sábado, 20 de septiembre de 2014

Planeando la defensa

¡Pero Dalia, defiéndete, no dejes que te pegue!”
Me cuenta mi esposa que esto dijeron unas compañeras de mi pequeña hija cuando la fue a ver a la escuela. En la averiguación posterior, se descubre que un niño le había hecho caer... No era la primera vez.
Uno de los preceptos que más le recalcamos a Dalia como padres es la tolerancia. Esto incluye, desde luego, el respeto hacia los demás, a recurrir a tácticas no violentas para expresarse y para ello empezamos con el ejemplo en casa: cuando hay que resolver un problema se lo hace hablando, a lo mucho se eleva el tono de voz cuando toca ser enérgico pero siempre el poder de la palabra por sobre todo.
Aunque creo que es hora de replantear el sistema.
No con esto quiero decir que Dalia aprenda a defenderse a punta de golpes, basta con que se ubique fuera del alcance de cierto tipo de personas y actitudes... sin embargo, no resulta tan sencillo y hablo por propia experiencia.
En mis casi 40 años de vida, me habré ido a los golpes -por motivos ajenos a un entrenamiento- unas cuatro veces. La ocasión que más recuerdo es una que aplica perfectamente a la situación de mi hija.
Escenario, el colegio; contrincante, un compañero con un serio problema de conducta que ahora calificaría de sociópata. Por alguna razón que nunca se supo, le gustaba agredir y hacer bromas pesadas incluso a jóvenes más grandes en estatura.
El sujeto en cuestión se dispuso a medir mi paciencia y me insultaba cada que veía. Procuré ignorarlo... Empero fue en el instante en que estando frente a mí se atrevió a nombrar a mi madre cuando respondí con los puños.
Hasta ese momento, contaba con un impecable promedio en conducta. Tras el hecho, me gané un soberano 15/20 que me dolió en el alma... Bueno, no era destacado como estudiante y lo mejor que tenía era arruinado por un minuto de ira.
Y ahora mi pequeña, a sus casi 6 años, está lidiando con un problema similar. Coincidentemente, el niño que la busca ni siquiera la supera en estatura.
Ese día tuve una de esas conversaciones con mi hija que siento que le incomodan -se le humedecen sus ojitos- puesto que sabe que cuando uso cierto tono de voz es porque algo me molesta... Y sí, me molestaba esta situación pero no porque ella fuera el problema.
Primero le recalqué que estaba feliz por lo obediente que ha sido, por portarse bien, por no buscar problemas con otros... pero que tampoco deje que nadie la agreda.
Lamentablemente, tuve que advertirle que hay quienes no se portan tan bien como ella, que buscan agredir, que causan problema y que cuando se tope con alguien así, que se aleje lo más que pueda y pedir ayuda si lo cree necesario.
Las compañeras que dijeron que te defiendas, esas son las amigas que debes tener y con ellas puedes contar”, le dije.
Le puse como ejemplo una película que conoce: Karate Kid -la más reciente, con Jackie Chan y Jaden Smith- e hice énfasis en la escena donde el señor Han defiende al joven Parker sin tocar a los agresores. “Solo esquiva a esas personas, quítate de su camino”.
Casualmente, mi pequeña desde antes de este problema quiere estudiar karate y desde ya la educo en que solo es para defenderse.
Aunque no faltará quien ponga a prueba su paciencia... Solo me falta algo por hacer y es hablar con las autoridades académicas del plantel y solicitar un correctivo porque no me gustaría que mi hija sea sancionada por una situación que no buscó.
Solo espero darle a mi hijas todos los conocimientos necesarios para eludir cierto tipo de gente... y que también sepa enfrentarlas.

domingo, 2 de febrero de 2014

"Huérfano" (Última parte)

La mañana del 31 de enero comenzó con cuatro Guerrero en escena: Marcos, Cristian, mi tío Wacho y el que escribe. Al parecer mi papá pasó sin novedad la noche -si cabe la frase-, con la única compañía de las flores y cruces que suelen estar presentes en estas situaciones.
Amanecí sin apetito... más que por la tristeza, por el sánduche con Doritos y té helado que me tragué a eso de la 01:00. No tenía miedo de nada, ni de la languidez, tanto así que sin contemplaciones me tomé una bebida energizante, una de las más letales. Ya escuchaba a mi papá llamándome la atención por beber “esa porquería”, como así la llamaba. Así mismo, ya la hubiese respondido: “usted tomó cosas peores que eso hace años y hasta le advertí lo que podía pasar”.
Así nos llevábamos, así nos amamos, a lo “apache”, en ese lenguaje incomprendido de sarcásticos malcriados...
Conforme avanzaba la mañana iban apareciendo los familiares y amigos. Yo estaba atento a la llegada de Solange; entre ella y yo, fuimos los que más nos aferramos a la “posibilidad mínima”. Debía ser el primero en abrazarla, lo que al final pasó.
Mi media hermana no lo aceptaba. Nadie. Lo siguiente que vi fue su humanidad apoyada en el féretro, tratando de revivir a mi papá a punta de lágrimas. Yo puse mi parte al verla así de destrozada.
Mientras los Guerrero Zambrano preferimos estar errantes, deambulando entre sala y exteriores, Solange -junto a Sidney, los Guerrero Chang- no se movió de delante de nuestro progenitor por cerca de ocho horas. Era lo justo, no tuvo la oportunidad de estar con él en los últimos momentos como sí pudimos sus hermanos menores.
Me volví a acordar de la frase de Diana, la cual también comenté con Guillermo, otro de mis mejores amigos... “Huérfano”, me repetía... Físicamente, tan solo, me consolé. Pensar que con él comparto el mismo sentimiento que con mi esposa, Tania, y con amigos como Alex y Nathaly, de perder a la figura que tradicionalmente obliga a los hijos a ser fuertes.
Yo procuraba ya no llorar, a mi papá no le gustaba que lo hiciera... Sí, tuvo sus estigmas como ese de que el llanto equivalía a debilidad, de que los aretes eran solo para mujeres, y tantos otros. A uno de mis hermanos le quitó las ganas de ponerse un par de aros en las orejas, en cambio yo, necio igual que mi padre, me quedé con mi sensibilidad y las lágrimas siempre disponibles.
Llegaron Tania y Dalia. Mi hija, lo primero que pidió fue ver a su “Paco”, como mi papá quiso que lo llamara, igual que sus hijos cuando pedían el biberón. Siempre nos bromeó con esa figura infantil pero bien que le ha gustado, lo suficiente como para reeditarla en sus nietos.
Dalia no lloró, estaba triste, sí, por un buen rato no me dejó de abrazar. Ya tenía claro que estaba en el cielo, en un lugar mejor. Lo que seguía sin entender, como muchos, es cómo si se estaba curando, murió por una enfermedad. Cómo explicar la ironía de los hechos.
Para las 16:15, ya estaban todos los que tenían que estar de mi familia. Quienes no pudieron era porque estaban esperando que nazca un nuevo miembro -hablando de ironías-. De mis amigos, físicamente, Robert y Yazmín, virtualmente, yo digo que estaban todos.
Al final de la misa, ocurrió lo lógico... los hijos de mi padre desbaratados en lágrimas, yo abracé a mi madre, mi tía Aracelly también se unió al momento. Fue un abrazo de tres, una tristeza de centenares... era el momento culminante de la situación. Hora de llevar el cuerpo de mi padre a su “última morada”.
La bóveda resultó estar bastante elevada, se requirió una escalera. Dalia decía que no estaban colocando las flores que le llevó a Paco. Corrí subiendo escaleras -otras de las cosas que no le gustaba a papá y que en más de una ocasión me ganó un accidente-, las flores, donde debían estar. Se cerró la bóveda.
Mi padre...
Me quedé con su anillo, se lo dije a mis hermanos, se podían llevar todo menos eso... De hecho, de sus pertenencias, los hermanos Guerrero tomamos muy poco, la mayoría de lo material se regaló -mi padre era de gustos sencillos aunque sofisticados-... Coincidimos en que no íbamos a pelear por eso, así fue.

Después de todo, fue la primera de sus enseñanzas: “Entre hermanos no se pelea”.

sábado, 1 de febrero de 2014

"Huérfano" (Parte 2)

Lo siguiente -y tradicional- tras la noticia de la muerte de un familiar cercano es conocer cómo se lo velará, qué pasará con sus pertenencias, dónde será su “última morada”.
Solo me importaba lo primero y lo último… El resto no, nunca me interesó, siempre le reproché a mi papá cuando me decía, cuando veía que me preocupaba por él, “no te preocupes, sí estás en el testamento”. Me lo manifestaba riendo, bromeando… siempre fue así, hasta su último minuto consciente, la alegría era su sello característico aunque no siempre fue bien vista.
-Ese sarcasmo… uno de los legados que no morirá en mí-
Mi tío Wacho, uno de los hermanos de mi padre, nos acompañó a mí y Marcos en los trámites. De voz firme, como todos los hermanos Guerrero León, cada vez que hablan parece que están dando una orden. Sin embargo, el buen humor es algo que también comparten con mi papá.
El momento era triste pero mi tío prefería recordar lo alegre que era su hermano. “Seguramente ya armó un hipódromo allá arriba” -una de sus aficiones era las carreras de caballos-. Y comentábamos todas sus figuras. Vaya que nos hizo muchas.
De vuelta en el hospital, nos tocó a mí, Marcos y Cristian, la difícil tarea de vestirlo. “Bien elegante”, solicitó mi tío. Desde luego, siempre le gustó lucir bien, tan así que solo días antes se hizo arreglar el cabello de Mónica.
 Aprovechamos el momento para darle un último abrazo y un beso en la frente. Lo vestimos y dejamos que otros lo colocaran en su ataúd. Me encargaron la tarea, junto a Mónica, de acompañarlo en el vehículo funerario para la –estricta- labor de formolizar el cuerpo. El resto, a las salas de velación a terminar los trámites.
Ni bien salíamos del sector y una marcha de simpatizantes de Viviana Bonilla –aspirante a la Alcaldía- apareció frente a nosotros y se tuvo que bajar la velocidad. “Diles que llevamos a Nebot –contrincante de Bonilla y actual alcalde- para que abran paso”, bromeó uno de la funeraria. El chofer tuvo una mejor ocurrencia. “Abran paso que llevamos al abogado -la profesión que comparten mi padre y el burgomaestre-”, gritó a los transeúntes.
Por un momento, me indigné, no era lugar ni tiempo para bromas, pero enseguida imaginé que mi papá, lejos de molestarse, habría aplaudido el sarcasmo y solo atiné a sonreír. “Seguro que con eso nos dejan pasar”, dije. La marcha de simpatizantes abrió paso.
Llegamos a las salas de velación pero una vez ahí, luego de dejarlo en el sitio tradicional, los tres hermanos presentes regresamos a casa para cambiarnos de ropa y volver.
En casa, mi pequeña hija, Dalia me recibe con una sonrisa y una broma. Ya estaba enterada de todo, lloró poco pero, al parecer, lo necesario. Salió igual o más fuerte que su antecesor, recuerdo que he visto a mi papá llorar solo una vez y fue cuando yo sufrí un percance que me podía haber quitado la vida. En cambio, yo, lloro hasta con las películas de Pokemon.
En el momento que escogía mi oscura vestimenta, vi un reloj y un anillo de Emelec –par de regalos hechos por Robert, uno de mis mejores amigos-. Mi papá compartió la misma simpatía por el equipo de fútbol que yo sigo, al que vimos campeón justo el año pasado. Me puse ambos elementos decorativos entre lágrimas.
De vuelta a las salas de velación. Si bien se hizo planes para pasar la noche con él, los mayores de la familia nos convencieron para descansar por unas horas en las respectivas casas. Pasadas las 00:30 del viernes, regresamos.

A las 07:00 estábamos en camino, otra vez, a la sala de velación. Una leve lluvia nos acompañó… el cielo amaneció llorando con los Guerrero.

