martes, 16 de enero de 2018

El legado familiar (Parte 1)

Acaba de fallecer el papi Marcos”.
Por costumbre, bloqueo la señal del celular cuando estoy entrevistando para que la grabación no se corte por alguna llamada. Estaba en un astillero, cerca del río Guayas haciendo lo mío... Recogiendo historias.
Al devolver la señal a mi dispositivo, di prioridad a la lectura de los mensajes de Whatsapp del grupo donde todos los miembros de mi familia materna, los Zambrano, compartimos de todo un poco, desde chistes hasta debates políticos aunque esto último lo dejamos de hacer. Somos demasiado empecinados en nuestras posturas y evitamos herir cualquier susceptibilidad... Además, que el propósito del grupo, en palabras de mi prima Stef, es solo compartir contenido familiar como fotos e historias.
Seis palabras brillaron entre la pila de mensajes... Seis palabras que sentenciaban el desenlace para el cual nos preparamos los Zambrano por una semana. Mi abuelo, el único que me quedaba, Marcos Raúl Zambrano Pinoargote, falleció a sus 92 años tras una breve batalla con anomalías cardiovasculares.
Don Fausto, administrador del astillero, seguía hablándome mientras yo encontraba fuerzas para no desbaratarme en lágrimas ante él. Mis ojos llegaron a brillar en esa lucha interna pero no lo notó. “Sabe que mi tío llegó a vivir 100 años y 2 meses”, comentó. Con una mueca envidié la suerte que tuvo.
Saliendo del sitio, llamé a mi esposa para comentar la noticia y a mi madre para saber cómo estaba. Había que planear el viaje a La Libertad, mi segundo lugar natal después de Guayaquil, donde la familia de mi progenitora se formó... Allí, a pocos metros del mar donde pienso retirarme algún día.
Al día siguiente, emprendí el viaje. Noté que había llorado mucho menos que cuando perdí a mi mami Chabela, la esposa de mi abuelo, hacia exactamente 15 años y 2 días. No hallé explicación para mi pasividad.
Me dediqué a rebuscar en el baúl de mi memoria la primera enseñanza de mi abuelo, la primera de muchas... Y la primera fue precisamente esa, la de saber mantener la calma en un momento difícil. En una de las tantas caminatas en la playa del “Batallón Hormiga” -como mi papi Marcos llamó al grupo de nietos-, quien les narra fue arrastrado por una ola hacia una pequeña poza de agua salada. Empecé a patalear del susto, yo, una criatura de 7 años. Mi abuelo me pedía calma, yo no lo escuchaba hasta que gritó “¡Carajo, que te calmes!”. Yo me quedé paralizado, era la primera vez que me gritaba y con lisura incluida... Pero sirvió pues en el sosiego me di cuenta que podía flotar sin problemas y, siguiendo las directrices de mi abuelo, pude superar la situación nadando.
Tras casi dos horas y media de viaje, finalmente llegué a la casa de mi tía Noralma, la menor de las hijas de mi abuelo y quien lo acogió en sus últimos días. Saludo a todos, abrazando con más fuerza a mis tíos. Todo parecía eterno antes de ver el féretro.
Cuando llego hasta él, lo miro brevemente... No quería que prevaleciera el recuerdo de un cuerpo inerte sino el de la persona que luchó hasta su hora final, el hombre justo, el padre sabio, el abuelo carismático... El ser que deja una estela de valores que encantó a cientos, puede que a miles.
Entonces localizo a mi madre, a la que abrazo por más tiempo. Me presenta a sus amigos con la frase típica: “Es mi hijo, trabaja en El Telégrafo”... Ella, mi mejor asesora de imagen y relacionista pública.
Continuo mi camino hasta sentarme en un jardín. Aunque planeé sentarme a contar las horas en medio de mangueros y ciruelos hasta partir para el cementerio, di vueltas por la casa de mi tía hasta encontrar a mis hermanos y conversar con ellos como pocas veces, recordando anécdotas del papi Marcos.
Casi una hora antes de la partida, se realizó un culto evangélico para dar gracias porque mi abuelo había decidido 'entregar su vida al Señor' antes de morir. Mis tíos: Marina, Noralma y Marcos, en ese orden, dedicaron unas palabras a la memoria de su padre. Mi tío Marcos dio un discurso muy emotivo y aunque se había propuesto no llorar, su voz se quebró desde el inicio por la tristeza.
Recordó varias frases de su progenitor... De hecho, las estaba compilando para la ocasión. Yo le compartí una que se grabó en mármol dentro de mi memoria, en 1997: "Acudes al poder de los golpes cuando has perdido poder en tus palabras". 

Es una máxima que procuro aplicar cada día de mi vida, defender mis argumentos desde la lengua y no los puños.

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