martes, 15 de septiembre de 2015

Sentir de venganza

La mirada perdida en medio de la gente que se movilizaba conmigo en Metrovía, tratando de dominar un sentimiento que había dejado atrás hace más de dos décadas.
En aquel entonces, vi con satisfacción cómo la policía se llevaba a la fuerza a quien alguna vez consideré un pana pero que cometió el craso error de lastimar a un familiar.
Lo delaté, era conocido en el barrio que le entraba duro al microtráfico de la marihuana pero nadie se atrevía a denunciar.
Yo sí.
Era el mismo sentimiento de venganza que me invadía... pero este se generaba por partida doble.
Minutos antes, me enteraba que mi esposa había sido agredida por una mujer delgada y piel morena que deambula por el barrio. Normalmente, nadie la toma en cuenta cuando esta desconocida se pone a hablar y gritar solo como si le reclamara a alguien.
Desde luego, no está en sus cabales... ¿Para qué buscarle problema? Pero ocurría que ella lo buscó.
Sin razón aparente, le propinó un piedrazo en la espalda a mi señora y pretendió también agredir a mi hija. Tratando de defender a la prole, mi mujer recibió rasguños en el rostro.
Un morador de la zona acudió en su defensa. Tarea difícil pues la desquiciada -las cosas por su nombre- aguantó más de un palazo con tal de seguir golpeando.
La mujer en cuestión tiene como único familiar a un adulto mayor que por razones que aún no comprendo decidió tomarla por pareja. La policía del sector conoce que no es la primera vez que agrede pero se considera inútil ya que tras cada detención, la sueltan a las 48 horas.
Mientras que el anciano se justifica en que no puede costear los $20 por sesión que le cuesta realizar un tratamiento.
Caminando a mi casa, la diviso a lo lejos... con el ánimo de aplicar mi propio correctivo.
En el trayecto encuentro una rama bastante recia con una bifurcación que la hace parecer un tolete. No lo pienso dos veces para cogerla y me preparo para emular a la Policía Metropolitana en cada metro que avanzaba.
Golpeó a mi esposa, trató de golpear a mi hija... ¿Qué tal si emparejamos las heridas en la espalda y en el rostro?
Estaba ahí, al pie de un paradero, casi impávida... La tengo frente a frente y suelto el primer golpe.
Pero apunté al poste que estaba a un metro de ella.
En la última milésima de segundo cambié de parecer pero el sentimiento de venganza no se disipaba. Mantengo el pseudo tolete contra el poste mientras la miro... ella a mí no. El golpe la asustó lo suficiente como para que retrocediera y se fuera.
También me retiro del lugar... No suelto mi arma por aquello de las dudas. Mi esposa me necesitaba más que la policía preguntándome por qué golpeaba a una mujer indefensa.
No valía la pena... la vergüenza... mucho menos el horrible sentimiento que se apoderó de mí por varios minutos.
Al día siguiente, mi hija tenía miedo tan solo de ir a la escuela. Le reitero que gente mala siempre habrá pero que no hay que tenerle miedo... solo tratar de alejarse de ellas.

Tener precaución y sentir temor son dos cosas muy distintas.

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