
Tan solo un día antes le decía a la esposa de un buen amigo mío que en ocasiones toca ceder para mantener una armonía en convivencia… No es olvidarse de sí mismo sino ser un poco flexible en nuestra postura.
Quedo mal como maestro… no prediqué con el ejemplo.
Hace algún tiempo mi esposa dijo que quería poner un pequeño negocio en casa para ser más productiva. Haber crecido dentro de un ambiente comercial le ha dado actitudes y aptitudes para sentirse útil en todo momento –Pobre de quien insinúe lo contrario-… La iniciativa tuvo como respuesta un mal gesto mío.
No deseo ver a Tania desarrollar su vida como comerciante minorista cuando ya tiene algo que aún no poseo: un título de Comunicador Social... Pero, ¿y Dalia? Buen punto… a pesar de mi negativa y ante las enormes ganas de mi esposa, me tocó ceder.
Hasta ahí, bien.
Por motivo de estudio, el menor de mis cuñados se vino a vivir a Guayaquil. Mi suegra vino a vivir por acá también. Problema solucionado, pensé. No más negocio… Me cegué tanto que no puse atención a lo que en verdad pasaría.
Con mis parientes políticos llegó una vitrina con varios insumos para vender. El espacio con que cuento en casa es poco y semejante monstruo de aparato me incomodó… El negocio iba porque iba.
Inevitablemente Tania tuvo que notar que me pasaba algo. “No sé a quién quise engañar, me molesta tener ese aparato en casa”, le dije. No resultó tan sencillo como parecía.
El peligro de ceder es que llega un momento en que sencillamente no quieres hacerlo más y no se repara en ver si es práctico o no… pero solo hacerlo resulta más complicado que la teoría.
Quedo mal como maestro… no prediqué con el ejemplo.
Hace algún tiempo mi esposa dijo que quería poner un pequeño negocio en casa para ser más productiva. Haber crecido dentro de un ambiente comercial le ha dado actitudes y aptitudes para sentirse útil en todo momento –Pobre de quien insinúe lo contrario-… La iniciativa tuvo como respuesta un mal gesto mío.
No deseo ver a Tania desarrollar su vida como comerciante minorista cuando ya tiene algo que aún no poseo: un título de Comunicador Social... Pero, ¿y Dalia? Buen punto… a pesar de mi negativa y ante las enormes ganas de mi esposa, me tocó ceder.
Hasta ahí, bien.
Por motivo de estudio, el menor de mis cuñados se vino a vivir a Guayaquil. Mi suegra vino a vivir por acá también. Problema solucionado, pensé. No más negocio… Me cegué tanto que no puse atención a lo que en verdad pasaría.
Con mis parientes políticos llegó una vitrina con varios insumos para vender. El espacio con que cuento en casa es poco y semejante monstruo de aparato me incomodó… El negocio iba porque iba.
Inevitablemente Tania tuvo que notar que me pasaba algo. “No sé a quién quise engañar, me molesta tener ese aparato en casa”, le dije. No resultó tan sencillo como parecía.
El peligro de ceder es que llega un momento en que sencillamente no quieres hacerlo más y no se repara en ver si es práctico o no… pero solo hacerlo resulta más complicado que la teoría.
Desde luego que mi flaca ha hecho su parte con eso de ceder, lo cual no le ha quitado la opinión. A pesar que acepta muchas frivolidades mías, tarde o temprano su pensamiento aflora. Igual por mi lado.
Pero entonces, no está claro donde terminan mis requerimientos y empiezan los de ella -y viceversa-. Si vamos a estar con malas caras o recordatarios de posturas... ¿para qué cedimos en primer lugar?
El amor implica olvidarse un poco de sí mismo… ¿Y cuál es el límite?...
El amor implica olvidarse un poco de sí mismo… ¿Y cuál es el límite?...
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