domingo, 3 de octubre de 2021

Redención

 

Quien conoció el infierno, no lo asusta cualquier diablo…

Es una frase que acuñé hace algún tiempo. Suena a cliché, por supuesto, y llegó a mí en un momento de retrospección sobre lo aprendido en una época bastante oscura de mi vida.

Por mucho tiempo, viví con la carga del arrepentimiento sobre cosas que hice y dejé de hacer y, con esa tara, buscaba enmendar fallas… No me percataba del círculo vicioso que ceñía sobre mí al incrementar esa culpa con nuevos errores.

Tuve que pasar un divorcio y ver de cerca la tristeza de mi hija para percatarme de eso.

Gracias al apoyo de una prima, mi hija recibió asistencia psicológica de la cual yo también saqué provecho. Una revelación fue que la psique y conducta de los padres se hereda genéticamente… Al saberlo, comprendí que mi niña requería de más atención de la que yo recibí cuando tomé caminos errados en la adolescencia y parte de la juventud.

Bueno, más bien lo corroboré porque para ese momento sabía que debía ser mejor que mis padres al manejar la separación.

Me comprometí también a ser mejor padre de lo que fue el mío (tuvo muchas cosas buenas pero se equivocó en algunas). Incluso en las horas más bajas de mi niña, tuve los conocimientos necesarios para echarle un poco de luz porque son caminos que ya recorrí… Caminos muy oscuros.

Mi niña es más parecida a mí de lo que me había percatado y, hasta cierto punto, asusta un poco por ese lado oscuro que le heredé y conozco muy bien.

Lo que sí está en mis manos es no darle razones para crearse un infierno como a mí me las dieron, darle una mejor capacidad de decisión que la que yo tuve.

Es lo que todo padre aspira, que su hijo o hija sea mejor que uno.

No hay necesidad de renegar de mi pasado, de lo que hice y dejé de hacer…

Porque todo eso me ha dado lo que he necesitado y necesitaré para llevar a mi hija por un mejor camino del que recorrí.

Y que sienta, en todo momento, que no está sola al caminar los senderos que elija.

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