"Huérfano" (Parte 1)

“Yo estoy bien, no se preocupen que ya regreso”.
Según Cristian, el menor de mis hermanos, fue lo último que mi padre dijo antes de ingresar a la sala de operaciones donde un grupo de médicos esperaba controlar un aunerisma con la colocación de una malla que, en teoría, evitaría que la vena reviente y se produzca un derrame interno.
En teoría…
Lo siguiente luce tan desordenado en mi mente… las carreras para comprar las medicinas e implementos que requerían los médicos, mis quejas que incomodaron a la persona que hizo lo que estaba en sus manos…
Unas tías -hermanas de mi padre- paseando por los pasillos o rezando,  una compañera del medio que cubrió un reportaje sobre esas operaciones -que sin saber estaba conociendo el caso de papá- diciéndome que le habían mencionado que la intervención debía terminar sin complicaciones…
En medio de aquel desorden, mi tía Aracelly me entregó un anillo que por descuido estaba por ingresar con mi padre al quirófano. Me lo puse en el mismo dedo donde llevo uno que mi esposa me dio cuando cumplimos un año de enamorados. Desde entonces, ambos aros se hacen –y harán- compañía.
No sé en qué momento Cristian me relevó de estar al lado de mi papá, lo cierto es que yo tenía que regresar a casa para escribir una nota para mi sección en el diario en el que trabajo. Las ideas ya estaban desordenadas en ese momento, habré reescrito esa publicación unas tres veces pues los párrafos no se ajustaban al titular.
Medianoche de un jueves 30 de enero y apenas pude dormir. Lo último que supe es que mi padre salió de la operación tras 10 horas y pasó directo a cuidados intensivos. Mi ñaño decidió quedarse. Nos informó que resultó más complicado de lo esperado y había que ver su evolución en las siguientes 48 horas.
Muy en la mañana la historia era otra, que mi papá no reaccionaba y que las posibilidades eran mínimas. Con mi hermano mayor, Marcos, corroboramos personalmente aquello. “¿Me hablan de un desahucio o posibilidad mínima?” repregunté tras varias explicaciones de los médicos. “Posibilidades mínimas” me dijo uno de ellos.
Me aferré a ese argumento. Marcos criticó que estuviese dando falsas esperanzas al resto de las familias pendientes del tema, especialmente a la primogénita de mi papá, Solange. Se atrevió a fustigar a mi gremio en su coraje, que por eso no se nos puede creer nada. Me disculparán los colegas, no tuve sino fuerzas para defender lo que habían dicho los médicos a las 10:00 de ese jueves.
Las 13:00, horario de visitas. Mónica, la última pareja sentimental de mi papá, recibía una nueva historia mientras yo salí a comprar medicinas. Que ya solo era cuestión de horas.
Mi turno para verlo. Busqué en la sala a alguien con mejor semblante que el paciente que estaba lleno de tubos en la cama más lejana. Aún ahora no me explico por qué lo hice si ya sabía de sus condiciones… pero era él, el de los tubos, el de las máquinas que indicaban que aún seguía con vida, el que respiraba como si estuviese durmiendo, el del semblante pálido, el de las manos frías que sostuve cuando le hablé.
Cómo darle un beso en la frente sin desconectar todo lo que respaldaba sus últimos minutos. Solo le agarré la mano con fuerza. “Cuídate y espéranos”, lo último que le dije.
Lo siguiente, hablar con Mónica e informarle que debía hacer unos trámites para adelantar lo de los servicios exequiales, esos que me negué iniciar mientras se mantuvo lo de “posibilidades mínimas”. Salí del hospital.
No llevaba ni cinco minutos afuera cuando Mónica me llamó, entre lágrimas me decía que mi padre acababa de fallecer… eran las 13:35 del jueves. Rompí en llanto en plena calle 29 y regresé abrazarla… a abrazarnos, era lo que más necesitábamos en un momento tan difícil.
Lo siguiente, notificar a mi familia y amigos a través del Whatsapp, ponerlo en Twitter, no por exhibicionismo sino por avisar a la gente que estaba pendiente del tema y cuyo número no tenía a la mano.
Diana, una compañera del medio, fue una de las primeras en darme un abrazo virtual. Ella, mejor que muchos, conocía de la sensación de perder un padre. “Es duro asumirse como ‘huérfano’”, me dijo.

