martes, 29 de diciembre de 2009

2009: Hechos y remakes



Este año que termina se lleva consigo muchas lecciones en varios ámbitos. Siendo periodista, o más bien trabajando como tal -falta el título-, trato de enfocar las cosas de la manera más coherente y detallada posible.
Algunos fueron inéditos, otros no fueron más que remakes de eventos anteriores. Unos previsibles, otros se pasaron por descuido.
Recibí el año con trabajo forzado. No porque tuviese turno sino por una trasnochada en casa de un buen amigo. Un hecho por demás curioso y que me gusta recordar. Si bien hubo situaciones ásperas, aquello demostró que solo cuando se quiere se mantiene el control de la situación.
Al mes siguiente, por vez primera, quedé a cargo de dos áreas asignadas a mi editora en jefe debido a sus vacaciones. Difícil y enriquecedor -como muchas de las cosas en esta labor-. Hubo momentos de una presión tal que llegué a pensar que la responsabilidad encomendada me quedó grande.
Pareciera que marzo fue el más tranquilo del año. Un periodo al cual dediqué una reflexión amplia sobre lo conseguido. La confianza de mis superiores, mi esposa, mi hija. Sin embargo, la incertidumbre sobre la estabilidad de la situación me hizo dudar sobre su futuro... y el mío.
En el mes de mi cumpleaños, comencé a explotar mi lado fotográfico. La perspectiva de un entendido de la materia permitió que saboreara la espontaneidad de un momento antes que la pose... Aunque, definitivamente, algunas poses se quedaron en la retina.
Antes de llegar a la mitad del año, la presión fue en aumento, tanto por mis deberes como padre de familia y comunicador. Casi vaticinando situaciones posteriores.
Llegado el sexto mes, empecé a apoyar a Tania con un negocio en la casa donde vivíamos. Admito que me puse algo egoísta al principio pero el tiempo supo demostrarme -y recordarme- que soy afortunado por tener como pareja alguien que se destaca en lo que se proponga.
El mes de julio fue agridulce. Por un lado, el bautizo de Dalia, un evento que contó con amplia participación de las familias Guerrero y González. Por otro, mi primer roce con mis parientes políticos desde que me casé con Tania. Tuvo que pasar mucha agua por debajo del puente.
En agosto, mil ojos sobre mí. Hasta este mes, no me había percatado de lo pendiente que algunos están de mi trabajo diario. Mi cambio de domicilio también develó otras vigilancias.
Septiembre... la antesala de un evento que quisiera olvidar pero que debo tener presente. Fue mi descuido permitir que, a estas alturas de mi vida, un miembro de mi familia siga tratándome como a un niño.
Siguió el mes que para muchos es de las brujas... para mí fue el de los fantasmas. Un cruce verbal amenazó con destruir lo conseguido. El hecho tuvo tantas retaliaciones que, pese a mis esfuerzos, mi trabajo se vio afectado. Fue casi como ingerir veneno... perdí ánimos de seguir adelante y, en la supervivencia, quedaron huellas en el interior.
La reconstrucción llegó en el penúltimo mes del año. El primer aniversario de vida de Dalia fue prioridad y, felizmente, cuenta con el suficiente amor espiritual que no se hace necesaria la presencia física... aunque algunas faltaron. Para este momento, había derramado las lágrimas suficientes para levantar barreras. Tengo identificado a responsables -yo, inclusive- de mi dolor... pero ni proponiéndolo a mi orgullo soy capaz de guardar rencor. En la idiotez temporal no caben las iniciativas.
Diciembre, mes de reflexión obligatoria. Aumentaron las estrellas en el cielo y los legados en tierra. Pese a que no compartí -pero comprendí- parte del contexto de un discurso navideño, debo rescatar el hecho de que hay que estar pendientes de los valores que estamos heredando a la nueva generación.
La herencia... he ahí la cuestión. Espero que 2010 traiga consigo más y mejores elementos para tal cometido.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Lo que las lágrimas hacen ver...



Tiempo de reflexión... ¿Cuáles momentos deben considerarse como tales?
¿Se los escoge? ¿Tenemos derecho entonces a ser irreflexivos en alguna ocasión?
Año tras año es la misma frase publicitaria repetida hasta el insulto en los medios de comunicación.
Pero no soy quién para venir a dar clases de moral... estoy seguro que nadie sobre esta tierra.
Es loable el intento de serlo. Pese a que lo decente es tener solo una oportunidad, lo que más tenemos es eso, y con infinita misercordia. Muchas piedras, muchas lecciones.
Tropezamos, nos levantamos... por lo menos habemos quienes no nos gusta permanecer en el suelo. Empero, mientras más fuerte intenta volverse uno, mayor es la prueba para verificar el temple del espíritu.
He fallado y en más de una ocasión. Lo que es peor es que, si de gremio se tratara, no estoy solo.
¿Y quién nos dice, en acto flagrante, que estamos mal? ¿La voz de la conciencia es menos que cualquiera de estos momentos?
Sí, por lo menos, me gustaría ver cuántos se conmueven si agreden a un ser humano, si los castigan inmisericordemente, sin más pecado que el no estar de acuerdo con un sistema.
Aunque sea por una ficción que refleje ello... Una que a través del mar de mis ojos, jugó con mis lentes y el brillo de una pequeña bombilla y formó un halo de luz sobre la imagen de quien interpretaba a aquel humilde carpintero de Galilea, bañado en sangre y lleno de laceraciones, camino al Gólgota.
No, no es la primera vez que veo la película y las lágrimas son menos que originales. Lo que incomoda es que en cada ocasión tengo muchos motivos para ponerme triste.
Duele más siendo padre... ¿Quién sería capaz de sacrificar su idea feliz por salvar a muchos que quizás ni se enteran de la acción?
Un doble dolor. Por un lado, alguien pagó el precio de nuestros pecados. Fue capaz de soportar una castigo infrahumano por nosotros. Por otro, en medio de la vanidad, la humanidad parece cada vez menos dispuesta a reconocer las fallas y cambiar su modo de vivir.
Credos por aquí, religiones por allá... todos pregonando su verdad, perdón, interpretación de la Biblia. Cada grupo nació de la percepción de una sola persona.
El mensaje fue tan simple: “Amaos los unos a los otros, como yo los he amado”... pero, ¿qué tanto nos deja cumplir esto el orgullo y otras superficialidades?
Nos podemos equivocar... somos humanos... y así mismo, hay que saber perdonar.
Es el amor que damos, lo que al final cuenta.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Paso a paso



