jueves, 20 de enero de 2022

Paradojas familiares

“¡¿Y eso, a usted qué le importa?!”

No estuvo bien…

No, no estuvo bien.
Pero tampoco supe reaccionar adecuadamente frente a la respuesta que mi hija le dio a su tío, mi hermano mayor, por lo que consideró una impertinencia.

En contexto, mi hermano llega a ser bastante indolente al momento de hacer críticas. No se fija bien en a quién se lleva por delante y no hace distinción en si es un familiar o no. En esta ocasión, durante una videollamada, se atrevió a señalar el tiempo que yo le permito jugar en el celular a mi hija luego de criticar mi propio tiempo para el ocio.

Y entonces la respuesta de mi niña. Prácticamente, ese “¿y eso, usted qué le importa?” lo dijimos a coro; yo, en mi mente pero mientras procesaba el cómo decirlo más amablemente, mi niña lo soltó sin filtro alguno.

Mi primera reacción fue ponerme de su lado. Le dije a mi hermano que ya he de hablar con ella pero que entienda que ella me está defendiendo. Acertado o no, mi hermano soltó otra frase más impertinente: “Ha sido igual de grosera que la mamá.”

“¡Con mi mamá no se meta!”, le respondió con sobrada razón mi hija. Fue cuando sentí que se me salía de control la situación y, mientras intentaba entrar en razón con mi ñaño sobre que fue bastante imprudente lo que él hizo, se despidió y cerró la videollamada.

Yo me quedé con sentimientos encontrados, con ganas de abrazar a mi hija y darle un jalón de orejas. Como lo ofrecí, hablé con ella, lo primero que le exigí fue disculparse con el tío. No interesa que después mi ñaño, fiel a su estilo, me bloqueara y bloqueara a mi niña del Whastapp, al menos, alcanzó a leer las disculpas.

En cuanto a Dalia, tuvimos una larga charla sobre el cómo se debe tratar a las personas y que la familia, por mucho que lleguen a hacer algo que nos disguste, merece un trato diferenciado y más si se trata de nuestros mayores.

Vaya paradoja. Le conversé que en dos ocasiones, yo me peleé con mi tío por referirse mal de mi padre y su apellido. En la segunda de las veces, me sentí más avergonzado y no sé cuántas veces ofrecí disculpas por eso.

Y por lo mismo, entiendo perfectamente la reacción cuando alguien ofende a un ser querido. Por muy justificado que esté, duele, y cuando algo duele, hay una respuesta tanto o más hiriente que lo que ocasiona el dolor.

Aquí viene un arte con el que muchos nacemos y, otros, lo perfeccionan con el tiempo: Procesar rápido las cosas para evitar un mayor daño. En mi caso, si me da la situación, hago mutis.

Es lo que le pedí a Dalia, que aprenda a callar y retirarse de escena, amablemente, si algo le molesta. Que si en algún rato, llego a ser impertinente, prefiero que se despida y se aleje, a que me suelte una frase que puede empeorar la situación.

Esa reacción se la merecen muchos, sí; no su familia, le insistí. Y, pues, tenía que ser…
“Algo tenías que sacar de tu madre, mi hermano tuvo razón, de algún modo”, le dije.

Nos sonreímos.

Válgame, la que me espera.

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