lunes, 17 de mayo de 2010

El miedo no justifica los medios



Un día de compras con la familia. Esos sábados que se aprovechan para desconectarse de la casa y olvidarse por unas cuantas horas que hay obligaciones que cumplir en el hogar y trabajo.
Tratando de dar alcance a mi hija -quien a su año y medio de edad es muy impetuosa- en un centro comercial, me topo con una pequeña llorando y su madre. Dalia se queda viendo la escena, mientras yo escuchaba lo que la madre decía.
“Mira cómo la nena se te queda viendo porque lloras, y ella, más pequeña, no llora”.
Inevitablemente me acordé de una tira de Mafalda, en esa que la protagonista se topa con una escena similar a la mía y oyendo de un adulto casi la misma frase que escuché, más una conclusión: “Va a pensar que sos un llorón, ¿no es cierto, nena?”
“¡NO!”, la respuesta de Mafalda, “por suerte la nena tiene conciencia gremial”.
Qué ganas de responder a la desconocida que le hacía esa comparación a su hija.
Al día siguiente, una nueva píldora sobre cómo “educar” a los hijos. “Si no entienden, hay que pegarles”...
Desde mi propia situación, viví en más de una ocasión eso de las comparaciones y la violencia física. ¿Estos métodos han tenido relevancia en lo que he conseguido hasta ahora como esposo, padre o periodista?
¡NO!... Por suerte el esposo, padre y periodista tiene sensibilidad.
Por el contrario, no creo que los castigos por las malas calificaciones hayan cumplido su cometido. Si así hubiese sido, no habría existido la necesidad de repetirlo cada tres meses durante casi diez años.
Peor las comparaciones... como si todos tuviésemos la misma idiosincrasia, las mismas responsabilidades, los mismos talentos.
Hay mejores maneras de apelar y motivar la disciplina. No diré cuáles, no tengo intenciones de convertirme en baluarte de la paternidad. Mis métodos, como muchos, son susceptibles de mejora.
Sin embargo, dentro de lo citado, no creo en la violencia, física o verbal, como alternativa eficaz dentro de la tarea de impartir disciplina... o de demostrar “quién manda”.
Mi papi Marcos no tuvo necesidad de golpes o comparaciones para obtener respeto, por lo que creo en el poder de la palabra. Todos sus hijos son personas que se han superado en muchos aspectos.
¿Qué otros elementos se debe usar con los hijos? La respuesta es individualmente familiar. En el caso de mi abuelo materno, cuales hayan sido, el fin justificó los medios...
Y no los miedos.

domingo, 9 de mayo de 2010

Más alla del parto



¿Cuál sería el recuerdo más remoto que tengo de mi madre? Uno trágico, lamentablemente. Tendría cuatro años cuando se nos ocurrió, a mi hermano mayor y a mí, que jugar por el pasamanos del condominio donde crecimos era buena idea. Mi caída desde el segundo piso dejó a claras que no lo fue.
Por mucho tiempo soñé con esa caída... lo que rememoro después es que estaba en el hospital... y mi madre estaba allí.
Debo reconocer que no le hice fácil la tarea de criarme. Conmigo, dice ella, no tuvo dolores durante el parto. De hecho nací tan rápido que las enfermeras desearon que todos los alumbramientos fuesen como el mío... los dolores para mi madre, vinieron después.
Eso de la caída fue apenas un aperitivo -solo en cuanto a esas situaciones se refiere he contabilizado 3, la última a mis 20 años-. Los mayores dolores de cabeza se los di, durante mi infancia y adolescencia, por los estudios. Aunque el hecho de que entré a la escuela sabiendo leer le hizo intuir que tenía un coeficiente como pocos, fue precisamente ello lo que provocaba mi distracción durante clases.
Pese a eso, durante el sexto grado, me propuse revertir la situación por lo menos para salvar el promedio de primaria. Tengo presente la noche en que mi mamá llegó a la casa, con mi libreta de calificaciones en su mano, directo a darme un abrazo, con una enorme sonrisa, por las excelentes noticias que tenía entre sus dedos.
Si solo lo hubiera tomado como inspiración en la secundaria... de todas maneras algo se arrastró desde la escuela.
Pese a eso, mi mamá defendía ante todos que era inteligente. “Solo es vago para escribir”, decía. Pensar que con la escritura me gano ahora el pan de cada día.
Sus palabras a mi favor llegaron hasta el colegio donde estudié. Mi única riña en esos patios de secundaria, la provocó un buscapleitos que se metió con mi madre... nadie lo hace sin recibir una respuesta.
Durante la audiencia de los representantes de los involucrados, la otra progenitora aseguró que yo era el que seguramente provocó al otro. Mi madre solo tuvo que repasar cuándo, en los años de estudio, había tenido problemas de conducta -de hecho hasta diploma recibí por ello-. Al final la sanción fue para dos.
Después, hice cosas que sencillamente siento vergüenza en repasar. Todos en mi familia las conocen... una que otra amistad también. Pese a todo ello, mi mamá salió en mi defensa siempre...
“Mi hijo es periodista y trabaja en El Telégrafo”... Dice ahora hinchando el pecho frente a sus amigas y les ha asegurado incluso que llegué a editor. Le he dicho que hacerse cargo temporalmente de las páginas no me da esa atribución... pero igual lo hace.
Fue por el único que lloró cuando decidí abandonar el nido hace casi 3 años. Así me lo dijo antes de derramar lágrimas... llegó incluso a pedirme que viviera con ella y mi esposa.
Después, me convertí en su consejero. No todas las lágrimas fueron por mí -con buena o mala razón- y me halaga que me busque para ello.
Oficialmente desconozco lo que piensa sobre sus hijos -aunque cada uno lo intuye a su manera-. Cada uno le ha dado, en su medida, tanto satisfacciones como decepciones.
Pero lo que me quede de mis días no me alcanzará para mitigar tantos dolores y lágrimas.