En medio del apagón de las 18 horas, un 2 de diciembre de 2009, mi pequeña Dalia dio sus primeros pasos en firme. Toda una sorpresa, ella conoce de mi llegada a la casa y en cuanto abrí la puerta, se desprendió de las manos de la madre para, en cuatro movimientos de piernas, llegar hasta mí.
Una sonrisa, balbuceos y risas en cuanto llegó a su destino. Estaba emocionada, no era para menos. Ella, ansiosa de descubrir el mundo que le rodea, experimentó un cambio radical que le permitía ampliar sus posibilidades de búsqueda. Adiós al andador de cuatro ruedas y a los límites.
Para Tania y yo, también representa un cambio radical: Mayor atención de la acostumbrada. El que Dalia camine implica que la vigilancia aumentará porque querrá coger e investigar todo... sin límites.
El mérito es de la madre, sin duda. Pendiente de todo. Rara es la vez que se le pasa algo por alto.
Y sí... algo se pasó por alto. Ha pasado algo más de un año desde que Dalia decidió que el seno de la madre no tenía imitaciones sintéticas y, por tanto, nada más importaba. Dentro del siguiente año deberá acostumbrarse a lo artificial... he ahí el dilema.
Tania cada vez está más cerca de retomar sus actividades periodísticas. En honor a la verdad, será un paso igualmente difícil desprenderse de nuestra florecita.
El primer día que intentamos la operación “Destete” fue bastante duro, para los tres. Finalmente, se tomó un biberón... pero mediante cucharadas.
Terminada la tarea, mi esposa se emocionó con la idea de que el fruto de su vientre estaba aproximándose a su total independencia. Lo percibí como un “sí pero no”... sí, era necesario dar el paso... no, el vínculo físico-afectivo no debía romperse.
Son cambios importantes... y los tenemos que asimilar y ejecutar poco a poco.
Es un recorrido de tres.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Amistad probada



Marzo de 2007. Probablemente sería la primera vez que vería a Susana Rentería Díaz, en aquel entonces, una estudiante de periodismo trabajando para El Telégrafo. Recuerdo también que hubo una intención por parte de ella para socializar. Ella es así, por instinto, y confía en él para dirigir la palabra.
No puedo asegurar el momento exacto en que la vi... el mundo de los comunicadores sociales es tan pequeño y puede que la haya visto antes.
Fue apenas un mes de prueba, me fui sin garantías de regresar pero con una buena recomendación laboral. El Telégrafo pasaba por una transición polémica. El cambio de directiva representó una oportunidad de regresar y lo intenté. Era agosto del mismo año.
Durante la primera semana, ella estaba de vacaciones. Me senté a lado de una de sus amistades: Stalin Miranda, él es un poco más reservado y desconfiado, sin por ello dejar de entrar en conversaciones amenas e informales.
Casi no tuve roce con él al principio. Susana, a su regreso, se convirtió en el nexo y no podría definir el momento preciso en que tomé confianza con los dos. La amistades nacen tan espontáneamente que es difícil registrar las primeras circunstancias.
Este lazo tuvo su primera prueba a los pocos días de nacer. Mi primer sueldo era superior al de ellos y un vocero de su generación lo sacó a la luz. Yo no podía revelarlo justamente por recomendación de mi superior y accedí porque me aseguró que era temporal (y fue así).
Difícil olvidar ese par de miradas, posterior a la noticia. Si bien tenía razones válidas, no fue sencillo manejar ese sentimiento con sabor a traición y deslealtad. Ellos apenas comenzaban a conocerme y yo a ellos. ¿Cómo saber si en el futuro no se repetiría?
Por divina gracia, ninguno de los tres es intransigente. Apelé a una oportunidad de explicarlo todo y fui escuchado. No sé que habrán pensado inmediatamente pero lo que contó fue su apertura.
La situación no hizo otra cosa que mostrar nuestro nivel para llevar una amistad.
Después, el movimiento de puestos, responsabilidades y otras oportunidades terminaron por desintegrar al equipo de política que formamos Susy, Stanlin, yo, y nuestro superior inmediato Xavier Manrique.
Hoy, no tengo a ninguno de los dos a la vista. Uno, más lejos que el otro. Pero a pesar del tiempo mantenemos una tradición: una foto para el recuerdo en cada encuentro.
Buenos recuerdos, por cierto.