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En medio del apagón de las 18 horas, un 2 de diciembre de 2009, mi pequeña Dalia dio sus primeros pasos en firme. Toda una sorpresa, ella conoce de mi llegada a la casa y en cuanto abrí la puerta, se desprendió de las manos de la madre para, en cuatro movimientos de piernas, llegar hasta mí.
Una sonrisa, balbuceos y risas en cuanto llegó a su destino. Estaba emocionada, no era para menos. Ella, ansiosa de descubrir el mundo que le rodea, experimentó un cambio radical que le permitía ampliar sus posibilidades de búsqueda. Adiós al andador de cuatro ruedas y a los límites.
Para Tania y yo, también representa un cambio radical: Mayor atención de la acostumbrada. El que Dalia camine implica que la vigilancia aumentará porque querrá coger e investigar todo... sin límites.
El mérito es de la madre, sin duda. Pendiente de todo. Rara es la vez que se le pasa algo por alto.
Y sí... algo se pasó por alto. Ha pasado algo más de un año desde que Dalia decidió que el seno de la madre no tenía imitaciones sintéticas y, por tanto, nada más importaba. Dentro del siguiente año deberá acostumbrarse a lo artificial... he ahí el dilema.
Tania cada vez está más cerca de retomar sus actividades periodísticas. En honor a la verdad, será un paso igualmente difícil desprenderse de nuestra florecita.
El primer día que intentamos la operación “Destete” fue bastante duro, para los tres. Finalmente, se tomó un biberón... pero mediante cucharadas.
Terminada la tarea, mi esposa se emocionó con la idea de que el fruto de su vientre estaba aproximándose a su total independencia. Lo percibí como un “sí pero no”... sí, era necesario dar el paso... no, el vínculo físico-afectivo no debía romperse.
Son cambios importantes... y los tenemos que asimilar y ejecutar poco a poco.
Es un recorrido de tres.
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