La inquietud de mi
pequeña, inteligente y perspicaz hija me dejó reflexionando desde
anoche.
Ella no es ajena a
la realidad nacional. Por rutina tenemos ver las noticias desde muy
temprano antes de ir a la escuela y, por cuenta de ella, escucha a su
mamá -mi esposa- conducir un espacio informativo radial.
Operativos
policiales, enfrentamientos entre hinchas, problemas comunitarios...
Ella podría conversar de esos temas.
Desde luego, mi hija
ha tenido que ver los enfrentamientos verbales de conocidos
personajes políticos, situación que ayer pareció alcanzar su punto
más alto luego que las cifras del conteo oficial de las elecciones
para Presidente del Ecuador no coincidieran con las de reconocidas
encuestadoras.
Apenas se dieron los hechos, me tocó ver adoptar,
a mis amigos, familiares y compañeros del oficio, conductas
beligerantes, melancólicas y soberbias... Hasta incoherentes si tomo
en cuenta la contradicción entre el discurso mesurado y el
reaccionario, y el hecho de que se pongan a escoger publicaciones o
noticias que defiendan su postura al mismo tiempo invisibilizan las
que contradicen sus intereses.
No voy a negar que,
a ratos, he estado inmerso en más de una de esas actitudes.
Entonces repaso la
inquietud de mi pequeña y me pregunto: ¿Qué carajos estamos
haciendo? ¿Qué clase de ejemplos les estamos dando a las nuevas
generaciones? ¿Tenemos la certeza de que les enseñamos a defender
nuestras creencias y no que les mostramos que nuestras verdades son
las únicas que importan? ¿Que si consideramos que alguien está
equivocado es más práctico menospreciar su error en lugar de
respetar su opinión?
Desde que comenzó
esto de la segunda vuelta electoral, hasta familiares se han alejado
-o los he tenido que alejar- de mí. Llegaron a hacer bromas de mi
oficio tildándome de sesgado e insultado a mis compañeros de
trabajo.
Recientemente,
también tenido que ver reproches porque alguien votó por Moreno,
por Guillermo Lasso o, simplemente, se decidió por el nulo.
Irresponsables, borregos, burros... Los epítetos no faltan.
¿Hasta este nivel
de intolerancia hemos llegado? ¿Qué de provecho sacamos con armar
equipos antagónicos incapaces de reconocer los logros contrarios?
Ahora toca ver el
discurso de “Lenin no es mi Presidente”. Ok, no lo es... Pero
será el Presidente de nuestro país y, nos guste o no, hay que vivir
con eso de la manera más ética posible mientras seguimos con la
ineludible tarea de construir nuestras vidas... Nuestro entorno.
Nunca ha sido culpa
de los gobernantes lo que nos pasa, de nadie ajeno a nosotros. Somos
nosotros los que debemos darnos prioridad, de respetar el criterio
contrario... De dar un mejor ejemplo a las nuevas generaciones.
Somos lo que
escogemos... Escojamos la paz.

