Edad mística... según mi esposa. Especial, bíblica... los años que tenía Jesucristo cuando inició su ministerio. “Ojalá no te crucifiquen”, dijo por ahí un buen amigo, coqueteando con la herejía.
Sin ánimos de parecer más... así también lo espero.
Tania, asumiendo el rol de su carrera, me propuso que en medio de la reunión por el aniversario de mi nacimiento se me hiciera una entrevista.
“¿Y tú qué me preguntarías?”, le dije. “¿Cómo definirías estos 33 años?”, me contestó.
La respuesta fue compleja... tal y como mi vida.
A la mitad de los años que tengo (casi 17), no tenía siquiera la más remota idea de qué hacer con mi vida. Mi madre quería que fuese médico, mi papá abogado... opté por huir del futuro, de las responsabilidades.
Me negué a crecer... así de cobarde era.
Perdí tres años de secundaria tratando de hallar algo que me satisfaga... un indicio que me demostrara por qué estaba equivocado. A mí las cosas me gustan con pruebas, aún cuando del llamado de mi conciencia se trata.
No puedo decir que la respuesta llegó tarde... las cosas suceden por algo. Me convertí en bachiller de Ciencias Sociales a mis 20 años. Las asignaturas correspondientes a la especialización lograron aclarar mis expectativas sobre mi rol en la sociedad: Tenía que seguir una carrera que me permitiera defender intereses comunitarios.
Abogado o periodista... una de dos.
Solo entonces -con el panorama fijo- decidí lanzarme en búsqueda de quien tuviera la paciencia para tratar con un perfecto susceptible, dócil y alegre, con el mal hábito del ánimo caído tras un día pesado.
Para entonces había pasado por mi primera y única relación sentimental. Con solamente dos canciones dedicadas a alguna persona en especial. En mi situación, eso de las melodías con nombre de mujer tienen también un sabor bíblico: tuvieron que pasar 7 de ellas antes de conocer a mi esposa.
En los siguientes años entré de lleno a la socialización. Lo que no había hecho en casi dos décadas de vida... antes del cambio de siglo, pocas eran las personas a las que podía llamar amigo -incluso en este grupo había quienes mantenían el lazo a la distancia-.
Para cuando cumplí 26 años (2003) ya tenía el norte que no quería ver en 1993. Luego de un fallido intento en seguir el oficio de mi padre, opté por la carrera de comunicador social. Coincidentemente, fue cuando conocí a la madre de mi hija.
Pasaron casi 10 años.¡Una década!
Insisto, si mal fue un largo trámite para escoger un camino, tuvo su razón de ser. Después de todo, tengo un familia hermosa, amigos leales, y compañeros de trabajo que sacan lo mejor de sí... y de mí.
Ahora, como dice una canción, estoy sentado frente al sol sin nada que ocultar. Se presentan cambios, retos y nuevas obligaciones. A la mitad de mis 33 hubiese tenido hasta miedo de enfrentar lo que ahora... ya es distinto y el miedo lo dejo para aquellos que creen que lo tengo.
Mi abuelo suele decir que todo tiene solución, excepto la muerte. Yo corrijo ello, hasta la muerte tiene solución porque el alma comienza a vivir de nuevo. En mis 33, he comenzado el ascenso a otros niveles como persona.
“Trascendentales”, he ahí la respuesta a la pregunta de mi esposa... y tengo a los seres queridos que respaldan la respuesta.
Sin ánimos de parecer más... así también lo espero.
Tania, asumiendo el rol de su carrera, me propuso que en medio de la reunión por el aniversario de mi nacimiento se me hiciera una entrevista.
“¿Y tú qué me preguntarías?”, le dije. “¿Cómo definirías estos 33 años?”, me contestó.
La respuesta fue compleja... tal y como mi vida.
A la mitad de los años que tengo (casi 17), no tenía siquiera la más remota idea de qué hacer con mi vida. Mi madre quería que fuese médico, mi papá abogado... opté por huir del futuro, de las responsabilidades.
Me negué a crecer... así de cobarde era.
Perdí tres años de secundaria tratando de hallar algo que me satisfaga... un indicio que me demostrara por qué estaba equivocado. A mí las cosas me gustan con pruebas, aún cuando del llamado de mi conciencia se trata.
No puedo decir que la respuesta llegó tarde... las cosas suceden por algo. Me convertí en bachiller de Ciencias Sociales a mis 20 años. Las asignaturas correspondientes a la especialización lograron aclarar mis expectativas sobre mi rol en la sociedad: Tenía que seguir una carrera que me permitiera defender intereses comunitarios.
Abogado o periodista... una de dos.
Solo entonces -con el panorama fijo- decidí lanzarme en búsqueda de quien tuviera la paciencia para tratar con un perfecto susceptible, dócil y alegre, con el mal hábito del ánimo caído tras un día pesado.
Para entonces había pasado por mi primera y única relación sentimental. Con solamente dos canciones dedicadas a alguna persona en especial. En mi situación, eso de las melodías con nombre de mujer tienen también un sabor bíblico: tuvieron que pasar 7 de ellas antes de conocer a mi esposa.
En los siguientes años entré de lleno a la socialización. Lo que no había hecho en casi dos décadas de vida... antes del cambio de siglo, pocas eran las personas a las que podía llamar amigo -incluso en este grupo había quienes mantenían el lazo a la distancia-.
Para cuando cumplí 26 años (2003) ya tenía el norte que no quería ver en 1993. Luego de un fallido intento en seguir el oficio de mi padre, opté por la carrera de comunicador social. Coincidentemente, fue cuando conocí a la madre de mi hija.
Pasaron casi 10 años.¡Una década!
Insisto, si mal fue un largo trámite para escoger un camino, tuvo su razón de ser. Después de todo, tengo un familia hermosa, amigos leales, y compañeros de trabajo que sacan lo mejor de sí... y de mí.
Ahora, como dice una canción, estoy sentado frente al sol sin nada que ocultar. Se presentan cambios, retos y nuevas obligaciones. A la mitad de mis 33 hubiese tenido hasta miedo de enfrentar lo que ahora... ya es distinto y el miedo lo dejo para aquellos que creen que lo tengo.
Mi abuelo suele decir que todo tiene solución, excepto la muerte. Yo corrijo ello, hasta la muerte tiene solución porque el alma comienza a vivir de nuevo. En mis 33, he comenzado el ascenso a otros niveles como persona.
“Trascendentales”, he ahí la respuesta a la pregunta de mi esposa... y tengo a los seres queridos que respaldan la respuesta.
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