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Muchos han de conocer la fábula que compara las malas acciones con las huellas que los clavos dejan en un trozo de madera. El evento no puede ser más explícito: cada uno de nuestros pasos, por bueno y malo que sea, puede llegar a ser trascendente en la vida propia y en la de otras personas.
Todos los seres humanos tenemos, ya no la necesidad sino el imprescindible requerimiento de otros congéneres para dar los siguientes pasos... desde luego, un criterio basado en mi propia experiencia.
No hace mucho estuve algo inquieto... desde numerables lados llegaron problemas, presiones y eventos que me hacían dudar de lo que podía venir. Por muy controlador y manipulador que sea de mi entorno, existen momentos que son capaces de volarse la barda de mis planes.
Fue tal el asunto que ni siquiera podía contar con los amigos y seres queridos más cercanos pues, en distinto grado, eran parte de las situaciones... la mayor parte del día, no de la noche, me la paso solo.
Entonces una sola persona, de un solo cachetazo -metafóricamente hablando-, con palabras crudas y sinceras, estuvo dispuesta a escuchar todo el río que salía de una mente saturada y un corazón sobrepoblado de sentimientos encontrados.
No... no era mi esposa. No dudo en que pudo darme un mejor consejo pero, al estar involucrada conmigo, no podría hablar sino en el son de protegerme y proteger a su familia. No buscaba protección, aunque de hecho, no sabía lo que quería... pero sí estaba seguro que no buscaba aquello.
Irónicamente, la persona en cuestión me buscó con el mismo plan... por lo menos eso dejó entrever. No obstante, solo lo hizo saber al final de la tertulia. Mi historia fue, en el momento, más importante que la suya.
“Nunca antes te había visto tan inquieto”, me dijo en varias ocasiones. Después de todo, esa barda que construí cumplió su cometido pues mi vulnerabilidad resultó algo nuevo.
Con toda paciencia, solicitada a través de mis palabras, fui plenamente escuchado. Para variar, la respuesta estuvo delante de mis narices todo el tiempo... tal vez no la vi por la mentada barda.
Por Sansones y Manuelas que seamos, siempre necesitaremos de una voz amiga que escuche, critique y reprenda. No necesariamente debe ser ajena a nuestra sangre o corazón, basta que tenga ánimos de hacer su buena acción del día... y sacar el clavo.
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