Una parada previo a la reunión con mis amigos. Me tocó tomar taxi pero en donde estaba nadie quería detenerse. Un vehículo se estaciona delante de mí, una furgoneta blanca muy reluciente. El chofer me pregunta si quería una carrera e, ignorando la peculiaridad de la situación, accedí.
Una música sonaba en la radio, no la escuchaba pero mi acompañante sí. "Siempre es difícil enamorarse", afirma. Mi observación del paisaje urbano nocturno se interrumpe. No buscaba conversación pero no quise parecer grosero y le tomo atención... El hombre aparentaba tener la edad suficiente para ser mi padre. Podría decirse que me inspiró confianza.
"¿Por qué lo dice?", le contesto.
"La canción... Habla de lo duro que puede ser el amor... Y yo mejor que muchos lo sé". Me sonrío. ¿Qué le podría otorgar tal distinción?
Sostiene el volante con sus muñecas para que las vea. "Por esto lo sé". Un par de cicatrices rectas revelaban que en el algún momento de su vida decidió terminarla.
Me contó que hace pocó la encontró tras una tenaz búsqueda en redes sociales... A esa razón que lo abandonó para buscar una vida mejor, de lujos, con hacienda pero con un esposo que no le daba prioridad.
La cita se pactó en un hotel del suburbio. La intención y el final del hecho va acorde con la lógica de un amor que hasta antes de la reunión nunca se consumó.
Lo hizo contra la voluntad de los padres... Y supongo que el esposo de la dama tampoco hubiese estado de acuerdo. El chofer se sonreía pese a que, posteriormente, nunca volvió a saber de ella. Aquella mujer también quitó todo rastro suyo en las redes sociales.
Me sentí con la confianza de decirle que pudo perderse de eventos hermosos por un momento de furia, de ira, de despecho, quizás algo de cobardía.
En eso, también me sentí más experimentado que muchos.
Llegamos a mi destino pero antes de bajar del vehículo me pregunta si yo alguna vez consideré eso... De quitarme la vida por amor y de hacer todo por la persona que se ama.
Ambas, le contesté... Pero solo una de esas situaciones permite sentirme con vida.
Una vida que vale su tiempo y altibajos. Sus anécdotas e historias... Sus preceptos y enseñanzas.
sábado, 12 de diciembre de 2015
lunes, 16 de noviembre de 2015
Cambio de creencia
Cursaba el segundo año de primaria y aparecían los primeros cuestionamientos al credo con el que me bautizaron. Uno de ellos era muy básico: Si celebramos al Cristo resucitado ¿por qué la insistencia de hacer crucifijos con la imagen de un “dios” bañado en sangre y sufriendo?
Nunca fui un verdadero católico... no al menos en la manera que exigen sus mejores exponentes.
En 2002, ante una crisis muy personal, decidí desafiar al que llaman Dios a que probara su existencia levantándome a una hora de la madrugada. Ocurrió así y -si cabe la frase- extendí la creencia por varios años más.
Pero tal presencia, para efectos prácticos, nunca fue real... lo estoy comprobando actualmente en mi apostasía.
Noto con cierta decepción que el credo al que pertenecí por toda una vida genera más cismas de los que intenta evitar y pese a que su máximo representante flexibiliza la teología tradicional en favor de homosexuales, el radicalismo es algo que se mantiene en la mayoría de sus fieles.
Menos puedo creer en la contradicción de un Dios misericordioso que “castiga”... Lo señala el mismo texto editado en el concilio de Nicea, la Biblia.
Sin embargo, he decidido no llevar abiertamente mi nueva condición. No por miedo sino porque he querido guardar las apariencias ante mi hija.
Mi pequeña aún cree ciegamente en algo que saca lo mejor de ella. ¿Quién soy para cortar las alas a su fe?
Nos amamos... y lo suficiente como para copiar aspectos uno del otro. No quiero que abandone su fe por mis razones.
En esta nueva etapa, la parte más difícil es mantener las críticas al catolicismo frente a mi cónyuge. Ella -admito- lleva su fe mucho mejor que la mayoría de creyentes que conozco pero su vehemencia a veces la hace caer en la intolerancia mas sería injusto etiquetar ese aspecto como virtud o defecto.
La primera misa que tuve que escuchar como ateo también reveló una nueva e interesante perspectiva. Acudí al lugar por petición de mi hija.
En el sitio, empecé a observar cada detalle del culto como si de un paisaje se tratara. Armonías y discordancias, matizadas en un ambiente sereno... a lo mejor hipócrita intuyendo el comportamiento de muchos fieles pero esta parte en particular, al ser mera especulación, no podía distraerme del análisis que hacía ya sin mi mente condicionada a una creencia.
El sermón del párroco... La buena intención prevalecía. Creo que por eso los llamaron "padres", habla como si tratara con sus hijos, exhortando a la buena conducta.
No participé de la misa en el sentido de repetir mecánicamente credos, rezos y saludos. Esa parte ya no me sirve: ni creo en Dios, ni le pido nada a él o sus canonizados.
El único elemento que conservo de mi creencia es la persignación... no por nostalgia sino porque persigue el propósito de conservar apariencias delante de mi prole.
Aunque sí siento que llegará el día en que mi pequeña me pregunte porqué ya no digo "gracias a Dios" después de cada comida... espero entonces que cuente con el criterio suficiente para revelarle mi verdad.
Nunca fui un verdadero católico... no al menos en la manera que exigen sus mejores exponentes.
En 2002, ante una crisis muy personal, decidí desafiar al que llaman Dios a que probara su existencia levantándome a una hora de la madrugada. Ocurrió así y -si cabe la frase- extendí la creencia por varios años más.
