No estuvo bien…
No, no estuvo bien.
Pero tampoco supe reaccionar adecuadamente frente a la respuesta que mi hija le
dio a su tío, mi hermano mayor, por lo que consideró una impertinencia.
En contexto, mi hermano llega a ser bastante indolente al
momento de hacer críticas. No se fija bien en a quién se lleva por delante y no
hace distinción en si es un familiar o no. En esta ocasión, durante una
videollamada, se atrevió a señalar el tiempo que yo le permito jugar en el
celular a mi hija luego de criticar mi propio tiempo para el ocio.
Y entonces la respuesta de mi niña. Prácticamente, ese “¿y
eso, usted qué le importa?” lo dijimos a coro; yo, en mi mente pero mientras
procesaba el cómo decirlo más amablemente, mi niña lo soltó sin filtro alguno.
Mi primera reacción fue ponerme de su lado. Le dije a mi
hermano que ya he de hablar con ella pero que entienda que ella me está
defendiendo. Acertado o no, mi hermano soltó otra frase más impertinente: “Ha
sido igual de grosera que la mamá.”
“¡Con mi mamá no se meta!”, le respondió con sobrada razón
mi hija. Fue cuando sentí que se me salía de control la situación y, mientras
intentaba entrar en razón con mi ñaño sobre que fue bastante imprudente lo que
él hizo, se despidió y cerró la videollamada.
Yo me quedé con sentimientos encontrados, con ganas de abrazar
a mi hija y darle un jalón de orejas. Como lo ofrecí, hablé con ella, lo
primero que le exigí fue disculparse con el tío. No interesa que después mi
ñaño, fiel a su estilo, me bloqueara y bloqueara a mi niña del Whastapp, al
menos, alcanzó a leer las disculpas.
En cuanto a Dalia, tuvimos una larga charla sobre el cómo se
debe tratar a las personas y que la familia, por mucho que lleguen a hacer algo
que nos disguste, merece un trato diferenciado y más si se trata de nuestros
mayores.
Vaya paradoja. Le conversé que en dos ocasiones, yo me peleé
con mi tío por referirse mal de mi padre y su apellido. En la segunda de las
veces, me sentí más avergonzado y no sé cuántas veces ofrecí disculpas por eso.
Y por lo mismo, entiendo perfectamente la reacción cuando
alguien ofende a un ser querido. Por muy justificado que esté, duele, y cuando
algo duele, hay una respuesta tanto o más hiriente que lo que ocasiona el
dolor.
Aquí viene un arte con el que muchos nacemos y, otros, lo
perfeccionan con el tiempo: Procesar rápido las cosas para evitar un mayor
daño. En mi caso, si me da la situación, hago mutis.
Es lo que le pedí a Dalia, que aprenda a callar y retirarse
de escena, amablemente, si algo le molesta. Que si en algún rato, llego a ser
impertinente, prefiero que se despida y se aleje, a que me suelte una frase que
puede empeorar la situación.
Esa reacción se la merecen muchos, sí; no su familia, le
insistí. Y, pues, tenía que ser…
“Algo tenías que sacar de tu madre, mi hermano tuvo razón, de algún modo”, le
dije.
Nos sonreímos.
Válgame, la que me espera.