martes, 14 de junio de 2016

Sin etiquetas

"Un 'No Creyente' es aquella persona que independientemente de su Fe, razonamiento o sentimientos, ama a todas las religiones sin ofender a quienes las practican. Es respetuoso de todos sus ritos e incluso participa de ellos como uno mas del grupo". (Tomado de Internet)
Aunque me siento con un peso menos tras permitir que muchos conozcan de mi apostasía, no deja de llamarme la atención la reputación que los ateos tienen dentro de la sociedad, al punto que el concepto de 'no creyente' suena más conciliador.
'No creyente', según uno de tantos conceptos que he leído, puede incluir a los ateos, agnósticos y deístas. Todos tienen algo en común: No creen en ninguna de las religiones.
Al rechazar que existen dioses, tomé la decisión de obtener mayor control de mi vida sin depender más que de mí mismo. No veo porqué eso deba implicar la burla o rechazo a todo lo que tenga que ver con deidades.
De igual forma, no veo porqué a los creyentes les resulta tan malo que alguien decida no aceptar la presencia de su dios (llámese Yavé o Jehová). A tal grado que la primera reacción ante una apostasía sea explayarse en versículos bíblicos.
Recientemente, tuve la oportunidad de revelar mi condición filosófica a una religiosa. De entrada decidí exponerme usando la etiqueta de 'ateo' aunque públicamente he rechazado llevar tal rótulo sobre la frente.
Sin embargo, tampoco estoy convencido del 'no creyente' para definir mi postura. Lo mío es el ánimo de tolerancia y respeto hacia los criterios que no coincidan con mi filosofía de vida... No amor hacia las religiones.
Admito que exponerme ante un grupo de personas por una pregunta capciosa fue algo que me tomó por sorpresa y escogí lo primero que vino a mi mente: Soy ateo.
Siempre he creido en la espontaneidad, más aún dentro de las respuestas porque implica un mayor grado de sinceridad que cuando te pones a escoger cual sería la mejor contestación.
Pero percibo tanto facilismo dentro del ateísmo... tanta intransigencia, tanto desdén... Tanto negativismo.
Mas parece que soy eso: un no creyente ateo... Si más fácil le resulta a la sociedad decirme ateo, no tengo problema con eso.
Tomé mis decisiones, no creo que sea fácil encasillarlas. Si pueden conceptualizarlas, son libres de intentarlo aunque prefiero irme tal cual llegué a este mundo... desnudo y sin etiquetas.

viernes, 6 de mayo de 2016

A la opinión Feisbuquera

(Prometo utilizar las palabras más amables que se me ocurran)
Noté con una mezcla de sorpresa, tristeza y enojo la conmoción que causó en las últimas horas un reciente comentario mío citando mi ateísmo.
Lo cuestionable no es que se hayan sorprendido sino que, en contados casos, ha parecido inverosímil, extraño, "malo" y hasta inaceptable.
Y en ese torbellino de opiniones también tuve que manifestar mi enojo contra la persona que menos se lo merecía: mi esposa. Ella, quien aprendió en el seno familiar que se puede convivir con creencias y no creencias.
No voy a ocultar ni disculparme por lo que hice porque bien justificado y realizado está, todo ocurre con un objetivo y esta situación no fue la excepción.
Sin embargo, quiero dejar sentada una inquietud. ¿Tan desubicado resulta que yo elija conocer y creer lo que yo quiera?
Mi afán es ese: conocer, sentir, vivir sin más límites que los que yo establezca.
No tengo interés en llevar más etiquetas que mis apellidos y mi afinidad con Emelec. Si por default tengo que convivir con la de ateo, la acepto, pero honestamente ni esa me interesa porque tal como se lleva esa condición, donde la mayoría de sus adherentes degradan la opinión ajena, me resulta vacía.
Es evidente también que muchos tienen problemas de tolerancia con los criterios contrarios y conflictivos con sus causas ideológicas. Quieren percibir las cosas así, por mí bien, cada quien con su código de felicidad, moral y ética.
Por mi lado, seguiré siendo el de siempre, el que le gusta leer -aún los libros teológicos y cristianos-, el amigo leal, el compañero solidario, el emelecista cuasifanático, el hermano amoroso, el primo chistoso, el sobrino que "defiende lo indefendible", el hijo "inteligente pero necio"...
...El esposo y padre.
Mientras mi ciclo biológico y las circunstancias así lo permitan.

