Nunca he preferido la belleza por sobre la inteligencia. Mi primer amor platónico –incluso antes que Lucerito- fue una maestra de escuela. De acuerdo, poco original. Empero yo me fijé más en la docente que en la mujer. Hoy, sin embargo, tengo la satisfacción de tener por esposa alguien que por igual estimula mi vista e intelecto.
Tania… Partiendo de su origen ruso, donde significa “Bella Princesa”, estuvo muy bien elegido el nombre. No me fijé de buenas a primeras en ella, de hecho nunca estuvo en mi planes como pareja cuando la conocí como compañera de estudio en 2003.
Será –puede ser- porque ni siquiera tenía el ánimo de buscar enamorada. Era un momento de mi vida en la que iba “con parches, dos fantasmas y con ángeles caídos”. O sea, decepcionado del superficialismo con que algunas féminas, en las que invertí tiempo, paciencia y letras, tomaban la relación de pareja.
En el momento en que, junto a otras compañeras –hoy amigas-, me invitaron a formar parte de un grupo de investigación, sería el primer minuto, luego de días de compañerismo, que me fijé en ella como alguien con quien valdría la pena un intento.
Un beso, uno que solicité al final de un día de paseo no programado y después de un trabajo académico, fue el inicio de toda una historia que aún no termina. Algunos en el curso no nos daban más de 2 meses por lo inesperado del asunto... y porque ambos estábamos en la mira de otras personas.
Han pasado casi 6 años en la que hemos tenido toda una gama de situaciones para poner a prueba nuestro amor. Una de ellas aún tiene sus huellas y otra –por poco- pareció el final de la historia.
Tenemos ahora una hija que al mismo tiempo es firma y testimonio de lo que yo siento por Tania. La verdadera aventura del amor apenas ha empezado.
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