viernes, 4 de septiembre de 2009

Hiriente sensibilidad


Parece que es el legado materno… y puede que hasta paterno si del orgullo se trata. No tengo ese filtro que a muchos le permite ser más calculadores, ni la coraza que muchos presumen tener cuando por dentro son más débiles que su apariencia.
En términos del vulgo, soy un llorón… pero prefiero definirme como sensible. No puedo escoger quien merece saberlo. Sencillamente lo pongo de manifiesto cuando algo oprime mi corazón o se toca una fibra de los valores que respeto más que a otros: familia, amor y amistad.
Queda clara la desventaja: soy vulnerable si alguien conoce por dónde atacar. La diferencia la marca el afecto o lazo que me une a esa persona. Si es un desconocido, no tendrá oportunidad de aprovecharse de la situación… con el tiempo aprendí, no a levantar murallas o colocarme disfraces sino a adquirir fuerzas a través de las heridas.
Sin embargo y pese a todo, siempre habrá cosas para las que no hay cómo prepararse porque sencillamente no las vemos venir –o no se quiere verlas-…
Suena casi inaudito que a estas alturas de mi vida, a mis 32 años, con una buena esposa, una hija preciosa y un trabajo respetable donde de a poco he conseguido notables espacios, alguien se sienta con derecho a insinuar que sigo en la época de oscurantismo donde hice cosas que prefiero borrar de mi memoria.
Peor aún, decirlo en la casa donde vivo que es como decir mi hogar, con un pequeño matiz de amenaza como si yo o mi familia dependiéramos de favores.
La verdad… ese tipo de atenciones las he recibido de una sola persona, alguien que desde pequeño parece considerarse el sol de su limitado universo… y hubo quienes cometimos el error de incrementar su ego al hacerle favores a millares surgir sin esperar nada a cambio.
Yo no soy agresivo… lo que he conseguido –aunque poco- no puede ser agredido por nadie y quien no respete eso, no es bienvenido en mi hogar.
Sí… un día difícil porque hasta en la noche mi pequeña estaba algo indispuesta pero felizmente sin cambiar esa sonrisa que alegra cada uno de mis días.
¿Quién dijo que los gatos no son leales? Luna, mi mascota, me buscó el brazo que trataba de ocultar mi rostro de tristeza y se asomó por encima de este, casi como preguntándome qué me pasaba… hasta un animal irracional me trató mejor que alguien que, se supone, es un ser racional.
Duele… y mucho. La sensibilidad me ha permitido encontrar muchas lecciones de vida y, al mismo tiempo, aplicarlas. Cada enseñanza deja una cicatriz.
Pero no estoy dispuesto a convertirme en monigote de nadie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario