viernes, 31 de diciembre de 2010

2010: Entre caídas y levantamientos



Cargado y recargado, mes a mes, de enero a diciembre. Al término de 2009 oré porque el 2010 tenga los suficientes elementos para dejar una mejor herencia espiritual para mí y mi familia. Hasta cierto punto, lo conseguí, aunque para ello varias cosas y personas debieron sacrificarse en el trayecto... tanto de forma prevista como inesperada.
Un elemento interesante lo pone la numerología. Los dígitos del año que acaba suman 3, una cifra recurrente que marcó mi camino en 2010. Según la ciencia de los números, el 3 significa expansión y superación, pero también frivolidad y deslealtad.
Y esos caminos conocí, supongo que para bien porque de las experiencias siempre se gana.
En enero, y como para no envidiar al 2009, me bauticé con alcohol con otros dos amigos (3 conmigo). Aquello me costó una fuerte llamada de atención porque no llegué a trabajar el día 1. Recibí el año con la camiseta de El Telégrafo puesta, como cábala para asegurar prosperidad laboral... y, a la larga, funcionó.
Febrero... se diría que fue el único mes que pasó desapercibido. Por alguna razón esta cualidad, a diferencia de 2009, se presentó antes del mes 3º.
En marzo comenzó una bola de nieve que no terminó de rodar hasta después de 9 meses... por lo menos, hasta donde se puede ver. Pese a que más de 3 decenas de empleados de El Telégrafo manifestamos nuestra inconformidad con un proyecto, éste comenzó a gestarse y, por tal motivo, 3 personas se fueron en la primera semana de una serie de cambios... Era solo el comienzo.
En abril cumplí 33 años en esta tierra bendita de Dios. También aumentó el número de amistades que están bajo la mirada atenta de mi esposa. Ella desconfía mucho de los gestos amables de las amigas para con su amante esposo. Está en su derecho porque, más allá de que es mi esposa, ella en buena parte es responsable de mi éxito. “No vale que una oportunista goce de ello cuando no le costó nada”... y razón tiene.
En mayo cambié de jefe inmediato, casi a 3 meses después de una llamada de atención. Aunque seguí conservando mi lealtad hacia mi ex jefa, no quedaba más que adaptarse a un nuevo estilo. Y hablando de estilo, también tuve que recordar a un ser querido que la violencia física no es sinónimo de educación. “Yo soy el mejor ejemplo de que esos métodos no funcionan”, le dije. Felizmente, rectificó.
En junio, fueron 3 los eventos que me hicieron replantear los objetivos familiares, laborales y paternales. Aún puedo percibir las secuelas que representaron una boda improvisada, la salida de mis ex superiores... y el primer beso de mi inocente florecita. Solo queda repetirme el mejor consejo del año: ¡Fuerza!
En julio, los 3 hermanos Guerrero pasamos por una difícil situación, en especial dos de ellos. En ocasiones, sin importar lo mucho que pueda pesar, es necesario tomar un respiro y alejarnos de ciertas personas que tengan un significante valor en nuestras vidas. No es la primera vez que paso por un evento similar... así que tengo práctica en dejar a mi orgullo de lado y saber perdonar.
En agosto, tras 3 viajes prolongados -y justificados- de Tania, comencé a sentirme un poco solo. No puedo decir abandonado porque ella se desvive más que yo por la familia que tenemos... aunque fue justamente ese apego a sus seres queridos lo que la hizo ausentarse tanto. Supo compensar esa ausencia y, en reciprocidad, le reiteré mi apoyo en el momento más difícil del mes.
En septiembre, el día 30 es para echar al fondo del baúl de la historia. No hay cómo olvidar. Esas horas, más que otras del año, pusieron en evidencia el clima violento que existe en el país por la polarización de posturas políticas, y lo poco o nada que se suele pensar en el prójimo con tal de sacar algún beneficio. Quedaron buenas lecciones sobre los efectos de la vanidad.
En octubre, se conmemoró mi 3º aniversario de bodas. Paradójicamente, la relación de más de 15 años de mi madre con su única pareja tras de su divorcio, conoció su fin, lo que no necesariamente significa el final de la historia. Después de todo, a través de esa situación conocí a personas a quienes todavía tengo el honor de llamar amigos.
En noviembre, 13 años de especial amistad quedaron en otro plano frente a una brusca, inesperada y áspera situación... con ciertos tintes de colapso. Difícil es dejar atrás el por qué y cómo pasó aquello, toda vez que pasé unos memorables momentos antes del “impasse”... y más difícil es dejarlo en el fondo de mis decepciones. De momento creo que es más saludable un distanciamiento... el tiempo establecerá si debe ser definitivo.
En diciembre, mi equipo, mi Emelec del alma, necesitaba de 3 goles de diferencia para ser campeón... fue el único 3 que no se presentó en el año. También pude zanjar diferencias ampliando el abismo de la distancia. Pude encontrar paz, una tregua, que me permitió sanar un poco las heridas más profundas de 2010 sin por ello dimitir en mis razones.
Después de todo, la Santísima Trinidad, el 3 que siempre ha estado en mi vida, me ayudó a llegar (pese a resbalones, caídas y dolores) con una enriquecedora experiencia al término de 2010.
Ojalá el 2011 venga un poco menos agitado y que todos mis seres queridos lleguemos completos a diciembre. Amén.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Noche de paz



O Silent Night (noche silenciosa) para el caso es lo mismo.
Si trato de justificar mi postura frente a un par de eventos que lesionaron más todavía mi confianza hacia los demás, no voy a cumplir mi propósito de traer un poco de paz hacia mi espíritu.
Es una tarea que debe ser un deber todos los días pero que cobra un tinte de obligatoriedad en estas fechas.
No es que no tenga ya confianza pero no es absoluta... de hecho me gustaría conocer a una persona que no tenga un solo conflicto interno por razones del orgullo. Que no les demos importancia es una cosa, pero eso no los vuelve invisibles.
En las últimas semanas de diciembre es común recibir y enviar mensajes de paz y buenos deseos a amigos y familiares pero ¿qué se hace con aquellos que, de una forma u otra, ya no forman parte de este círculo por diferencias no superadas?
Me resultó difícil responder esta pregunta... y más dentro del contexto del mensaje implícito que hay en la recordación del nacimiento de Jesús.
Un paso a la vez, primero una persona y luego otra... aunque, en honor a la verdad, no esperaba retribuciones de ninguna de las dos.
Pero lo hice y aunque no me lleno de satisfacción -nadie debería, es cuestión de ética- quedo visiblemente más tranquilo porque me equivoqué: sí respondieron y retribuyeron mi saludo de paz y buenos deseos en estas fiestas.
Después de todo, el mensaje de aquel humilde carpintero de Galilea, cuyo nacimiento recordamos hoy de forma simbólica, no es tan difícil de digerir: “Amaos los unos a los otros”.
No es la primera vez que marco este tipo de distancias que, en lo más probable, se mantendrán por un largo tiempo... pero sencillamente hoy quiero estar en paz con todos y con todo, para que esa estrella del Oriente brille con más fuerza.
Felices fiestas.

martes, 14 de diciembre de 2010

Historia de Taxi



Son pocas las veces que se me antoja abordar un taxi para regresar del trabajo hasta mi casa, desde luego, bajo el pretexto de un ingreso extra que, por estas fechas, es regular en mi bolsillo.
Así ocurrió el martes. No era un taxi amigo pero la condición del vehículo dejaba claro que no se trataba de un carro cualquiera. Sé muy poco de autos, así que mis lectores deben conformarse con el comentario de “un taxi pelucón y grande”.
Pese a que varias veces he escuchado las advertencias de las autoridades para que se tome todos los datos posibles de un taxi al momento de abordarlo por cuestiones de seguridad, no lo hice así esta vez. De hecho, esto es algo que hago cuando se me antoja.
Un viaje cómodo, físicamente hablando. Mi singular acompañante permaneció callado los primeros diez minutos, hasta que a mí se me ocurrió abrir la boca. De igual manera a las medidas de seguridad, el hecho de que entable una conversación con un chofer depende del ánimo y el ambiente.
Íbamos escuchando radio Atalaya. No conozco el nombre del programa que oía y mucho menos el de sus conductores. Era un espacio en el que los radioescuchas llamaban, daban una opinión de cualquier ámbito, y se lo comentaba.
Uno de esos comentarios me indignó. “Esos informales vienen, instalan sus boberas frente al negocio de uno, y vende lo mismo que uno ofrece pero más barato. Mientras uno paga impuestos, esos hacen lo que les viene en gana”, dijo el insufrible locutor.
“En lenguaje armónico comercial, hermano, que alguien ofrezca algo más barato que tu producto, se llama libre competencia. Ya tú también hablas tonterías”, dije. Una expresión dicha con tanta vehemencia que me hacía la idea de que tenía frente a mí al mentado comunicador, suponiendo que es tal.
Acto seguido, manifesté al ilustre desconocido que me acompañaba una información más amplia de lo que yo consideraba que estaba pasando. “No sé por qué cada año, desde que asumió Nebot la alcaldía, es la misma historia”, dije. “¿Resulta tan difícil otorgarles permisos temporales a los informales, de los cuales también puede sacar réditos el Cabildo?”.
“No se puede encerrar o controlar el comercio informal porque este es tan dinámico como la migración y ese es un fenómeno que sucede y sucederá todos los años en una ciudad como Guayaquil”, fue una de las varias opiniones que solté, en un lenguaje algo técnico. Tengo la mala costumbre de olvidar que mi interlocutor, a lo mejor, no conoce todos los términos y sintaxis que uso.
Para mi fortuna, el oyente de turno me entendió. Sin embargo, recibí como respuesta algo que no hilvanaba con mis ideas. Quedé perplejo.
Me preguntó si alguna vez El Telégrafo y El Universo habían compartido una misma calle, uno al lado de otro. “Hasta donde sé, no”, le contesté. Luego vinieron otras ideas que a lo mejor encajaban en lo que había opinado pero que resulta complejo de digerir... y compartir.
Casi llegando a mi casa me preguntó: “¿Usted es periodista”. Yo asentí. “Se le nota en la facha”, agregó. Y sí... el chaleco que uso delata demasiado mi profesión
Cuando llegamos a mi destino me dijo: “Si tiene 30 segundos, me gustaría compartir algo con usted”. La verdad que fueron minutos los que utilizó para contarme varias cosas de, en apariencia, gran importancia.
“Y mire que eso lo sé con apenas 6 años de estudio”, acotó. “Como mi abuelo”, referí. “Usted y él podrían entrar en un singular debate si llegasen a encontrarse”.
“Con un vinito y un seco de chivo”, contestó.
Pero lo que aprendí de este encuentro, eso, es historia aparte.

martes, 23 de noviembre de 2010

Pedazos de cristal


Casi es tedioso. Cuando cualquier objeto de cristal se nos escapa de las manos o algún otro movimiento de nuestro cuerpo hace que busque el piso en caída libre, en la mayor parte de las ocasiones termina por convertirse en trozos de varios tamaños, mucho de ellos, microscópicos.
Toca, entonces, limpiar y recoger los pedazos. He ahí lo tedioso. Y en lo posterior, las frases de consuelo:“No pasó nada”, “era de verse”, “tranquilo, que la vida sigue”... pues sí, todas tienen razón.
Ha pasado algo más de una semana después del adiós que le di a quien por más de una década fue mi amiga, mi confidente... varias personas han manifestado que era una situación previsible. Yo, en definitiva, no lo vi así.
¿Cómo podría prever semejante y áspero final?
Al compartir el asunto con amistades cercanas, y por respeto de lo que alguna vez significó, he preferido no entrar en detalles del por qué y cómo un lazo, aparantemente fuerte, se perdió tras malas impresiones mutuas. Cada quien tiene su justificación.
Por lo pronto, sigo sosteniendo mis argumentos, y, si la conocí bien, ella sostendrá los suyos... sin conciliación a la vista.
Se dice que para que alguien se convierta en tu peor enemigo, como requisito principal, debió ser tu mejor amigo en algún momento -eso también me lo han repetido en la última semana-. Vaya... si de pronto se nos ocurriera asumir ese rol, de seguro volarían pedazos de ambos. Al menos por mi lado, no se me antoja.
Confieso, sin embargo, que durante las primeras horas tras el rompimiento sentí más bien una especie de alivio. Mantener ese tipo de amistades -único dentro de mi círculo- teniendo a mi amada esposa -mi mayor confidente y amiga- requiere un gran esfuerzo... nunca sentí el cansancio hasta que dejé caer ese pesado cristal. ¿Competencia? No, porque ninguna de las dos se habría interesado en ella.
Una vez en casa, de las fotos que me tomé estando con la ahora ex amiga, me limité a sacar aquellas en la que aparezco solo. Haber comprado una pen drive solo con el fin de traerme gráficas y músicas del fin de semana aquel, cumple un objetivo no previsto: fue confinada a mi baúl de recuerdos personal con todo aquello que tenga que ver con ella.
Obvio, no pretendo olvidarlo todo... ojala pudiera.
Perdido en una de las paredes de mi cuarto, recibo un abrazo de mi esposa... habían pasado 157 horas del famoso “adiós”. Me pregunta si me pasaba algo. “Te mentiría si te digo que he dejado de pensar en el asunto”, le respondí. “Te dejaron con el corazoncito partido”, me dijo en tono maternal al tiempo que me abraza más fuerte.
Mi esposa, la que me cuida, la que me aguanta, la única que conoció en detalle de lo que pasó... y enemiga confesa de varias fantasmas en mi cabeza. “Después de todo, de las tres, han caido dos... supongo que estarás feliz”, le acoto en tono burlón. “Jamás me he de alegrar por ver que pierdes a tus amigos”, me contestó, mucho más seria que yo.
Y aquí estoy... recogiendo más pedazos de lo que dejé caer. Por mucho que me esfuerce, algunas migajas de cristal quedarán en el piso y no todo quedará en mi baúl, ese que conservo en el punto más alto de mi armario.
Por pura nostalgia.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Mientras más alto...


En cada plan, una improvisación. Hace poco estuve en Quito y compartí con una representante del gremio femenino un viaje por el teleférico. En cada metro que subía, mis pulmones y bronquios se dilataban con la presión y el aire puro... el ambiente resultaba tan diferente que mi sistema dióxido carbónico rechazaba a ratos semejante pureza.

4.100 metros sobre el nivel del mar, es la distancia que se me anunciaba al pie del recorrido. Poco antes de subir al teleférico, uno de los asistentes del lugar dejó bien demostrado que la práctica hace la perfección tras tomar una foto para el recuerdo.