Pero tal presencia, para efectos prácticos, nunca fue real... lo estoy comprobando actualmente en mi apostasía.
Noto con cierta decepción que el credo al que pertenecí por toda una vida genera más cismas de los que intenta evitar y pese a que su máximo representante flexibiliza la teología tradicional en favor de homosexuales, el radicalismo es algo que se mantiene en la mayoría de sus fieles.
Menos puedo creer en la contradicción de un Dios misericordioso que “castiga”... Lo señala el mismo texto editado en el concilio de Nicea, la Biblia.
Sin embargo, he decidido no llevar abiertamente mi nueva condición. No por miedo sino porque he querido guardar las apariencias ante mi hija.
Mi pequeña aún cree ciegamente en algo que saca lo mejor de ella. ¿Quién soy para cortar las alas a su fe?
Nos amamos... y lo suficiente como para copiar aspectos uno del otro. No quiero que abandone su fe por mis razones.
En esta nueva etapa, la parte más difícil es mantener las críticas al catolicismo frente a mi cónyuge. Ella -admito- lleva su fe mucho mejor que la mayoría de creyentes que conozco pero su vehemencia a veces la hace caer en la intolerancia mas sería injusto etiquetar ese aspecto como virtud o defecto.
La primera misa que tuve que escuchar como ateo también reveló una nueva e interesante perspectiva. Acudí al lugar por petición de mi hija.
En el sitio, empecé a observar cada detalle del culto como si de un paisaje se tratara. Armonías y discordancias, matizadas en un ambiente sereno... a lo mejor hipócrita intuyendo el comportamiento de muchos fieles pero esta parte en particular, al ser mera especulación, no podía distraerme del análisis que hacía ya sin mi mente condicionada a una creencia.
El sermón del párroco... La buena intención prevalecía. Creo que por eso los llamaron "padres", habla como si tratara con sus hijos, exhortando a la buena conducta.
No participé de la misa en el sentido de repetir mecánicamente credos, rezos y saludos. Esa parte ya no me sirve: ni creo en Dios, ni le pido nada a él o sus canonizados.
El único elemento que conservo de mi creencia es la persignación... no por nostalgia sino porque persigue el propósito de conservar apariencias delante de mi prole.
Aunque sí siento que llegará el día en que mi pequeña me pregunte porqué ya no digo "gracias a Dios" después de cada comida... espero entonces que cuente con el criterio suficiente para revelarle mi verdad.
martes, 15 de septiembre de 2015
Sentir de venganza
La
mirada perdida en medio de la gente que se movilizaba conmigo en
Metrovía, tratando de dominar un sentimiento que había dejado atrás
hace más de dos décadas.
En
aquel entonces, vi con satisfacción cómo la policía se llevaba a
la fuerza a quien alguna vez consideré un pana pero que cometió el
craso error de lastimar a un familiar.
Lo
delaté, era conocido en el barrio que le entraba duro al
microtráfico de la marihuana pero nadie se atrevía a denunciar.
Yo
sí.
Era
el mismo sentimiento de venganza que me invadía... pero este se
generaba por partida doble.
Minutos
antes, me enteraba que mi esposa había sido agredida por una mujer
delgada y piel morena que deambula por el barrio. Normalmente, nadie
la toma en cuenta cuando esta desconocida se pone a hablar y gritar
solo como si le reclamara a alguien.
Desde
luego, no está en sus cabales... ¿Para qué buscarle problema? Pero
ocurría que ella lo buscó.
Sin
razón aparente, le propinó un piedrazo en la espalda a mi señora y
pretendió también agredir a mi hija. Tratando de defender a la
prole, mi mujer recibió rasguños en el rostro.
Un
morador de la zona acudió en su defensa. Tarea difícil pues la
desquiciada -las cosas por su nombre- aguantó más de un palazo con
tal de seguir golpeando.
La
mujer en cuestión tiene como único familiar a un adulto mayor que
por razones que aún no comprendo decidió tomarla por pareja. La
policía del sector conoce que no es la primera vez que agrede pero
se considera inútil ya que tras cada detención, la sueltan a las 48
horas.
Mientras
que el anciano se justifica en que no puede costear los $20 por
sesión que le cuesta realizar un tratamiento.
Caminando
a mi casa, la diviso a lo lejos... con el ánimo de aplicar mi propio
correctivo.
En
el trayecto encuentro una rama bastante recia con una bifurcación
que la hace parecer un tolete. No lo pienso dos veces para cogerla y
me preparo para emular a la Policía Metropolitana en cada metro que
avanzaba.
Golpeó
a mi esposa, trató de golpear a mi hija... ¿Qué tal si emparejamos
las heridas en la espalda y en el rostro?
Estaba
ahí, al pie de un paradero, casi impávida... La tengo frente a
frente y suelto el primer golpe.
Pero
apunté al poste que estaba a un metro de ella.
En
la última milésima de segundo cambié de parecer pero el
sentimiento de venganza no se disipaba. Mantengo el pseudo tolete
contra el poste mientras la miro... ella a mí no. El golpe la asustó
lo suficiente como para que retrocediera y se fuera.
También
me retiro del lugar... No suelto mi arma por aquello de las dudas. Mi
esposa me necesitaba más que la policía preguntándome por qué
golpeaba a una mujer indefensa.
No
valía la pena... la vergüenza... mucho menos el horrible
sentimiento que se apoderó de mí por varios minutos.
Al
día siguiente, mi hija tenía miedo tan solo de ir a la escuela. Le
reitero que gente mala siempre habrá pero que no hay que tenerle
miedo... solo tratar de alejarse de ellas.
Tener
precaución y sentir temor son dos cosas muy distintas.
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