Y pensar que mi flaca lo predijo. “Ya te he de ver, Guerrero”, suele decir cuando le aseguro algo de mi proceder, contrario a su intuición, conocimiento o lo que sea que me vuelve transparente a sus ojos.
En mi vida, jamás y repito con plena convicción: Jamás había sentido celos por ninguna mujer hasta el día en que, en un viaje en buseta, un tipo miró de manera morbosa a mi madre. La mirada que yo puse en ese momento invitaba cualquier cosa menos a la cordialidad.
De eso, muchos años han pasado. En ese lapso, nadie del bando femenino me dio motivo para sentir celos. Incluso exhorto a Tania a que use bikini, el cual nunca usó en su vida hasta que le conseguí uno. Es motivo de orgullo, estar a lado de una mujer con un lindo cuerpo y que amanece conmigo cada día... y las miradas que pueda generar me importan lo mismo que un comino.
Entonces nació Dalia, ese pedacito de mi corazón que rehace mi día con un abrazo o una sonrisa. “Si no he sido celoso contigo, ¿por qué tendría que serlo con ella?”, le dije un día a Tania.
“Ya te he de ver, Guerrero”.
Tiene un año y casi tres meses de vida y dondequiera que está arranca sonrisas y ternuras de quienes la ven, propios y extraños. Se ha metido en el bolsillo a más de la mitad de mi familia y casi toda por el lado de Tania. “Ese es tu legado”, me ha dicho Tania... no me lo creo.
Tuve que escuchar la canción de José Luis Perales, “Y cómo es él”, para transportarme por un momento al futuro lejano y palpar lo que sentiría cuando llegue el día en que mi florecita busque otro jardín.
Dalia me miraba fijamente, en ese momento.
Mis ojos no pudieron contenerse... la sola idea de que en algún momento mi pequeña haga un espacio más en su corazón para “alguien” me partió el alma.
Sí... lo sé... será algo normal que desee compartir su corazoncito en algún momento... pero duele.
No me recuperaba del sentimental momento y me invitaron a salir a un centro comercial con mi familia. En el lugar, un pequeño de tres años quiso buscar conversación con Dalia. Obvio que ella no pudo responder pues no articula frases todavía... pero contestó con una sonrisa sonora... y bien sonada.
“No puede ser”, me dije, “y el pequeñín tenía que ser sociable”. Era alguien apenas sí sabe hablar... y sentí celos.
Veo la situación de lejos ahora y no puedo sentirme menos que un ridículo. ¿Cómo sentir celos de una criatura que apenas sabe hablar? Pero así fue... y si así me pongo ahora, cómo será después.
Mi pequeña es especial y su carisma es como pocos. El futuro es prometedor... y yo estaré ahí. Celoso de quien la pretenda y seguramente nadie me parecerá suficiente para ella... pero así mismo deberé confiar en su elección.
Yo participo de las bases de su porvenir y si confío en ellas, tendré que hacerlo en el futuro... sin importar que los celos me maten.
En mi vida, jamás y repito con plena convicción: Jamás había sentido celos por ninguna mujer hasta el día en que, en un viaje en buseta, un tipo miró de manera morbosa a mi madre. La mirada que yo puse en ese momento invitaba cualquier cosa menos a la cordialidad.
De eso, muchos años han pasado. En ese lapso, nadie del bando femenino me dio motivo para sentir celos. Incluso exhorto a Tania a que use bikini, el cual nunca usó en su vida hasta que le conseguí uno. Es motivo de orgullo, estar a lado de una mujer con un lindo cuerpo y que amanece conmigo cada día... y las miradas que pueda generar me importan lo mismo que un comino.
Entonces nació Dalia, ese pedacito de mi corazón que rehace mi día con un abrazo o una sonrisa. “Si no he sido celoso contigo, ¿por qué tendría que serlo con ella?”, le dije un día a Tania.
“Ya te he de ver, Guerrero”.
Tiene un año y casi tres meses de vida y dondequiera que está arranca sonrisas y ternuras de quienes la ven, propios y extraños. Se ha metido en el bolsillo a más de la mitad de mi familia y casi toda por el lado de Tania. “Ese es tu legado”, me ha dicho Tania... no me lo creo.
Tuve que escuchar la canción de José Luis Perales, “Y cómo es él”, para transportarme por un momento al futuro lejano y palpar lo que sentiría cuando llegue el día en que mi florecita busque otro jardín.
Dalia me miraba fijamente, en ese momento.
Mis ojos no pudieron contenerse... la sola idea de que en algún momento mi pequeña haga un espacio más en su corazón para “alguien” me partió el alma.
Sí... lo sé... será algo normal que desee compartir su corazoncito en algún momento... pero duele.
No me recuperaba del sentimental momento y me invitaron a salir a un centro comercial con mi familia. En el lugar, un pequeño de tres años quiso buscar conversación con Dalia. Obvio que ella no pudo responder pues no articula frases todavía... pero contestó con una sonrisa sonora... y bien sonada.
“No puede ser”, me dije, “y el pequeñín tenía que ser sociable”. Era alguien apenas sí sabe hablar... y sentí celos.
Veo la situación de lejos ahora y no puedo sentirme menos que un ridículo. ¿Cómo sentir celos de una criatura que apenas sabe hablar? Pero así fue... y si así me pongo ahora, cómo será después.
Mi pequeña es especial y su carisma es como pocos. El futuro es prometedor... y yo estaré ahí. Celoso de quien la pretenda y seguramente nadie me parecerá suficiente para ella... pero así mismo deberé confiar en su elección.
Yo participo de las bases de su porvenir y si confío en ellas, tendré que hacerlo en el futuro... sin importar que los celos me maten.
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