A mi acompañante le extasiaba el panorama tan solo a 5 minutos de elevarnos en el artefacto. Igual yo. Es notable la diferencia entre la capital y mi ciudad natal. Desde el punto más alto al pie del río Guayas, el cerro Santa Ana, se puede diferenciar hasta donde llega la urbanización de Guayaquil. Pese a que no estábamos en el punto más alto de Quito, la urbe serrana parecía no tener un lugar donde culminar su sábana de concreto sobre el valle.

Una pareja hacía compañía en la cabina de 1,50 metros que nos trasladaba hasta Cruz Loma. Ellos también quedaron maravillados del esplendor quiteño, que aparentemente no se comparaban con sus natales Otavalo y Riobamba... pero hubiese mejor para ellos estar solos. La presencia de dos personas más definitivamente limitaron sus gestos de cariño en el trayecto.

21 pilotes guiaron los cables hasta el final... del teleférico mas no del recorrido. Si uno se lo proponía, podía llegar más alto, hasta casi perderse, literalmente, en el cielo. La espesa neblina era bastante acolitadora pero definitivamente, también tenebrosa.

Una pequeña gota sobre mi frente fue el recordatorio que se estaba profanando el sitio al que solo suelen llegar, por sus propias extremidades, aves y mamíferos. Había que hacer una pausa antes de pretender llegar a mayores alturas.

Mientras el ambiente se humedecía más de lo que ya estaba por la neblina, “Vino hervido”, una leyenda en medio de un local comercial, llamó mi atención. El frío y mi paladar terminaron por justificar que 4 dólares bien valían un trago de semejante elixir a base de uvas.

Aquel trago, el mullido mueble del lugar y música contemporánea -nada romántica, por cierto- me envolvieron de tal forma que casi no quería salir de allí. Desde luego, mi anillo en la mano izquierda me recordó que esas decisiones deben ser consultadas, y el recuerdo de mi sangre inquirió si el ambiente de Cruz Loma era suficiente para olvidarla.

No, desde luego que no.

Cuando la lluvia se transformó en rocío se dio un nuevo intento de alcanzar la cima de aquella elevación. Pensé que la adaptación de casi año y medio de mi acompañante en las alturas, luego de 26 de vivir a nivel del mar, serían suficientes como guía. Por alguna razón, se tuvo que retroceder antes de culminar el objetivo.

Los bramidos de las nubes me sonaron a risa porque finalmente nos retirábamos del lugar... Puede que también intuyeran eventos posteriores.

En lo que se abordaba la cabina, un guardia del lugar me advirtió de que durante los 15 ó 20 minutos del recorrido en el teleférico se han presentado muchas situaciones peculiares, ya entrada la tarde, casi en la noche... Qué cosas se escuchan... y se ven.

Y se bajó... de hecho se bajó tanto que antes de las 20:00 se llegó al piso de todo. Es curioso cómo los errores son capaces de develar verdades ocultas, propias y ajenas.

No se perdió el viaje porque de lo que yo hice, no estoy arrepentido y aprendí demasiado... y estoy seguro que mi acompañante sintió el mismo efecto de la altura.

Es el precio que se paga por volar más allá de lo permitido.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Un sabor extraordinario



Hay que ver lo que una jornada de trabajo durante un feriado puede hacer. Parece que la mayor premisa es tratar de simular lo mejor posible un descanso.
Cinco días... vaya que fue largo. Felizmente tenía a cargo más de una página y por efecto del esfuerzo aplicado, los minutos se acortaron.
Fueron momentos para una camaradería inusual en la oficina. Solo como muestra: en días normales el único sonido que se escucha, fuera del tráfico de la avenida 10 de Agosto y el rimbumbear de los teclados, es el televisor encendido en un canal informativo... o deportivo, depende de algunas aprobaciones.
En esos cinco días, casi ni tráfico había. Desde el interior, en cambio, el ritmo de los teclados cambió casi al punto del silencio. Y es que la mayor parte del trabajo estaba hecho. Quienes disfrutaban de largas horas de descanso tuvieron que, literalmente, fajarse antes del feriado por llenar decenas de páginas.
En el televisor, un conocido y controvertido dibujo animado, de forma cuadrada y pantalones idénticos, en sus primeros capítulos ocupaba el lugar de la típica imagen de un presentador -o presentadora- de noticias.
“¡Quiero a mi mamá, señor Calamardo!”, gritó uno de los personajes... la verdad, yo también la quería.
A ratos el televisor retomaba su habitual uso pero en volumen bajo. Hubo quien también aprovechó para escuchar música, compartiendo sus gustos con el resto del departamento de Redacción.
“Cualquiera menos esa”, llegué a comentar con mi compañera de escritorio, en alusión de que una de las melodías me traía recuerdos de alguien que no precisamente era mi esposa. “El riesgo de dedicar una canción a quien en su momento fue especial es que en el futuro esas letras te devuelven al pasado”.
Otra canción le siguió a esa. “¿También la dedicaste a alguien?”, me dijo la compañera en tono sarcástico. “No, pues, qué”, le contesté. Tampoco es que reparto dedicatorias a diestra y siniestra. “Eso me saco por compartir mis recuerdos”, pensé... y lamentablemente, no gozan del mismo seguro tenaz.
Toda la figura informal, hasta el final de los días... del feriado.
Mientras en casa, para no quedarme atrás en el Día de los Difuntos y facilitarle las cosas a Tania -quien estuvo que se partía en varias de ella por los preparativos del cumpleaños de Dalia- improvisé mi colada morada con un sobre de Royal y una lata de ensalada de frutas en almíbar.
Tania puso su toque con clavos de olor y canela, y un sencillo puesto improvisado en una esquina me permitió hacerme de mis “guaguas” de pan. Mientras que la nueva temporada de Smallville y una hora de “Play” cerraron el final del feriado... perdón, de la jornada extraordinaria.
Aunque no pude completar el cuadro -faltó la visita al cementerio- me quedó un buen sabor de boca.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Sacando clavos



Muchos han de conocer la fábula que compara las malas acciones con las huellas que los clavos dejan en un trozo de madera. El evento no puede ser más explícito: cada uno de nuestros pasos, por bueno y malo que sea, puede llegar a ser trascendente en la vida propia y en la de otras personas.
Todos los seres humanos tenemos, ya no la necesidad sino el imprescindible requerimiento de otros congéneres para dar los siguientes pasos... desde luego, un criterio basado en mi propia experiencia.
No hace mucho estuve algo inquieto... desde numerables lados llegaron problemas, presiones y eventos que me hacían dudar de lo que podía venir. Por muy controlador y manipulador que sea de mi entorno, existen momentos que son capaces de volarse la barda de mis planes.
Fue tal el asunto que ni siquiera podía contar con los amigos y seres queridos más cercanos pues, en distinto grado, eran parte de las situaciones... la mayor parte del día, no de la noche, me la paso solo.
Entonces una sola persona, de un solo cachetazo -metafóricamente hablando-, con palabras crudas y sinceras, estuvo dispuesta a escuchar todo el río que salía de una mente saturada y un corazón sobrepoblado de sentimientos encontrados.
No... no era mi esposa. No dudo en que pudo darme un mejor consejo pero, al estar involucrada conmigo, no podría hablar sino en el son de protegerme y proteger a su familia. No buscaba protección, aunque de hecho, no sabía lo que quería... pero sí estaba seguro que no buscaba aquello.
Irónicamente, la persona en cuestión me buscó con el mismo plan... por lo menos eso dejó entrever. No obstante, solo lo hizo saber al final de la tertulia. Mi historia fue, en el momento, más importante que la suya.
“Nunca antes te había visto tan inquieto”, me dijo en varias ocasiones. Después de todo, esa barda que construí cumplió su cometido pues mi vulnerabilidad resultó algo nuevo.
Con toda paciencia, solicitada a través de mis palabras, fui plenamente escuchado. Para variar, la respuesta estuvo delante de mis narices todo el tiempo... tal vez no la vi por la mentada barda.
Por Sansones y Manuelas que seamos, siempre necesitaremos de una voz amiga que escuche, critique y reprenda. No necesariamente debe ser ajena a nuestra sangre o corazón, basta que tenga ánimos de hacer su buena acción del día... y sacar el clavo.

sábado, 2 de octubre de 2010

Errores por vanidad


Tengo que ser justo. De antemano estaba bastante ofuscado por una situación que puso en peligro a mi familia... y parafraseando a un ex compañero, empezaba a caerme chancho tanto comentario idiota en el Facebook.
Eventos como el 30 de septiembre dejó reconfirmado que cuando ser quiere ser extremista, en lo que menos se piensa es en el prójimo, y en ese error, cayeron conservadores y liberales por igual.
Intenté ponerme al margen de aquello pues por precepto de vida, no me agradan los fanatismos... ni siquiera en nombre de Dios pues me parece que ya bastante sangre se ha derramado con su bandera.
Sin embargo, cuando empecé a ver opiniones que parecían defender más una anarquía en tanto signifique tener la razón de que ese “mentiroso y mafioso” es el culpable de todo... algo se despertó en mí.
De pronto me había dado a la cacería de pensamientos similares para ¿ponerlos en su lugar?, antes de continuar con quien me pareció el mayor fanático de todos. Me gusta dejar lo mejor para el último y, de todas maneras, quería empezar un buen debate, aquellos que ayudan a crecer mis pensamientos -y rectificar, si es el caso- con ayuda de las posturas contrarias a las mías.
Previamente, consulté un par de cosas con alguien que, seguramente, lo conocía mejor que yo.
Habría que repasar en qué momento ambos, el “mayor fanático” y yo, nos pusimos agresivos.
Mi peor error dentro de la conversación electrónica fue haber usado el nombre de quien justamente me dio información del susodicho -y otras personas- para respaldar mis impresiones. Era un asunto entre él y yo, nada más.
Aquel error lo encuentro como factor importante en el resultado final porque fue evidente que ambos apreciábamos a esa persona, y mucho. Precisamente cuando él me dijo: “¿Quieres saber lo que ella piensa de ti?”, como si yo no lo supiera... “como si él la conociera más que yo”, pensé, fue cuando el debate se tornó en discusión.
El final fue muy áspero: “Pobre de ella por tener como familia a alguien como tú... pobre de tu esposa”... me dijo. Me lo busqué... por el peor error, mencionado anteriormente.
No obstante, antes de finiquitar la conversación por el Facebook, le llamé soberbio por pretender imponer su razón y meterse con mis seres queridos, algo que no hice yo con él aunque bien pude, pues sé que es casado.
Después ofrecí disculpas en privado a ese ser que en ningún momento pretendió ser parte de esto.
Por ahí uno que otro familiar que estuvo monitoreando la situación me dio su apoyo... agradecí, pero no dejaba de sentirme pésimo por la suma de todos los males.
“Vanidad, definitivamente mi pecado favorito”, dijo Al Pacino personificando al demonio. Creo que está claramente demostrado que nadie salva de ello... desde el más ignorante hasta el más instruido en la palabra de Dios.
Al momento de escribir esto, siguen lloviendo comentarios “idiotas”, hasta por mi correo... pero no pienso responder nada...
Solo me interesa mi familia y mis seres queridos, y no lo que haga o deje de hacer el “mentiroso y mafioso”. De haber hecho respetar ese precepto desde un comienzo...

viernes, 24 de septiembre de 2010

Ojos rojos



En los últimos días, me ha tocado ver de cerca situaciones que no deseo para nadie, ni para mis enemigos (si los hay)... eventos que provocan que no quiera dar la cara a nadie para que no distingan el tono rojo de mis ojos.
Inevitable hacer memoria... los seres que más amo ya saben lo que es perder un ser querido, alguien importante en sus vidas, y ante lo cual les ha tocado sacar las fuerzas de donde no hay pues la tristeza los consumió casi en su totalidad.
Tan profundas son las huellas que ellos han dejado que los ojos cambian de color cuando algo les recuerda a esa persona, ese ser que con mucho o poco esfuerzo dejaron una valiosa lección... un precepto de vida.
Difícil es adaptarse a la situación tras una pérdida, aún cuando no me afecta directamente. Pese a las tantas veces que he dejado caer lluvia sobre mis hombros, sigo sin saber la fórmula exacta para saber dar ánimo al valiente, al sonriente, al bromista... a la consejera, a la extrovertida, a la compañera.
Soy, por herencia, excesivamente práctico, y cuando el evento no me afecta directamente suelo pecar de indolente e insensible. Tanto así que una vez llegué a decir: “Ustedes sufren porque quieren”.
El tiempo me enseñó una mejor cita: “El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”.
Pero la paternidad me ha hecho más vulnerable al dolor familiar. Ya por instinto tengo mejor puntería para no lastimar imprudentemente a quien ya experimenta un dolor intenso... básicamente, el silencio es más útil.
Será una realidad constante, es inevitable... solo queda ser el mejor apoyo para devolver el color original a los ojos, y eso no es opcional.

jueves, 22 de julio de 2010

Minutos



15:20. Regresaba de una cobertura en uno de los vehículos del trabajo. Timbró mi celular, el identificador de llamadas de alguna manera me previno de lo que podría pasar. Gracias a la maravilla tecnológica del internet estaba al descubierto una maniobra... consensuada, socializada y bien intencionada, mía y de otros. Mas hubo gente que no lo interpretó así y quería avisar sobre su inconformidad.
16:30 Compartía los hechos con quien tengo la certeza de que tiene la capacidad de dar una sugerencia calculada. Sin embargo obvié que mi fuente había pasado por un día difícil. A lo mejor tenía la mente saturada de problemas, a lo mejor no... Sin embargo su última sugerencia estaba acorde con lo que pensaba hacer al respecto de aquel inconforme y, por tanto, siento que por ello la medida era solo mía... y lo hice, con todas las consecuencias bien previstas.
17:35 Regresaba a mi hogar. En el camino, me puse a reflexionar sobre lo sucedido. Lo primero que se venía a mi mente era que en días anteriores me había autocomprometido (si cabe ese término) a ignorar ciertos hechos en bienestar del inconforme. Si bien las cosas no salieron como planeé, el terremoto de las 15:20 no había dolido en absoluto. No hace mucho pasé por un problema bastante fuerte que me obligó a llorar tanto que mis ojos se secaron...
18:25 Compartía el asunto en el MSN y al mismo tiempo recibía consuelo de las personas que más amo. Buscaba a alguien que se aprovechó de la socializada y bien intencionada maniobra para esparcir ponzoña mediante llamadas telefónicas. Al final decidí que el mejor castigo para gente mediocre es dejar que sigan viviendo en su veneno.
23:10 Se me notificaba que la susodicha persona ponzoñosa me había convertido en el tema de conversión del día junto a quienes consensuamos la iniciativa sin intenciones de daños a terceros. Se me advirtió además que no tome retaliaciones apresuradas y que mejor se conversaba al día siguiente... no obstante puse un comentario en mi Facebook... de esos que no dicen nombre pero que tienen la medida justa para que le calce solo a una persona.
00:00 Empezaba a sentirme mal. Recibí más presión, exploté... tal vez me lo busqué pero ya no quería formar parte de un círculo que terminó de cerrarse al filo de la medianoche. Estaba rodeado por cuatro paredes. Quise derribar un muro a patadas... inútil tarea, apenas si desfogué lo que sentía... luego la calma, fue la última réplica del día de aquel terremoto.
08:00 Camino al trabajo... me pregunté si habría más réplicas e intenté buscar respuesta en cada cuadra de mi recorrido. Ya estaba calmado, aparentemente no puede pasar nada peor a lo que provocó la sequía de mis ojos.
09:23 Quedo a la espera de que el reflejo de lo que siento no sea una bomba tectónica.

miércoles, 23 de junio de 2010

Telarañas en la azotea



No sabría decir, hasta el más mínimo detalle, lo que en verdad pasó... detesto las conversaciones en la cama porque se supone que, en activo o pasivo, lo que menos se hace es pensar. Por ello si quiero leer, lo hago en cualquier otra habitación de la casa.
Claro que no puedo ser injusto, dado que en ocasiones toca hacer un esfuerzo y escuchar...
Intento expresar la frustración por no poder ubicar el momento exacto en el que un tema se incluyó en la última conversación de esta índole. Resulta una tarea más difícil ubicar el contexto.
Pero allí estuvo... el nombre de una amiga, para repasar el hecho de que mi esposa la tiene en una lista negra; respetando el hecho de que es una amistad pero sin aprobar las razones por las que la conservo como tal.
Siempre me pregunté el por qué semejante “cariño”... incluso intenté en que por lo menos se trataran -siendo más optimista, aspiraba un lazo fraterno- pero con un rotundo fracaso en el que, si bien lo intentaron, no hubo esfuerzo mutuo para estrechar la relación.
Y es que la amiga en cuestión también tiene sus razones para corresponder la aprensión de mi cónyuge. Mi pareja tradujo eso como competencia durante la época en que no estaba formalizado ningún compromiso... sin embargo, y aunque admitió que las cosas pudieron cambiar desde entonces, no deja de lado la desconfianza.
En fin... en medio de la mentada plática nocturna, finalmente Tania confesó el origen del veto. La verdad, entre tantas especulaciones mías, ni siquiera me acerqué... fue algo que dije tan sueltamente que ni siquiera recordaba haberlo hecho.
Fue como subir a la azotea en la casa de mis abuelos y hallar, en medio de telarañas, cosas de las que uno dudaba de su existencia.
Ni siquiera puedo, por ética, mencionar la frase...
No obstante, el que prácticamente haya olvidado lo que dije, es muestra de que tengo bien identificados mis sentimientos hacia las dos féminas protagonistas de esta anécdota y se lo resalté a Tania... sin embargo, señaló el hecho de que mis conversaciones con mi amiga le recuerden aquella innombrable frase.
“¿Y tú qué harías en mi lugar?”... no digo que no me importaría. No obstante, si la pizca de duda hubiese subsistido a los años, no me hubiese casado... así de sencillo.
No considero justo guardar un sentimiento que indirectamente indispone a mi pareja. A petición, si de pronto no apruebo una amistad cuya interacción me cause pensamientos nada agradables... antes que llegar a “o tu amigo o yo”, simplemente me alejo de la situación.
Puede sonar duro, pero es así... He tenido tantas frustraciones amorosas con las que aprendí a estar bien en soledad antes que convertirme en protagonista del día a día de una intolerancia a alguien de quien inevitablemente tendré noticias, suceda o no.
Sin embargo, no pretendo tener la razón en esta situación... Solo he dicho lo que yo haría pero no puedo hablar desde el corazón de Tania, donde sin duda el asunto tiene que ser más complejo por su filosofía de vida y el cúmulo de situaciones que formaron su carácter.
Fue una noche larga donde mi esposa se relajó más rápido que yo... no estaba molesto... solo trataba de limpiar el baúl de los recuerdos para volverlo a guardar... y alejando las telerañas tejidas a raíz de la tertulia nocturna.

domingo, 20 de junio de 2010

Sin mala intención



Viene a mi memoria una propaganda televisiva... si hay algo en lo que se esmeraba la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, allá por la década de 1980, era en cuñas donde transmitían buenos mensajes sobre cómo debe desenvolverse una persona, éticamente hablando.
La del niño que comienza diciendo: “Mi papi es el mejor del mundo”; años después: “No sé, últimamente tengo muchos problemas con papá”; luego de un tiempo: “¡Ah! Definitivamente me voy de la casa, el viejo no me entiende”. Posteriormente se casa: “Ahora comienzo entender al viejo”; y llega a ser padre: “Cuánta razón tenías, papá”.
No puedo evitar que se me haga un nudo en la garganta cuando aplico este mensaje a mi relación con mi papá...
Sí, definitivamente, mis padres no nacieron el uno para el otro. En los primeros momentos de fricciones, mi progenitor adoptó medidas que no debió y que causó la ira familiar por parte de algunos Zambrano.
Aquello amenazó con disolver a mi familia, la cual ya involucraba a tres pequeños. Mi padre viajó a Estados Unidos casi como tomando un respiro ante las vicisitudes que se crearon a partir del error de creer que mi madre sería el complemento que buscaba.
Entonces le llegó el rumor de que sus tres últimos hijos serían dispersados en los núcleos familiares de mis tíos Zambrano para ayudar a mi madre. Optó por regresar... de alguna manera, ese instinto que te obliga a responder por lo que procreaste pudo más que las evidentes diferencias con mi madre.
Durante casi dos décadas, no supimos, ninguno de los hermanos, los detalles de esto por lo que la separación era inminente una vez cumplida la mayoría de edad.
En ese lapso, es difícil evaluar mi relación con mi padre... lo que menos me gusta recordar son los castigos por llevar malas notas en los estudios, y peor lo que tuve que adoptar para que dejara de hacerlo.
Otros en mi situación, a lo mejor, en la suma de los hechos ásperos, hubiesen acumulado harto resentimiento... lo digo porque he visto que por menos, algunos se vuelven pandilleros y criminales.
Pero yo no...
Mi padre tuvo algo que a lo mejor muchos lo cuestionen: paciencia. Nunca nos castigó por travesuras. Fue el único, fuera de mi papi Marcos, capaz de llevar a paseo a 12 pequeños, sólo, a diferentes lugares sin que alguno sufra percance.
Si bien he llegado a mantener duras diferencias con él, una vez que aprendí a hacer respetar mi opinión, así mismo he compartido buenos y memorables momentos.
Así como padre e hijo tenemos diferencias bien marcadas en cuanto a la filosofía de vida, hay otras que inevitablemente me recuerdan que por algo llevo su sangre... en el fondo somos casi iguales.
Ahora que soy padre, entiendo más de un precepto paterno que en algún momento cuestioné... A la larga, mi padre, como todo ser humano, tuvo aciertos y errores, y no seré quien los pese porque solo hay un ente que puede hacerlo y no es terrenal.
Después de todo, tuvo razón...

jueves, 17 de junio de 2010

No es tan difícil...



Pensar que una muy querida y recordada maestra universitaria nos preparó prudentemente sobre los bemoles que conlleva la sacrificada, a veces desagradecida, pero siempre enriquecedora labor periodística.
Hay palabras que tienen su precio... lastimosamente, por ese lado, he pecado de derrochador pero con el tiempo aprendí a afinar el instinto para decir lo que se debe sin que ello perjudique a terceros.
No han faltado las ocasiones en las que tuve que defender mi trabajo el cual, aunque le falta mucho para que merezca un Pulitzer, cuenta con mi total empeño para que salga lo mejor posible.
“Con quién te enfrentarás en la siguiente ocasión”, me dijo un amigo que me repasó las veces en las que tuve que aclarar situaciones que acusaban a mis reportes de mediocres y ligeros... no hay por qué enumerar, mucho menos nombrar.
Mi punto flaco es la organización. Estoy trabajando en ello.
Pese a lo conseguido, no dejo de sentir un vacío por la gente que ya no veo o ni siquiera puedo saludar... a todos se los extraña, incluso a una persona que se alejó teniéndome en mal y erróneo concepto debido a malas percepciones que se le transmitió...
En mi trabajo un error recurrente ha sido encariñarme sobremanera con mis compañeros de trabajo. El primer caso fue una superiora, razón por la cual mi salida del aquel equipo fue por demás dolorosa... me juré que no volvería a caer en esa situación...
No obstante, estoy volviendo a pasar por un evento similar... lo triste es que se van de a uno. No me duele reconocerlo porque pude identificar las razones del apego hacia esas personas: su profesionalismo.
Algo de lo que me he jactado es que al momento de ejecutar mi trabajo no busco ejemplos sino referentes. Si me basara en el primer caso no pasaría de ser un imitador; en el segundo, encuentro un filtro a considerar para mejorar mi desempeño.
Y de aquellos referentes tengo varios... entre las mujeres he conocido la sensibilidad más allá del canal mediático; entre los varones, el léxico mordaz pero bien intencionado, por lo menos para quienes se lo merecen.
Es decir, unos cuantos metros más de grava para enterrar varios mitos del comunicador social, aquellos que endulzan las mentes de muchos incautos que pintan paisajes llenos de fama y reconocimiento de la sociedad... felizmente, mi motivo para ejercer esta profesión es distinto al de muchos.
Mi lealtad para quienes se fueron no varía... pero primero está mi lealtad a mi labor y con quienes la han respetado. Después de todo, los ahora extranjeros tienen capacidad suficiente para destacarse.
Por eso también soy un convencido de que el nivel de la problemática de una situación depende de cada quien... y por ello, esto no es tan difícil.

lunes, 7 de junio de 2010

El primer beso de Dalia



Me van a decir que soy un exagerado... que soy un paranoico... que soy celoso... y lo triste es que a lo mejor estén en lo cierto.
Estoy consciente de todas las circunstancias en que se dio el evento y que ninguna de ellas justifica lo que sentí... y sigo sintiendo. Mi pequeña, mi inocente y dulce florecita, le dio por acariciar con sus labios los de otro pequeñín, casi de su edad.
“Te tengo en la mira”, fue lo primero que dije tras lo ocurrido. La frase encerró una mezcla de sarcasmo, broma, soltura, celos más una pizca de seriedad... ¿Y qué más podía hacer? Sencillamente, nada más.
Fue inesperado... pero supongo que tenía que ocurrir algún día, si partimos del hecho de que Dalia es muy sociable y que gusta de regalar saludos a cuanta persona le inspire a hacerlo... es su secreto para cautivar a propios y extraños.
En casa, sale a recibir a todos: mensajeros, repartidores y cualquier peatón... y a todos les arranca una sonrisa... pero hasta el domingo 6 de junio de 2010, cerca de las 18:00, hasta ahí se limitaban las muestras de afecto para otras personas.
Paseando con mi esposa e hija por el Parque Forestal, me encuentro con una antigua amistad que estaba en similar plan de esparcimiento con su pequeño de casi 2 años. La saludé y le presenté a mi familia, tal y como es regular desarrollar un encuentro de esta índole.
Casi al mismo tiempo las madres dijeron a su prole que se saluden... lo más seguro es que el niño también cuente con mucho afecto dentro de su familia porque hizo lo que Dalia... estirar su diminuta boca para saludar... era inevitable.
Por mi parte, ya sabía lo que ocurriría y la escena transcurrió lentamente desde mi mente. El conflicto interno, entre el instinto que desconfía de todo y el consciente que siempre antepone la educación, duró unas centésimas de segundos pero fue tenaz... al final ganó el más ético.
Y pasó... los pequeños juntaron sus labios en un corto e inocente beso. Tras las bromas por el hecho y luego de despedirme de la amiga. Traté de desahogar a mi corazón que inevitablemente se estrujó porque la escena me recordó, una vez más,que mi nena está creciendo... linda y hermosa, y lo más probable es que en el futuro tenga muchos pretendientes.
Imaginar lo que puede venir con el tiempo me dio la pauta para desahogarme. “En el futuro, no podrá venir a decirme que tuvo su primer beso porque yo sabré que no es así”, dije. “Ay, David, deja el drama”, fue la respuesta de Tania... seguramente pudo ver más allá de la frase.
Pero no se puede discutir que fue un evento inédito... en el futuro tendré que aprender a confiar.

miércoles, 2 de junio de 2010

El pequeño de adentro



“Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre, dejé las cosas de niño.” 1 Corintios 13:11
Ese capítulo de las cartas de Pablo, en la Biblia, es como mi emblema. Sin embargo, no viene mal alimentar de vez en cuando a ese pequeño que muchos llevamos dentro... me atrevería a decir que todos pero la verdad no comulgo con el absolutismo.
¿Por qué no? ¿Acaso no debemos convertirnos en un infante cuando se juega con los hijos? ¿Acaso no hacemos bromas un tanto inmaduras para relajarnos? ¿Acaso no abrazamos a nuestros padres con la misma fuerza que cuando eramos pequeños?
No dejamos de ser niños, solo lo dormimos para asumir nuevos retos y responsabilidades y lo despertamos cada vez que queremos olvidar que hay un entorno que nos exige con vehemencia “que nos portemos como adultos”.
Paradójicamente, de niños buscamos ser adultos, ansiamos crecer y dar órdenes, independizarnos... utópico, siempre de algo seremos dependientes. Hasta algunos niños están obligados a hacerse adultos si su condición social así lo ¿exige?
Y puede que hasta que nazcan siendo tales. Tiempo de la anécdota: Me cuenta mi esposa que durante una diligencia en un centro comercial, Dalia había armado una pequeña figura con bloques la cual fue derribada por una niña. Mi pequeña hizo un gesto de furia contenida... pero no lloró. Sin embargo fue hasta la desconocida y la abrazó para luego, y al mejor estilo de la lucha libre, la derribó.
“Sigue nomás dejándola ver tus programas y juegos de Play”, me dijo Tania. Habrá que guiarla, desde luego, pero a mi parecer actuó en defensa propia.
Hay un tiempo en que no miden las consecuencias de sus acciones pero saben por qué lo hacen... se habla por experiencia, desde luego. Hasta cierto punto se extraña esa impunidad.
No es válido asesinar al infante interior y menos a punta de materialismo. Son nuestras bases, todo lo que se aprende en esta edad de alguna manera nos invita a la reflexión de los valores inculcados -sea por la vía que sea-.
Después de todo, es una herramienta útil para poder entender a las nuevas generaciones y transmitir lo bueno que conocemos.

lunes, 17 de mayo de 2010

El miedo no justifica los medios



Un día de compras con la familia. Esos sábados que se aprovechan para desconectarse de la casa y olvidarse por unas cuantas horas que hay obligaciones que cumplir en el hogar y trabajo.
Tratando de dar alcance a mi hija -quien a su año y medio de edad es muy impetuosa- en un centro comercial, me topo con una pequeña llorando y su madre. Dalia se queda viendo la escena, mientras yo escuchaba lo que la madre decía.
“Mira cómo la nena se te queda viendo porque lloras, y ella, más pequeña, no llora”.
Inevitablemente me acordé de una tira de Mafalda, en esa que la protagonista se topa con una escena similar a la mía y oyendo de un adulto casi la misma frase que escuché, más una conclusión: “Va a pensar que sos un llorón, ¿no es cierto, nena?”
“¡NO!”, la respuesta de Mafalda, “por suerte la nena tiene conciencia gremial”.
Qué ganas de responder a la desconocida que le hacía esa comparación a su hija.
Al día siguiente, una nueva píldora sobre cómo “educar” a los hijos. “Si no entienden, hay que pegarles”...
Desde mi propia situación, viví en más de una ocasión eso de las comparaciones y la violencia física. ¿Estos métodos han tenido relevancia en lo que he conseguido hasta ahora como esposo, padre o periodista?
¡NO!... Por suerte el esposo, padre y periodista tiene sensibilidad.
Por el contrario, no creo que los castigos por las malas calificaciones hayan cumplido su cometido. Si así hubiese sido, no habría existido la necesidad de repetirlo cada tres meses durante casi diez años.
Peor las comparaciones... como si todos tuviésemos la misma idiosincrasia, las mismas responsabilidades, los mismos talentos.
Hay mejores maneras de apelar y motivar la disciplina. No diré cuáles, no tengo intenciones de convertirme en baluarte de la paternidad. Mis métodos, como muchos, son susceptibles de mejora.
Sin embargo, dentro de lo citado, no creo en la violencia, física o verbal, como alternativa eficaz dentro de la tarea de impartir disciplina... o de demostrar “quién manda”.
Mi papi Marcos no tuvo necesidad de golpes o comparaciones para obtener respeto, por lo que creo en el poder de la palabra. Todos sus hijos son personas que se han superado en muchos aspectos.
¿Qué otros elementos se debe usar con los hijos? La respuesta es individualmente familiar. En el caso de mi abuelo materno, cuales hayan sido, el fin justificó los medios...
Y no los miedos.

domingo, 9 de mayo de 2010

Más alla del parto



¿Cuál sería el recuerdo más remoto que tengo de mi madre? Uno trágico, lamentablemente. Tendría cuatro años cuando se nos ocurrió, a mi hermano mayor y a mí, que jugar por el pasamanos del condominio donde crecimos era buena idea. Mi caída desde el segundo piso dejó a claras que no lo fue.
Por mucho tiempo soñé con esa caída... lo que rememoro después es que estaba en el hospital... y mi madre estaba allí.
Debo reconocer que no le hice fácil la tarea de criarme. Conmigo, dice ella, no tuvo dolores durante el parto. De hecho nací tan rápido que las enfermeras desearon que todos los alumbramientos fuesen como el mío... los dolores para mi madre, vinieron después.
Eso de la caída fue apenas un aperitivo -solo en cuanto a esas situaciones se refiere he contabilizado 3, la última a mis 20 años-. Los mayores dolores de cabeza se los di, durante mi infancia y adolescencia, por los estudios. Aunque el hecho de que entré a la escuela sabiendo leer le hizo intuir que tenía un coeficiente como pocos, fue precisamente ello lo que provocaba mi distracción durante clases.
Pese a eso, durante el sexto grado, me propuse revertir la situación por lo menos para salvar el promedio de primaria. Tengo presente la noche en que mi mamá llegó a la casa, con mi libreta de calificaciones en su mano, directo a darme un abrazo, con una enorme sonrisa, por las excelentes noticias que tenía entre sus dedos.
Si solo lo hubiera tomado como inspiración en la secundaria... de todas maneras algo se arrastró desde la escuela.
Pese a eso, mi mamá defendía ante todos que era inteligente. “Solo es vago para escribir”, decía. Pensar que con la escritura me gano ahora el pan de cada día.
Sus palabras a mi favor llegaron hasta el colegio donde estudié. Mi única riña en esos patios de secundaria, la provocó un buscapleitos que se metió con mi madre... nadie lo hace sin recibir una respuesta.
Durante la audiencia de los representantes de los involucrados, la otra progenitora aseguró que yo era el que seguramente provocó al otro. Mi madre solo tuvo que repasar cuándo, en los años de estudio, había tenido problemas de conducta -de hecho hasta diploma recibí por ello-. Al final la sanción fue para dos.
Después, hice cosas que sencillamente siento vergüenza en repasar. Todos en mi familia las conocen... una que otra amistad también. Pese a todo ello, mi mamá salió en mi defensa siempre...
“Mi hijo es periodista y trabaja en El Telégrafo”... Dice ahora hinchando el pecho frente a sus amigas y les ha asegurado incluso que llegué a editor. Le he dicho que hacerse cargo temporalmente de las páginas no me da esa atribución... pero igual lo hace.
Fue por el único que lloró cuando decidí abandonar el nido hace casi 3 años. Así me lo dijo antes de derramar lágrimas... llegó incluso a pedirme que viviera con ella y mi esposa.
Después, me convertí en su consejero. No todas las lágrimas fueron por mí -con buena o mala razón- y me halaga que me busque para ello.
Oficialmente desconozco lo que piensa sobre sus hijos -aunque cada uno lo intuye a su manera-. Cada uno le ha dado, en su medida, tanto satisfacciones como decepciones.
Pero lo que me quede de mis días no me alcanzará para mitigar tantos dolores y lágrimas.

domingo, 25 de abril de 2010

En mis 33...



Edad mística... según mi esposa. Especial, bíblica... los años que tenía Jesucristo cuando inició su ministerio. “Ojalá no te crucifiquen”, dijo por ahí un buen amigo, coqueteando con la herejía.
Sin ánimos de parecer más... así también lo espero.
Tania, asumiendo el rol de su carrera, me propuso que en medio de la reunión por el aniversario de mi nacimiento se me hiciera una entrevista.
“¿Y tú qué me preguntarías?”, le dije. “¿Cómo definirías estos 33 años?”, me contestó.
La respuesta fue compleja... tal y como mi vida.
A la mitad de los años que tengo (casi 17), no tenía siquiera la más remota idea de qué hacer con mi vida. Mi madre quería que fuese médico, mi papá abogado... opté por huir del futuro, de las responsabilidades.
Me negué a crecer... así de cobarde era.
Perdí tres años de secundaria tratando de hallar algo que me satisfaga... un indicio que me demostrara por qué estaba equivocado. A mí las cosas me gustan con pruebas, aún cuando del llamado de mi conciencia se trata.
No puedo decir que la respuesta llegó tarde... las cosas suceden por algo. Me convertí en bachiller de Ciencias Sociales a mis 20 años. Las asignaturas correspondientes a la especialización lograron aclarar mis expectativas sobre mi rol en la sociedad: Tenía que seguir una carrera que me permitiera defender intereses comunitarios.
Abogado o periodista... una de dos.
Solo entonces -con el panorama fijo- decidí lanzarme en búsqueda de quien tuviera la paciencia para tratar con un perfecto susceptible, dócil y alegre, con el mal hábito del ánimo caído tras un día pesado.
Para entonces había pasado por mi primera y única relación sentimental. Con solamente dos canciones dedicadas a alguna persona en especial. En mi situación, eso de las melodías con nombre de mujer tienen también un sabor bíblico: tuvieron que pasar 7 de ellas antes de conocer a mi esposa.
En los siguientes años entré de lleno a la socialización. Lo que no había hecho en casi dos décadas de vida... antes del cambio de siglo, pocas eran las personas a las que podía llamar amigo -incluso en este grupo había quienes mantenían el lazo a la distancia-.
Para cuando cumplí 26 años (2003) ya tenía el norte que no quería ver en 1993. Luego de un fallido intento en seguir el oficio de mi padre, opté por la carrera de comunicador social. Coincidentemente, fue cuando conocí a la madre de mi hija.
Pasaron casi 10 años.¡Una década!
Insisto, si mal fue un largo trámite para escoger un camino, tuvo su razón de ser. Después de todo, tengo un familia hermosa, amigos leales, y compañeros de trabajo que sacan lo mejor de sí... y de mí.
Ahora, como dice una canción, estoy sentado frente al sol sin nada que ocultar. Se presentan cambios, retos y nuevas obligaciones. A la mitad de mis 33 hubiese tenido hasta miedo de enfrentar lo que ahora... ya es distinto y el miedo lo dejo para aquellos que creen que lo tengo.
Mi abuelo suele decir que todo tiene solución, excepto la muerte. Yo corrijo ello, hasta la muerte tiene solución porque el alma comienza a vivir de nuevo. En mis 33, he comenzado el ascenso a otros niveles como persona.
“Trascendentales”, he ahí la respuesta a la pregunta de mi esposa... y tengo a los seres queridos que respaldan la respuesta.

