Cursaba el segundo año de primaria y aparecían los primeros cuestionamientos al credo con el que me bautizaron. Uno de ellos era muy básico: Si celebramos al Cristo resucitado ¿por qué la insistencia de hacer crucifijos con la imagen de un “dios” bañado en sangre y sufriendo?
Nunca fui un verdadero católico... no al menos en la manera que exigen sus mejores exponentes.
En 2002, ante una crisis muy personal, decidí desafiar al que llaman Dios a que probara su existencia levantándome a una hora de la madrugada. Ocurrió así y -si cabe la frase- extendí la creencia por varios años más.
Pero tal presencia, para efectos prácticos, nunca fue real... lo estoy comprobando actualmente en mi apostasía.
Noto con cierta decepción que el credo al que pertenecí por toda una vida genera más cismas de los que intenta evitar y pese a que su máximo representante flexibiliza la teología tradicional en favor de homosexuales, el radicalismo es algo que se mantiene en la mayoría de sus fieles.
Menos puedo creer en la contradicción de un Dios misericordioso que “castiga”... Lo señala el mismo texto editado en el concilio de Nicea, la Biblia.
Sin embargo, he decidido no llevar abiertamente mi nueva condición. No por miedo sino porque he querido guardar las apariencias ante mi hija.
Mi pequeña aún cree ciegamente en algo que saca lo mejor de ella. ¿Quién soy para cortar las alas a su fe?
Nos amamos... y lo suficiente como para copiar aspectos uno del otro. No quiero que abandone su fe por mis razones.
En esta nueva etapa, la parte más difícil es mantener las críticas al catolicismo frente a mi cónyuge. Ella -admito- lleva su fe mucho mejor que la mayoría de creyentes que conozco pero su vehemencia a veces la hace caer en la intolerancia mas sería injusto etiquetar ese aspecto como virtud o defecto.
La primera misa que tuve que escuchar como ateo también reveló una nueva e interesante perspectiva. Acudí al lugar por petición de mi hija.
En el sitio, empecé a observar cada detalle del culto como si de un paisaje se tratara. Armonías y discordancias, matizadas en un ambiente sereno... a lo mejor hipócrita intuyendo el comportamiento de muchos fieles pero esta parte en particular, al ser mera especulación, no podía distraerme del análisis que hacía ya sin mi mente condicionada a una creencia.
El sermón del párroco... La buena intención prevalecía. Creo que por eso los llamaron "padres", habla como si tratara con sus hijos, exhortando a la buena conducta.
No participé de la misa en el sentido de repetir mecánicamente credos, rezos y saludos. Esa parte ya no me sirve: ni creo en Dios, ni le pido nada a él o sus canonizados.
El único elemento que conservo de mi creencia es la persignación... no por nostalgia sino porque persigue el propósito de conservar apariencias delante de mi prole.
Aunque sí siento que llegará el día en que mi pequeña me pregunte porqué ya no digo "gracias a Dios" después de cada comida... espero entonces que cuente con el criterio suficiente para revelarle mi verdad.
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