miércoles, 23 de junio de 2010

Telarañas en la azotea



No sabría decir, hasta el más mínimo detalle, lo que en verdad pasó... detesto las conversaciones en la cama porque se supone que, en activo o pasivo, lo que menos se hace es pensar. Por ello si quiero leer, lo hago en cualquier otra habitación de la casa.
Claro que no puedo ser injusto, dado que en ocasiones toca hacer un esfuerzo y escuchar...
Intento expresar la frustración por no poder ubicar el momento exacto en el que un tema se incluyó en la última conversación de esta índole. Resulta una tarea más difícil ubicar el contexto.
Pero allí estuvo... el nombre de una amiga, para repasar el hecho de que mi esposa la tiene en una lista negra; respetando el hecho de que es una amistad pero sin aprobar las razones por las que la conservo como tal.
Siempre me pregunté el por qué semejante “cariño”... incluso intenté en que por lo menos se trataran -siendo más optimista, aspiraba un lazo fraterno- pero con un rotundo fracaso en el que, si bien lo intentaron, no hubo esfuerzo mutuo para estrechar la relación.
Y es que la amiga en cuestión también tiene sus razones para corresponder la aprensión de mi cónyuge. Mi pareja tradujo eso como competencia durante la época en que no estaba formalizado ningún compromiso... sin embargo, y aunque admitió que las cosas pudieron cambiar desde entonces, no deja de lado la desconfianza.
En fin... en medio de la mentada plática nocturna, finalmente Tania confesó el origen del veto. La verdad, entre tantas especulaciones mías, ni siquiera me acerqué... fue algo que dije tan sueltamente que ni siquiera recordaba haberlo hecho.
Fue como subir a la azotea en la casa de mis abuelos y hallar, en medio de telarañas, cosas de las que uno dudaba de su existencia.
Ni siquiera puedo, por ética, mencionar la frase...
No obstante, el que prácticamente haya olvidado lo que dije, es muestra de que tengo bien identificados mis sentimientos hacia las dos féminas protagonistas de esta anécdota y se lo resalté a Tania... sin embargo, señaló el hecho de que mis conversaciones con mi amiga le recuerden aquella innombrable frase.
“¿Y tú qué harías en mi lugar?”... no digo que no me importaría. No obstante, si la pizca de duda hubiese subsistido a los años, no me hubiese casado... así de sencillo.
No considero justo guardar un sentimiento que indirectamente indispone a mi pareja. A petición, si de pronto no apruebo una amistad cuya interacción me cause pensamientos nada agradables... antes que llegar a “o tu amigo o yo”, simplemente me alejo de la situación.
Puede sonar duro, pero es así... He tenido tantas frustraciones amorosas con las que aprendí a estar bien en soledad antes que convertirme en protagonista del día a día de una intolerancia a alguien de quien inevitablemente tendré noticias, suceda o no.
Sin embargo, no pretendo tener la razón en esta situación... Solo he dicho lo que yo haría pero no puedo hablar desde el corazón de Tania, donde sin duda el asunto tiene que ser más complejo por su filosofía de vida y el cúmulo de situaciones que formaron su carácter.
Fue una noche larga donde mi esposa se relajó más rápido que yo... no estaba molesto... solo trataba de limpiar el baúl de los recuerdos para volverlo a guardar... y alejando las telerañas tejidas a raíz de la tertulia nocturna.

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