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Amanecí
sin apetito... más que por la tristeza, por el sánduche con Doritos
y té helado que me tragué a eso de la 01:00. No tenía miedo de
nada, ni de la languidez, tanto así que sin contemplaciones me tomé
una bebida energizante, una de las más letales. Ya escuchaba a mi
papá llamándome la atención por beber “esa porquería”, como
así la llamaba. Así mismo, ya la hubiese respondido: “usted tomó
cosas peores que eso hace años y hasta le advertí lo que podía
pasar”.
Así
nos llevábamos, así nos amamos, a lo “apache”, en ese lenguaje
incomprendido de sarcásticos malcriados...
Conforme
avanzaba la mañana iban apareciendo los familiares y amigos. Yo
estaba atento a la llegada de Solange; entre ella y yo, fuimos los
que más nos aferramos a la “posibilidad mínima”. Debía ser el
primero en abrazarla, lo que al final pasó.
Mi
media hermana no lo aceptaba. Nadie. Lo siguiente que vi fue su
humanidad apoyada en el féretro, tratando de revivir a mi papá a
punta de lágrimas. Yo puse mi parte al verla así de destrozada.
Mientras
los Guerrero Zambrano preferimos estar errantes, deambulando entre
sala y exteriores, Solange -junto a Sidney, los Guerrero Chang- no se
movió de delante de nuestro progenitor por cerca de ocho horas. Era
lo justo, no tuvo la oportunidad de estar con él en los últimos
momentos como sí pudimos sus hermanos menores.
Me
volví a acordar de la frase de Diana, la cual también comenté con
Guillermo, otro de mis mejores amigos... “Huérfano”, me
repetía... Físicamente, tan solo, me consolé. Pensar que con él
comparto el mismo sentimiento que con mi esposa, Tania, y con amigos
como Alex y Nathaly, de perder a la figura que tradicionalmente
obliga a los hijos a ser fuertes.
Yo
procuraba ya no llorar, a mi papá no le gustaba que lo hiciera...
Sí, tuvo sus estigmas como ese de que el llanto equivalía a
debilidad, de que los aretes eran solo para mujeres, y tantos otros.
A uno de mis hermanos le quitó las ganas de ponerse un par de aros
en las orejas, en cambio yo, necio igual que mi padre, me quedé con
mi sensibilidad y las lágrimas siempre disponibles.
Llegaron
Tania y Dalia. Mi hija, lo primero que pidió fue ver a su “Paco”,
como mi papá quiso que lo llamara, igual que sus hijos cuando pedían
el biberón. Siempre nos bromeó con esa figura infantil pero bien
que le ha gustado, lo suficiente como para reeditarla en sus nietos.
Dalia
no lloró, estaba triste, sí, por un buen rato no me dejó de
abrazar. Ya tenía claro que estaba en el cielo, en un lugar mejor.
Lo que seguía sin entender, como muchos, es cómo si se estaba
curando, murió por una enfermedad. Cómo explicar la ironía de los
hechos.
Para
las 16:15, ya estaban todos los que tenían que estar de mi familia.
Quienes no pudieron era porque estaban esperando que nazca un nuevo
miembro -hablando de ironías-. De mis amigos, físicamente, Robert y
Yazmín, virtualmente, yo digo que estaban todos.
Al
final de la misa, ocurrió lo lógico... los hijos de mi padre
desbaratados en lágrimas, yo abracé a mi madre, mi tía Aracelly
también se unió al momento. Fue un abrazo de tres, una tristeza de
centenares... era el momento culminante de la situación. Hora de
llevar el cuerpo de mi padre a su “última morada”.
La
bóveda resultó estar bastante elevada, se requirió una escalera.
Dalia decía que no estaban colocando las flores que le llevó a
Paco. Corrí subiendo escaleras -otras de las cosas que no le gustaba
a papá y que en más de una ocasión me ganó un accidente-, las
flores, donde debían estar. Se cerró la bóveda.
Mi
padre...
Me
quedé con su anillo, se lo dije a mis hermanos, se podían llevar
todo menos eso... De hecho, de sus pertenencias, los hermanos
Guerrero tomamos muy poco, la mayoría de lo material se regaló -mi
padre era de gustos sencillos aunque sofisticados-... Coincidimos en
que no íbamos a pelear por eso, así fue.
Después de todo, fue la primera de sus enseñanzas: “Entre hermanos no se pelea”.
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