miércoles, 20 de abril de 2016

Tiempo de reconstruir

A estas alturas, no recuerdo qué película estaría viendo a las 19:30 del sábado 16 de abril pero tendría que haber sido demasiado buena como para pretender ignorar el movimiento oscilatario que de repente empecé a percibir en la habitación donde me encontraba, en la casa de mi suegra en Babahoyo.
Nuestro país, el de la zona volcánica, el de las placas tectónicas... "Es un temblor más que ya mismo pasará", pensé. Pero no, no desapareció en el lapso que esperaba. De hecho, incrementó su intensidad a tal punto que no me permitió moverme con facilidad en el momento en que decidí buscar algún lugar seguro que segundos antes preferí ignorar.
Mientras bajaba las escaleras, un apagón repentino incrementó mis temores. El sismo no paraba, ni siquiera bajaba su magnitud.
Una vez en planta baja, vi a la gente asustada en la calle. Pregunté a mi cuñada por mi esposa e hija y resultó que minutos antes habían salido de compras a un supermercado. El pánico comenzaba a apoderarse de mi ánimo.
Finalmente, el temblor se detuvo. Algunos motociclistas encendieron las luces de sus vehículos para alumbrar la calle. Los propietarios de negocios optaron por cerrar sus locales. Un improvisado estado de sitio se apoderó del corazón comercial de la capital riosense.
No mucho después aparecieron mi esposa y mi hija. Abracé a mi pequeña. Le decía que ya lo peor había pasado... ignorando aún las consecuencias del suceso.
Luego mi celular empezó a timbrar. A cada segundo, algún mensaje de Whatsapp daba detalles de lo ocurrido. Me cercioré que mis seres queridos estaban bien aunque recién pude estar tranquilo dos horas después cuando todos se reportaron.
Han pasado casi cinco días de los sucesos. La tristeza y la impotencia son sentimientos que no terminan de disiparse.
Cantones de las provincias de Esmeraldas, Manabí, Santo Domingo, Los Ríos y Guayas resultaron afectados. Poblaciones de riqueza histórica, turística y cultural quedaron reducidas a escombros. Los muertos se contabilizan por cientos; los damnificados, por miles.
Sin embargo, pese a todo reconforta la movilización masiva para entregar ayuda. No hay una sola persona, entre mis amigos y familiares, que no haya aportado. Se organizan, canalizan alimentos, medicinas y agua, informan sobre lo que se requiere para apoyar... La logística desplegada no deja de impresionarme.
Desde mi sencillo escritorio, hago mi parte, compartiendo información útil. De momento, tan solo puedo seguir con mi trabajo.
Lo peor ya pasó. Es hora de reconstruir.

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