miércoles, 20 de abril de 2016

Tiempo de reconstruir

A estas alturas, no recuerdo qué película estaría viendo a las 19:30 del sábado 16 de abril pero tendría que haber sido demasiado buena como para pretender ignorar el movimiento oscilatario que de repente empecé a percibir en la habitación donde me encontraba, en la casa de mi suegra en Babahoyo.
Nuestro país, el de la zona volcánica, el de las placas tectónicas... "Es un temblor más que ya mismo pasará", pensé. Pero no, no desapareció en el lapso que esperaba. De hecho, incrementó su intensidad a tal punto que no me permitió moverme con facilidad en el momento en que decidí buscar algún lugar seguro que segundos antes preferí ignorar.
Mientras bajaba las escaleras, un apagón repentino incrementó mis temores. El sismo no paraba, ni siquiera bajaba su magnitud.
Una vez en planta baja, vi a la gente asustada en la calle. Pregunté a mi cuñada por mi esposa e hija y resultó que minutos antes habían salido de compras a un supermercado. El pánico comenzaba a apoderarse de mi ánimo.
Finalmente, el temblor se detuvo. Algunos motociclistas encendieron las luces de sus vehículos para alumbrar la calle. Los propietarios de negocios optaron por cerrar sus locales. Un improvisado estado de sitio se apoderó del corazón comercial de la capital riosense.
No mucho después aparecieron mi esposa y mi hija. Abracé a mi pequeña. Le decía que ya lo peor había pasado... ignorando aún las consecuencias del suceso.
Luego mi celular empezó a timbrar. A cada segundo, algún mensaje de Whatsapp daba detalles de lo ocurrido. Me cercioré que mis seres queridos estaban bien aunque recién pude estar tranquilo dos horas después cuando todos se reportaron.
Han pasado casi cinco días de los sucesos. La tristeza y la impotencia son sentimientos que no terminan de disiparse.
Cantones de las provincias de Esmeraldas, Manabí, Santo Domingo, Los Ríos y Guayas resultaron afectados. Poblaciones de riqueza histórica, turística y cultural quedaron reducidas a escombros. Los muertos se contabilizan por cientos; los damnificados, por miles.
Sin embargo, pese a todo reconforta la movilización masiva para entregar ayuda. No hay una sola persona, entre mis amigos y familiares, que no haya aportado. Se organizan, canalizan alimentos, medicinas y agua, informan sobre lo que se requiere para apoyar... La logística desplegada no deja de impresionarme.
Desde mi sencillo escritorio, hago mi parte, compartiendo información útil. De momento, tan solo puedo seguir con mi trabajo.
Lo peor ya pasó. Es hora de reconstruir.

viernes, 8 de enero de 2016

Pasiones históricas

Comenzó la década de 1930 y Guayaquil no era la misma. Eran los primeros años de existencia de aficiones y empatías que no tardarían mucho en teñir a la ciudad en dos colores ajenos a su bandera pero que ya estaban plasmados en el tricolor patrio.
En principio la pasión estaba dormida. No había razón aún para el cruce intransigente de argumentos de los hinchas defensores de dos equipos nacidos entre los astilleros. Pero bastó el primer encuentro para encaminar las simpatías y antipatías de miles de guayaquileños... de millones de ecuatorianos.
Entre los rivales, el que nació primero terminó siendo el más popular, no solo de su lugar natal sino del país. Dio la primera estocada con un 4-3 y enseguida enamoró a muchos. Era el equipo del pueblo, el de poco presupuesto que ganaba a quienes llegaban con mejores facilidades económicas.
El equipo más joven en antigüedad perdió el primer encuentro, cierto, pero ganó aquellos en los que su rival estaba obligado más que ningún otro a ganar. Dejar que la visita haga vuelta olímpica en la nueva casa y perder una final inédita son cosas que el hermano mayor difícilmente olvidará.
Ya para finales de la década de 1940, la rivalidad tenía nombre y apellido: Clásico del Astillero. Las pasiones trascendieron a Guayaquil a tal punto que no dejaron rincón en el país sin hablar, sin pensar en amarillo y azul.
Se gestan los logros, los hitos, las leyendas y los nombres que sustentan las razones para seguir a uno de los equipos. Los argumentos no faltan para sostener hasta la última gota de la garganta que el equipo que se ama es mejor que el otro.
Que uno consiguió la Hazaña de la Plata, las finales de copa Libertadores y que aún es el mayor monarca con 14 coronas nacionales. Que 'Pajarito' Cantos, 'El artista' Ephanor, 'Mormón' Montanero, 'El Frentón' Muñoz, 'Kitu' Díaz, Chuchuca, Luciano Macías, Lecaro, Trobbiani y Uquillas crearon las mejores historias.
Mientras que los otros sostienen que son el Primer Campeón Nacional, con más goleadas al rival de barrio y mejor ubicado en ranking internacionales. Que el 'Tano' Liciardi, 'El Flaco' Raffo, 'Cuchillo' Fernández, 'Spiderman' Tenorio, 'Nine' Kaviedes, Mina, Beninca, Capurro, Juárez y Bolaños son únicos e irrepetibles.
Lo cierto es que cualquier cancha es chica para contener sus batallas. Sea dentro o fuera del país, en cada contienda se sueña, se espera y se teme a ese gol que provoca la euforia de unos y la desesperación de otros.
Cada partido olvida qué tan herido o crecido llega el contrincante. No importa si eres Vicecampeón de América, si eres candidato fijo a la corona, si juegas con suplentes o si tienes al goleador del campeonato en tu plantilla...
En un Clásico del Astillero, las excusas no están permitidas.