sábado, 1 de febrero de 2014

"Huérfano" (Parte 2)

Lo siguiente -y tradicional- tras la noticia de la muerte de un familiar cercano es conocer cómo se lo velará, qué pasará con sus pertenencias, dónde será su “última morada”.
Solo me importaba lo primero y lo último… El resto no, nunca me interesó, siempre le reproché a mi papá cuando me decía, cuando veía que me preocupaba por él, “no te preocupes, sí estás en el testamento”. Me lo manifestaba riendo, bromeando… siempre fue así, hasta su último minuto consciente, la alegría era su sello característico aunque no siempre fue bien vista.
-Ese sarcasmo… uno de los legados que no morirá en mí-
Mi tío Wacho, uno de los hermanos de mi padre, nos acompañó a mí y Marcos en los trámites. De voz firme, como todos los hermanos Guerrero León, cada vez que hablan parece que están dando una orden. Sin embargo, el buen humor es algo que también comparten con mi papá.
El momento era triste pero mi tío prefería recordar lo alegre que era su hermano. “Seguramente ya armó un hipódromo allá arriba” -una de sus aficiones era las carreras de caballos-. Y comentábamos todas sus figuras. Vaya que nos hizo muchas.
De vuelta en el hospital, nos tocó a mí, Marcos y Cristian, la difícil tarea de vestirlo. “Bien elegante”, solicitó mi tío. Desde luego, siempre le gustó lucir bien, tan así que solo días antes se hizo arreglar el cabello de Mónica.
 Aprovechamos el momento para darle un último abrazo y un beso en la frente. Lo vestimos y dejamos que otros lo colocaran en su ataúd. Me encargaron la tarea, junto a Mónica, de acompañarlo en el vehículo funerario para la –estricta- labor de formolizar el cuerpo. El resto, a las salas de velación a terminar los trámites.
Ni bien salíamos del sector y una marcha de simpatizantes de Viviana Bonilla –aspirante a la Alcaldía- apareció frente a nosotros y se tuvo que bajar la velocidad. “Diles que llevamos a Nebot –contrincante de Bonilla y actual alcalde- para que abran paso”, bromeó uno de la funeraria. El chofer tuvo una mejor ocurrencia. “Abran paso que llevamos al abogado -la profesión que comparten mi padre y el burgomaestre-”, gritó a los transeúntes.
Por un momento, me indigné, no era lugar ni tiempo para bromas, pero enseguida imaginé que mi papá, lejos de molestarse, habría aplaudido el sarcasmo y solo atiné a sonreír. “Seguro que con eso nos dejan pasar”, dije. La marcha de simpatizantes abrió paso.
Llegamos a las salas de velación pero una vez ahí, luego de dejarlo en el sitio tradicional, los tres hermanos presentes regresamos a casa para cambiarnos de ropa y volver.
En casa, mi pequeña hija, Dalia me recibe con una sonrisa y una broma. Ya estaba enterada de todo, lloró poco pero, al parecer, lo necesario. Salió igual o más fuerte que su antecesor, recuerdo que he visto a mi papá llorar solo una vez y fue cuando yo sufrí un percance que me podía haber quitado la vida. En cambio, yo, lloro hasta con las películas de Pokemon.
En el momento que escogía mi oscura vestimenta, vi un reloj y un anillo de Emelec –par de regalos hechos por Robert, uno de mis mejores amigos-. Mi papá compartió la misma simpatía por el equipo de fútbol que yo sigo, al que vimos campeón justo el año pasado. Me puse ambos elementos decorativos entre lágrimas.
De vuelta a las salas de velación. Si bien se hizo planes para pasar la noche con él, los mayores de la familia nos convencieron para descansar por unas horas en las respectivas casas. Pasadas las 00:30 del viernes, regresamos.

A las 07:00 estábamos en camino, otra vez, a la sala de velación. Una leve lluvia nos acompañó… el cielo amaneció llorando con los Guerrero.

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