
En cada repaso, ventajas y desventajas sobre mi reacción. El orgullo típico del denominado tradicionalmente como “macho alfa” me reprocha la lentitud para darme cuenta de lo que en realidad estaba pasando, mientras que el dócil espíritu de padre de familia me consuela diciendo que actué correctamente... que pudo ser peor de lo que pareció.
Ya es sabido que estamos en tiempos en que toca mirar hacia atrás cada cinco o diez pasos. No por nostalgia sino por seguridad... los amigos de lo ajeno son especialistas para saber sorprender tanto en las sombras como a la luz del día.
Por escasos minutos, mi casa no formó parte de las estadísticas delictivas, esas que para unos es mera percepción de la prensa.
Cerca del mediodía de ayer, tras cinco viajes en moto con mi cuasi hermano Robert para trasladar igual número de sillas desde su casa a la mía, salí junto con él desde mi hogar hasta un chifa (restaurante chino) cercano. No demoramos más de 15 minutos.
A nuestro regreso, Robert se quedó en la calle que da a la peatonal de mi manzana tratando de subir la moto para dejarla frente a mi vivienda, la cual queda a un solar de la mencionada entrada.
Por mi parte, avancé. Tengo, o más bien tenía, la costumbre de dejar la primera puerta de metal abierta si no voy a demorar demasiado. Hasta Robert se incluyó en ese nivel de seguridad al dejar su casco tras el muro de dicha entrada. Total, para ingresar a la casa queda otra puerta de metal, más una puerta de guayacán. La casa estaba segura por el lapso que demoraría...
O así lo creí.
Apenas llego me encuentro con dos personas de contextura gruesa frente a la puerta de madera. Naturalmente, su presencia era irregular. Sin embargo, lo primero que vino a mi mente es que podrían ser de la empresa eléctrica porque apenas un día antes había pagado la luz y a lo mejor venían a cortar el servicio.
Creo que eso obstruyó cualquier otra hipótesis por varios de los siguientes segundos.
“¿Puedo ayudarlos en algo?”, pregunté. Aquella frase debió tomar por sorpresa a los individuos, sobretodo al que portaba en su mano izquierda el casco de mi amigo.
Y especulo que así fue su reacción porque su argumento careció de coherencia. “Buscamos al señor Murillo”, respondió uno de ellos. “No aquí no vive”, expliqué. “Ah... es que veníamos a devolverle su casco”, continuó el susodicho.
Fue entonces cuando el instinto me dijo que algo estaba mal. Con sobrada calma, extendí mi mano para agarrar el casco al tiempo que decía: “No, este casco es de mi amigo que viene ahí”. Con la misma sutileza, el tipo soltó dicho objeto.
“Entonces nos equivocamos”, acotó el único que se atrevió a hablar y salieron por donde yo me había colocado. Seguí con la mirada ambas figuras con total detenimiento para fotografiarlos en mi mente mientras se dirigían a la salida de la peatonal. Evidentemente, buscaban apropiarse de algo que no era suyo pero no fue hasta que volteé la mirada hacia la puerta de mi casa para percatarme de cuánto habían planeado llevarse.
La resistente puerta de guayacán, con más de 30 años de historia, tenía aprisionado en su parte baja, contra el marco, un desarmador. Pese a lo entreabierta, el también antiguo cerrojo había colaborado en la tarea de mantener la entrada cerrada.
La intención de los dos tipos quedó en evidencia.
Cuando reaccioné fue tarde. Los sujetos en mención tenían un vehículo marca Tucson, color rojo, estacionado adecuadamente para una rápida huida. No me alcanzó el tiempo ni la vista para anotar la matrícula.
Opté por cerrar el capítulo de forma inmediata y saqué el desarmador de la mancillada puerta. No quería publicidad. El cruce de miradas, hasta cuando los delincuentes subieron al carro, fue suficiente como para intuir de lo que son capaces si fallo en mi afán de darles caza.
Solo me quedó dar gracias a Dios de que el asunto haya quedado allí, sólo con unos cuantos piquetes pequeños a la resistente puerta y una leve falla en la cerradura, cosas que pueden ser solucionadas en cuestión de horas.
Al final, y después de todo, prevaleció -nuevamente- el instinto paternal. Mi familia me necesita más que las estadísticas policiales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario