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Este año que termina se lleva consigo muchas lecciones en varios ámbitos. Siendo periodista, o más bien trabajando como tal -falta el título-, trato de enfocar las cosas de la manera más coherente y detallada posible.
Algunos fueron inéditos, otros no fueron más que remakes de eventos anteriores. Unos previsibles, otros se pasaron por descuido.
Recibí el año con trabajo forzado. No porque tuviese turno sino por una trasnochada en casa de un buen amigo. Un hecho por demás curioso y que me gusta recordar. Si bien hubo situaciones ásperas, aquello demostró que solo cuando se quiere se mantiene el control de la situación.
Al mes siguiente, por vez primera, quedé a cargo de dos áreas asignadas a mi editora en jefe debido a sus vacaciones. Difícil y enriquecedor -como muchas de las cosas en esta labor-. Hubo momentos de una presión tal que llegué a pensar que la responsabilidad encomendada me quedó grande.
Pareciera que marzo fue el más tranquilo del año. Un periodo al cual dediqué una reflexión amplia sobre lo conseguido. La confianza de mis superiores, mi esposa, mi hija. Sin embargo, la incertidumbre sobre la estabilidad de la situación me hizo dudar sobre su futuro... y el mío.
En el mes de mi cumpleaños, comencé a explotar mi lado fotográfico. La perspectiva de un entendido de la materia permitió que saboreara la espontaneidad de un momento antes que la pose... Aunque, definitivamente, algunas poses se quedaron en la retina.
Antes de llegar a la mitad del año, la presión fue en aumento, tanto por mis deberes como padre de familia y comunicador. Casi vaticinando situaciones posteriores.
Llegado el sexto mes, empecé a apoyar a Tania con un negocio en la casa donde vivíamos. Admito que me puse algo egoísta al principio pero el tiempo supo demostrarme -y recordarme- que soy afortunado por tener como pareja alguien que se destaca en lo que se proponga.
El mes de julio fue agridulce. Por un lado, el bautizo de Dalia, un evento que contó con amplia participación de las familias Guerrero y González. Por otro, mi primer roce con mis parientes políticos desde que me casé con Tania. Tuvo que pasar mucha agua por debajo del puente.
En agosto, mil ojos sobre mí. Hasta este mes, no me había percatado de lo pendiente que algunos están de mi trabajo diario. Mi cambio de domicilio también develó otras vigilancias.
Septiembre... la antesala de un evento que quisiera olvidar pero que debo tener presente. Fue mi descuido permitir que, a estas alturas de mi vida, un miembro de mi familia siga tratándome como a un niño.
Siguió el mes que para muchos es de las brujas... para mí fue el de los fantasmas. Un cruce verbal amenazó con destruir lo conseguido. El hecho tuvo tantas retaliaciones que, pese a mis esfuerzos, mi trabajo se vio afectado. Fue casi como ingerir veneno... perdí ánimos de seguir adelante y, en la supervivencia, quedaron huellas en el interior.
La reconstrucción llegó en el penúltimo mes del año. El primer aniversario de vida de Dalia fue prioridad y, felizmente, cuenta con el suficiente amor espiritual que no se hace necesaria la presencia física... aunque algunas faltaron. Para este momento, había derramado las lágrimas suficientes para levantar barreras. Tengo identificado a responsables -yo, inclusive- de mi dolor... pero ni proponiéndolo a mi orgullo soy capaz de guardar rencor. En la idiotez temporal no caben las iniciativas.
Diciembre, mes de reflexión obligatoria. Aumentaron las estrellas en el cielo y los legados en tierra. Pese a que no compartí -pero comprendí- parte del contexto de un discurso navideño, debo rescatar el hecho de que hay que estar pendientes de los valores que estamos heredando a la nueva generación.
La herencia... he ahí la cuestión. Espero que 2010 traiga consigo más y mejores elementos para tal cometido.
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