martes, 14 de diciembre de 2010

Historia de Taxi



Son pocas las veces que se me antoja abordar un taxi para regresar del trabajo hasta mi casa, desde luego, bajo el pretexto de un ingreso extra que, por estas fechas, es regular en mi bolsillo.
Así ocurrió el martes. No era un taxi amigo pero la condición del vehículo dejaba claro que no se trataba de un carro cualquiera. Sé muy poco de autos, así que mis lectores deben conformarse con el comentario de “un taxi pelucón y grande”.
Pese a que varias veces he escuchado las advertencias de las autoridades para que se tome todos los datos posibles de un taxi al momento de abordarlo por cuestiones de seguridad, no lo hice así esta vez. De hecho, esto es algo que hago cuando se me antoja.
Un viaje cómodo, físicamente hablando. Mi singular acompañante permaneció callado los primeros diez minutos, hasta que a mí se me ocurrió abrir la boca. De igual manera a las medidas de seguridad, el hecho de que entable una conversación con un chofer depende del ánimo y el ambiente.
Íbamos escuchando radio Atalaya. No conozco el nombre del programa que oía y mucho menos el de sus conductores. Era un espacio en el que los radioescuchas llamaban, daban una opinión de cualquier ámbito, y se lo comentaba.
Uno de esos comentarios me indignó. “Esos informales vienen, instalan sus boberas frente al negocio de uno, y vende lo mismo que uno ofrece pero más barato. Mientras uno paga impuestos, esos hacen lo que les viene en gana”, dijo el insufrible locutor.
“En lenguaje armónico comercial, hermano, que alguien ofrezca algo más barato que tu producto, se llama libre competencia. Ya tú también hablas tonterías”, dije. Una expresión dicha con tanta vehemencia que me hacía la idea de que tenía frente a mí al mentado comunicador, suponiendo que es tal.
Acto seguido, manifesté al ilustre desconocido que me acompañaba una información más amplia de lo que yo consideraba que estaba pasando. “No sé por qué cada año, desde que asumió Nebot la alcaldía, es la misma historia”, dije. “¿Resulta tan difícil otorgarles permisos temporales a los informales, de los cuales también puede sacar réditos el Cabildo?”.
“No se puede encerrar o controlar el comercio informal porque este es tan dinámico como la migración y ese es un fenómeno que sucede y sucederá todos los años en una ciudad como Guayaquil”, fue una de las varias opiniones que solté, en un lenguaje algo técnico. Tengo la mala costumbre de olvidar que mi interlocutor, a lo mejor, no conoce todos los términos y sintaxis que uso.
Para mi fortuna, el oyente de turno me entendió. Sin embargo, recibí como respuesta algo que no hilvanaba con mis ideas. Quedé perplejo.
Me preguntó si alguna vez El Telégrafo y El Universo habían compartido una misma calle, uno al lado de otro. “Hasta donde sé, no”, le contesté. Luego vinieron otras ideas que a lo mejor encajaban en lo que había opinado pero que resulta complejo de digerir... y compartir.
Casi llegando a mi casa me preguntó: “¿Usted es periodista”. Yo asentí. “Se le nota en la facha”, agregó. Y sí... el chaleco que uso delata demasiado mi profesión
Cuando llegamos a mi destino me dijo: “Si tiene 30 segundos, me gustaría compartir algo con usted”. La verdad que fueron minutos los que utilizó para contarme varias cosas de, en apariencia, gran importancia.
“Y mire que eso lo sé con apenas 6 años de estudio”, acotó. “Como mi abuelo”, referí. “Usted y él podrían entrar en un singular debate si llegasen a encontrarse”.
“Con un vinito y un seco de chivo”, contestó.
Pero lo que aprendí de este encuentro, eso, es historia aparte.

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