miércoles, 20 de octubre de 2010

Sacando clavos



Muchos han de conocer la fábula que compara las malas acciones con las huellas que los clavos dejan en un trozo de madera. El evento no puede ser más explícito: cada uno de nuestros pasos, por bueno y malo que sea, puede llegar a ser trascendente en la vida propia y en la de otras personas.
Todos los seres humanos tenemos, ya no la necesidad sino el imprescindible requerimiento de otros congéneres para dar los siguientes pasos... desde luego, un criterio basado en mi propia experiencia.
No hace mucho estuve algo inquieto... desde numerables lados llegaron problemas, presiones y eventos que me hacían dudar de lo que podía venir. Por muy controlador y manipulador que sea de mi entorno, existen momentos que son capaces de volarse la barda de mis planes.
Fue tal el asunto que ni siquiera podía contar con los amigos y seres queridos más cercanos pues, en distinto grado, eran parte de las situaciones... la mayor parte del día, no de la noche, me la paso solo.
Entonces una sola persona, de un solo cachetazo -metafóricamente hablando-, con palabras crudas y sinceras, estuvo dispuesta a escuchar todo el río que salía de una mente saturada y un corazón sobrepoblado de sentimientos encontrados.
No... no era mi esposa. No dudo en que pudo darme un mejor consejo pero, al estar involucrada conmigo, no podría hablar sino en el son de protegerme y proteger a su familia. No buscaba protección, aunque de hecho, no sabía lo que quería... pero sí estaba seguro que no buscaba aquello.
Irónicamente, la persona en cuestión me buscó con el mismo plan... por lo menos eso dejó entrever. No obstante, solo lo hizo saber al final de la tertulia. Mi historia fue, en el momento, más importante que la suya.
“Nunca antes te había visto tan inquieto”, me dijo en varias ocasiones. Después de todo, esa barda que construí cumplió su cometido pues mi vulnerabilidad resultó algo nuevo.
Con toda paciencia, solicitada a través de mis palabras, fui plenamente escuchado. Para variar, la respuesta estuvo delante de mis narices todo el tiempo... tal vez no la vi por la mentada barda.
Por Sansones y Manuelas que seamos, siempre necesitaremos de una voz amiga que escuche, critique y reprenda. No necesariamente debe ser ajena a nuestra sangre o corazón, basta que tenga ánimos de hacer su buena acción del día... y sacar el clavo.

sábado, 2 de octubre de 2010

Errores por vanidad


Tengo que ser justo. De antemano estaba bastante ofuscado por una situación que puso en peligro a mi familia... y parafraseando a un ex compañero, empezaba a caerme chancho tanto comentario idiota en el Facebook.
Eventos como el 30 de septiembre dejó reconfirmado que cuando ser quiere ser extremista, en lo que menos se piensa es en el prójimo, y en ese error, cayeron conservadores y liberales por igual.
Intenté ponerme al margen de aquello pues por precepto de vida, no me agradan los fanatismos... ni siquiera en nombre de Dios pues me parece que ya bastante sangre se ha derramado con su bandera.
Sin embargo, cuando empecé a ver opiniones que parecían defender más una anarquía en tanto signifique tener la razón de que ese “mentiroso y mafioso” es el culpable de todo... algo se despertó en mí.
De pronto me había dado a la cacería de pensamientos similares para ¿ponerlos en su lugar?, antes de continuar con quien me pareció el mayor fanático de todos. Me gusta dejar lo mejor para el último y, de todas maneras, quería empezar un buen debate, aquellos que ayudan a crecer mis pensamientos -y rectificar, si es el caso- con ayuda de las posturas contrarias a las mías.
Previamente, consulté un par de cosas con alguien que, seguramente, lo conocía mejor que yo.
Habría que repasar en qué momento ambos, el “mayor fanático” y yo, nos pusimos agresivos.
Mi peor error dentro de la conversación electrónica fue haber usado el nombre de quien justamente me dio información del susodicho -y otras personas- para respaldar mis impresiones. Era un asunto entre él y yo, nada más.
Aquel error lo encuentro como factor importante en el resultado final porque fue evidente que ambos apreciábamos a esa persona, y mucho. Precisamente cuando él me dijo: “¿Quieres saber lo que ella piensa de ti?”, como si yo no lo supiera... “como si él la conociera más que yo”, pensé, fue cuando el debate se tornó en discusión.
El final fue muy áspero: “Pobre de ella por tener como familia a alguien como tú... pobre de tu esposa”... me dijo. Me lo busqué... por el peor error, mencionado anteriormente.
No obstante, antes de finiquitar la conversación por el Facebook, le llamé soberbio por pretender imponer su razón y meterse con mis seres queridos, algo que no hice yo con él aunque bien pude, pues sé que es casado.
Después ofrecí disculpas en privado a ese ser que en ningún momento pretendió ser parte de esto.
Por ahí uno que otro familiar que estuvo monitoreando la situación me dio su apoyo... agradecí, pero no dejaba de sentirme pésimo por la suma de todos los males.
“Vanidad, definitivamente mi pecado favorito”, dijo Al Pacino personificando al demonio. Creo que está claramente demostrado que nadie salva de ello... desde el más ignorante hasta el más instruido en la palabra de Dios.
Al momento de escribir esto, siguen lloviendo comentarios “idiotas”, hasta por mi correo... pero no pienso responder nada...
Solo me interesa mi familia y mis seres queridos, y no lo que haga o deje de hacer el “mentiroso y mafioso”. De haber hecho respetar ese precepto desde un comienzo...