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Marzo de 2007. Probablemente sería la primera vez que vería a Susana Rentería Díaz, en aquel entonces, una estudiante de periodismo trabajando para El Telégrafo. Recuerdo también que hubo una intención por parte de ella para socializar. Ella es así, por instinto, y confía en él para dirigir la palabra.
No puedo asegurar el momento exacto en que la vi... el mundo de los comunicadores sociales es tan pequeño y puede que la haya visto antes.
Fue apenas un mes de prueba, me fui sin garantías de regresar pero con una buena recomendación laboral. El Telégrafo pasaba por una transición polémica. El cambio de directiva representó una oportunidad de regresar y lo intenté. Era agosto del mismo año.
Durante la primera semana, ella estaba de vacaciones. Me senté a lado de una de sus amistades: Stalin Miranda, él es un poco más reservado y desconfiado, sin por ello dejar de entrar en conversaciones amenas e informales.
Casi no tuve roce con él al principio. Susana, a su regreso, se convirtió en el nexo y no podría definir el momento preciso en que tomé confianza con los dos. La amistades nacen tan espontáneamente que es difícil registrar las primeras circunstancias.
Este lazo tuvo su primera prueba a los pocos días de nacer. Mi primer sueldo era superior al de ellos y un vocero de su generación lo sacó a la luz. Yo no podía revelarlo justamente por recomendación de mi superior y accedí porque me aseguró que era temporal (y fue así).
Difícil olvidar ese par de miradas, posterior a la noticia. Si bien tenía razones válidas, no fue sencillo manejar ese sentimiento con sabor a traición y deslealtad. Ellos apenas comenzaban a conocerme y yo a ellos. ¿Cómo saber si en el futuro no se repetiría?
Por divina gracia, ninguno de los tres es intransigente. Apelé a una oportunidad de explicarlo todo y fui escuchado. No sé que habrán pensado inmediatamente pero lo que contó fue su apertura.
La situación no hizo otra cosa que mostrar nuestro nivel para llevar una amistad.
Después, el movimiento de puestos, responsabilidades y otras oportunidades terminaron por desintegrar al equipo de política que formamos Susy, Stanlin, yo, y nuestro superior inmediato Xavier Manrique.
Hoy, no tengo a ninguno de los dos a la vista. Uno, más lejos que el otro. Pero a pesar del tiempo mantenemos una tradición: una foto para el recuerdo en cada encuentro.
Buenos recuerdos, por cierto.
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