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Solo me importaba lo primero y lo último… El resto
no, nunca me interesó, siempre le reproché a mi papá cuando me decía, cuando veía
que me preocupaba por él, “no te preocupes, sí estás en el testamento”. Me lo
manifestaba riendo, bromeando… siempre fue así, hasta su último minuto
consciente, la alegría era su sello característico aunque no siempre fue bien vista.
-Ese sarcasmo… uno de los legados que no morirá en
mí-
Mi tío Wacho, uno de los hermanos de mi padre, nos
acompañó a mí y Marcos en los trámites. De voz firme, como todos los hermanos Guerrero
León, cada vez que hablan parece que están dando una orden. Sin embargo, el
buen humor es algo que también comparten con mi papá.
El momento era triste pero mi tío prefería recordar
lo alegre que era su hermano. “Seguramente ya armó un hipódromo allá arriba” -una
de sus aficiones era las carreras de caballos-. Y comentábamos todas sus
figuras. Vaya que nos hizo muchas.
De vuelta en el hospital, nos tocó a mí, Marcos y
Cristian, la difícil tarea de vestirlo. “Bien elegante”, solicitó mi tío. Desde
luego, siempre le gustó lucir bien, tan así que solo días antes se hizo
arreglar el cabello de Mónica.
Aprovechamos
el momento para darle un último abrazo y un beso en la frente. Lo vestimos y
dejamos que otros lo colocaran en su ataúd. Me encargaron la tarea, junto a
Mónica, de acompañarlo en el vehículo funerario para la –estricta- labor de
formolizar el cuerpo. El resto, a las salas de velación a terminar los
trámites.
Ni bien salíamos del sector y una marcha de simpatizantes
de Viviana Bonilla –aspirante a la Alcaldía- apareció frente a nosotros y se
tuvo que bajar la velocidad. “Diles que llevamos a Nebot –contrincante de
Bonilla y actual alcalde- para que abran paso”, bromeó uno de la funeraria. El
chofer tuvo una mejor ocurrencia. “Abran paso que llevamos al abogado -la
profesión que comparten mi padre y el burgomaestre-”, gritó a los transeúntes.
Por un momento, me indigné, no era lugar ni tiempo
para bromas, pero enseguida imaginé que mi papá, lejos de molestarse, habría aplaudido
el sarcasmo y solo atiné a sonreír. “Seguro que con eso nos dejan pasar”, dije.
La marcha de simpatizantes abrió paso.
Llegamos a las salas de velación pero una vez ahí,
luego de dejarlo en el sitio tradicional, los tres hermanos presentes
regresamos a casa para cambiarnos de ropa y volver.
En casa, mi pequeña hija, Dalia me recibe con una
sonrisa y una broma. Ya estaba enterada de todo, lloró poco pero, al parecer,
lo necesario. Salió igual o más fuerte que su antecesor, recuerdo que he visto
a mi papá llorar solo una vez y fue cuando yo sufrí un percance que me podía
haber quitado la vida. En cambio, yo, lloro hasta con las películas de Pokemon.
En el momento que escogía mi oscura vestimenta, vi
un reloj y un anillo de Emelec –par de regalos hechos por Robert, uno de mis
mejores amigos-. Mi papá compartió la misma simpatía por el equipo de fútbol
que yo sigo, al que vimos campeón justo el año pasado. Me puse ambos elementos
decorativos entre lágrimas.
De vuelta a las salas de velación. Si bien se hizo
planes para pasar la noche con él, los mayores de la familia nos convencieron
para descansar por unas horas en las respectivas casas. Pasadas las 00:30 del
viernes, regresamos.
A las 07:00 estábamos en camino, otra vez, a la sala
de velación. Una leve lluvia nos acompañó… el cielo amaneció llorando con los
Guerrero.
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