Muy duro.

martes, 28 de enero de 2014

Cronología de la nostalgia

Son situaciones para las que, supuestamente, uno se prepara...
Me levanté muy 06:05, debía reunirme con mi papá para arreglar detalles de lo que será una intervención, cerca del corazón, para él. Nadie quien abrazar... ni siquiera mis dos gatos, andaban resentidos por permitir un nuevo huésped felino temporalmente.
Querían mostrar cuál era su territorio a punta de garrazos y no lo permití. Salieron de casa sin tan siquiera desayunar... Por distintas razones, yo tampoco sentía apetito.
Me comprometí al encuentro en el hospital Guayaquil desconociendo cómo trasladarme. “Preguntando se llega a Roma”, la efectiva receta me permitió abordar la línea 73 y descartar ciertos rostros como posible amenaza delictiva.
Igual tocaba estar atento... no hay cómo bajar la guardia.
Llego al punto y unas tortillas de maíz me abrieron el apetito. Compré dos y las acompañé con un vaso de colada. Me acordé de la última vez que compré un combo similar, ya casi 16 años de eso...
Nostalgia... mala señal. Me distraje brevemente con un metropolitano hablando con una vendedora ambulante, lo vi alejarse con unas monedas en la mano. ¿Me habré perdido de algo?
Pensando periodísticamente... mucho mejor.
Termino mi desayuno e ingreso al hospital. Mi padre me esperaba dentro y me presenta alguien de aparente mayor edad que él con quien seguramente conversó mientras yo llegaba. “Él es el segundo”, le dice al señor.
En el estrechón de manos me asaltó otro recuerdo: las veces en que mi padre me presentaba a su círculo de abogados como el futuro heredero de su profesión.
Otra vez la nostalgia... ya para qué luchar contra los genes.
Antes de cualquier conversación, mi padre me entrega un papelito. “Es el recibo de mis cuotas en el Colegio de Abogados, con eso hay para cubrir el sepelio”. Lo tuve que coger... ni siquiera cuestioné el pesimismo. Últimamente me sale con eso de “no te preocupes que sí estás en el testamento” y le he respondido con un escueto “deje de decir eso”.
Me faltaron ánimos para repetirlo una vez más.
Se levanta para asegurar su cuarto antes de la operación en un cuarto piso. Me quedo llenando otros documentos en planta baja. Al terminar, decido empezar a leer el libro que llegó con mi diario dominical: “Un hombre muerto a puntapiés” de Pablo Palacio. Resulta que el autor era abogado.
Como si no tuviese bastantes recuerdos y sarcasmos en la cabeza.
Ni bien empiezo con el prólogo y regresa mi padre. La doctora que lo atendió le había dicho que había tiempo para desayunar y me invita a unas tortillas de maíz con un café. Con el estómago diciéndome que me iba arrepentir, accedí. Me compró tres.
Sí... posiblemente me arrepienta después.
Regresamos con dirección al cuarto piso del hospital. Caminé detrás de él. La nostalgia ataca de nuevo: aquellas veces que lo acompañé a sus litigios, siempre atrás y con maletín como todo buen secretario.
Llegamos al cuarto piso y preguntamos por su cuarto. Que ya verificaban, dijo una enfermera con un médico que, literalmente, le soplaba la nuca. Aproveché para pensar nuevamente como periodista pero de esos de farándula para saber lo que se sentía.
Algo mejor pero para qué engañarnos, lo “rosa” no es lo mío.
Finalmente mi padre queda instalado en su cama. Me despedí de él, sentí que su rostro sudaba y bastante. “Es por el calor”, me dice. Desde luego, hacía sol y al parecer el aire acondicionado del lugar no le abastecía.
Me toca esperar por un vehículo, miro el recibo que me entregó mi padre y se me hace un nudo en la garganta. Aprovecho el tiempo para leer a Pablo Palacio.
Literatura forense... lo que me faltaba.