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Viene a mi memoria una propaganda televisiva... si hay algo en lo que se esmeraba la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, allá por la década de 1980, era en cuñas donde transmitían buenos mensajes sobre cómo debe desenvolverse una persona, éticamente hablando.
La del niño que comienza diciendo: “Mi papi es el mejor del mundo”; años después: “No sé, últimamente tengo muchos problemas con papá”; luego de un tiempo: “¡Ah! Definitivamente me voy de la casa, el viejo no me entiende”. Posteriormente se casa: “Ahora comienzo entender al viejo”; y llega a ser padre: “Cuánta razón tenías, papá”.
No puedo evitar que se me haga un nudo en la garganta cuando aplico este mensaje a mi relación con mi papá...
Sí, definitivamente, mis padres no nacieron el uno para el otro. En los primeros momentos de fricciones, mi progenitor adoptó medidas que no debió y que causó la ira familiar por parte de algunos Zambrano.
Aquello amenazó con disolver a mi familia, la cual ya involucraba a tres pequeños. Mi padre viajó a Estados Unidos casi como tomando un respiro ante las vicisitudes que se crearon a partir del error de creer que mi madre sería el complemento que buscaba.
Entonces le llegó el rumor de que sus tres últimos hijos serían dispersados en los núcleos familiares de mis tíos Zambrano para ayudar a mi madre. Optó por regresar... de alguna manera, ese instinto que te obliga a responder por lo que procreaste pudo más que las evidentes diferencias con mi madre.
Durante casi dos décadas, no supimos, ninguno de los hermanos, los detalles de esto por lo que la separación era inminente una vez cumplida la mayoría de edad.
En ese lapso, es difícil evaluar mi relación con mi padre... lo que menos me gusta recordar son los castigos por llevar malas notas en los estudios, y peor lo que tuve que adoptar para que dejara de hacerlo.
Otros en mi situación, a lo mejor, en la suma de los hechos ásperos, hubiesen acumulado harto resentimiento... lo digo porque he visto que por menos, algunos se vuelven pandilleros y criminales.
Pero yo no...
Mi padre tuvo algo que a lo mejor muchos lo cuestionen: paciencia. Nunca nos castigó por travesuras. Fue el único, fuera de mi papi Marcos, capaz de llevar a paseo a 12 pequeños, sólo, a diferentes lugares sin que alguno sufra percance.
Si bien he llegado a mantener duras diferencias con él, una vez que aprendí a hacer respetar mi opinión, así mismo he compartido buenos y memorables momentos.
Así como padre e hijo tenemos diferencias bien marcadas en cuanto a la filosofía de vida, hay otras que inevitablemente me recuerdan que por algo llevo su sangre... en el fondo somos casi iguales.
Ahora que soy padre, entiendo más de un precepto paterno que en algún momento cuestioné... A la larga, mi padre, como todo ser humano, tuvo aciertos y errores, y no seré quien los pese porque solo hay un ente que puede hacerlo y no es terrenal.
Después de todo, tuvo razón...
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