuvo de mi lado cuando inconscientemente aposté mi preferencia en un Clásico. El equipo comenzó perdiendo pero terminó ganando… con mi solemne promesa de no volver hacer apuestas y menos de futbol.
Mi equipo cumple su aniversario 80 y he podido conocer a través de los años que es más que un equipo de futbol. Es una institución deportiva sin par en el Ecuador. Tengo muchas razones para vestir mi corazón de azul en cada partido, cada vez que se habla de futbol, cada domingo cuando Guayaquil está de fiesta.
No hay como el “mi… mi… mi… millonaaaariooooo” cuando escucho que se marca un gol por la radio. Sabe a gloria si es en un Clásico del Astillero porque un gol a Barcelona solo es comparable con los goles que nos han dado campeonatos.
No sé si mi hija seguirá con el legado eléctrico… pero así como mi padre respetó, sin influir, la preferencia de mi hermano barcelonista –al punto de acompañarlo al Monumental como un amarillo más- respetaré su decisión. Después de todo, qué sería de un grande del deporte sin su rival de barrio.
Pero esa camiseta azul eléctrico, la que saca mis emociones futbolísticas, la del “Bombillo”, el “Ballet Azul”, los “Millonarios”, no me la saca nadie porque Dios quiso que la tuviera puesta.