lunes, 8 de marzo de 2010

Amor de mujer


Dalia Isabel Castro Ascencio, nacida un 30 de septiembre de 1924. La mayor parte de su vida, antes de los 25 años, la desarrolló en Guayaquil, donde nació. Su vocación de docente la llevó hasta la parroquia La Libertad, en el cantón Salinas, donde conoció a su esposo, Marcos Raúl Zambrano Pinoargote, con quien contrajo matrimonio en 1951.
Sería en la península de Santa Elena donde pasó el resto de su vida. Formó una familia compuesta de cuatro hijos: Marina de Lourdes (1951), Ketty Cecilia (1952), Marcos Raúl (1955) y Noralma Elizabeth (1960).
Yo la conocí en 1977... soy el segundo de sus nietos.
Anécdotas, tengo muchas, unas más sencillas de asimilar que otras. Mi mami Chabela -como la llamamos sus 12 nietos- fue siempre una persona rigorista y exigente. Su manera de llevar la disciplina hacía que muchos se sintieran anarquistas.
Yo no pude... más claro, no quise llevarle muy seguido el paso. Soy por naturaleza una persona muy descomplicada, detesto los cambios bruscos -de hecho, les tengo fobia-, y no me gusta las frases intransigentes... Mi mami Chabela hacía uso de este último recurso para dar órdenes... con una frecuencia que no me gustó.
De niño y adolescente no sintonicé muy bien con ella... o por lo menos de eso estaba seguro. Desde la tortura de comer yuca y aguacate (cosas que ya aprendí a comer) hasta las tareas difíciles en época de vacaciones... Estas situaciones me hacían creer y pensar sobre la probable existencia de fijaciones, de la cual alguien pudo aprovecharse.
Tanto así que, tras un insuficiente desempeño académico en el colegio San Agustín, y con matrícula condicionada, rechacé la oportunidad de terminar mis estudios bajo su tutela... tras 9 meses y a las puertas de la incorporación como bachiller, me alejé de ellos con la soberbia propia de un oscurantista.
Le siguieron dos años de fracaso en otros planteles... a pesar de todo -y de opiniones familiares-, mis abuelos decidieron darme otra oportunidad. En esta ocasión, supe aprovechar.
Por primera vez, sentí un nexo con mi mami Chabela. Ese que me hacía entender que algo tenemos en común... soy exigente con muchas cosas, y no tengo reparos para decir verdades en la cara aunque duelan. Desde ahí, mi relación con ella me permitió ver todas sus cualidades... y lo equivocado que estaba sobre sus defectos.
Posterior a mi graduación, también descubrí mi lazo con lo social. Para mi abuela, desde pequeño era el “diputado”, el “abogado de los pobres”. Apelativos dichos con cariño -por lo menos cuando yo no daba motivo para imputaciones- porque desde siempre me gustó estar por delante de quienes no podían expresar sus ideas con claridad. Tengo facilidad de palabra... y ella lo sabía.
Lo que mi mami Chabela no conocía era mi afición por la escritura. En la navidad de 2002 -cuando aún no sabía cual carrera seguir-, ella estaba muy enferma y decidí preparar un emotivo discurso exaltando el amor familiar. Su nombre no podía faltar.
“¿De dónde copió David ese discurso?”, preguntó ella a mi madre. “De ninguna parte, yo vi cuando él lo escribía”, respondió mi progenitora. No la culpo por preguntar eso... nunca mostré esa vocación durante los doce años de educación. Yo era “el que no le gustaba escribir”.
En la primera semana de enero de 2003, en La Libertad, la familia recibía la noticia del desahucio.
Y ni siquiera tuve la oportunidad de despedirme... una prima y yo tuvimos que ir a Guayaquil por unas cosas que se necesitaban. No queríamos... como presintiendo el inevitable desenlace del 9 de enero de aquel año.
En la misma noche del velorio, ella se apareció en mis sueños. Sus nietos estábamos en edades infantiles. Para mí, representó el adiós.
Hice la promesa de ponerle el nombre de Dalia a mi primera hija. Nunca gustó que la llamasen por ese nombre... siempre Isabel... Chabela.
No entendía por qué, Dalia me parece un nombre hermoso. Mi tío Marcos sugirió Isabela como segundo nombre de mi hija. Muy disimulado, por una letra mi hija no se llama igual que su bisabuela.
Y si fuera cierto que los nombres familiares transmiten el espíritu, nada me haría sentir más orgulloso.
No hace mucho pasé por momentos difíciles y decidí resolverlos solo, sin ayuda de nadie. Sin embargo, llegó un lapso en el que sentí que mis fuerzas me abandonaban... estaba listo para dimitir.
Entonces volví a soñar con ella. Sus palabras fueron claras: “Estoy segura que yo no crié a inútiles y débiles”...
Fue como regresar en el tiempo. Una frase de ella cambia los ánimos, igual que su esposo.
En aquel oscurantismo de mi vida, estaba seguro que ella no era capaz de ver mis talentos, mis límites. Cuando estrechamos lazos, todo cambió.
Incluso reconoció mis tareas delante de otros familiares. “Siéntate, David. Ya es hora de que tus primos hagan algo”, dijo al ponerme de pie cuando ella preguntaba por alguien que haga una tarea. Eso ocurrió en 2002...
Unos cuantos minutos hubiesen bastado para decirle lo que pensaba de ella... Ponerle su nombre a mi hija representa un aliciente.
Esa frase en mis sueños... esa manera de tratarme... y se fue sin conocer de mis otras aptitudes.
Cada paso que dé en mi paternidad, deberá ser bajo la inspiración de su amor.

martes, 23 de febrero de 2010

Son estos celos que me matan...



Y pensar que mi flaca lo predijo. “Ya te he de ver, Guerrero”, suele decir cuando le aseguro algo de mi proceder, contrario a su intuición, conocimiento o lo que sea que me vuelve transparente a sus ojos.
En mi vida, jamás y repito con plena convicción: Jamás había sentido celos por ninguna mujer hasta el día en que, en un viaje en buseta, un tipo miró de manera morbosa a mi madre. La mirada que yo puse en ese momento invitaba cualquier cosa menos a la cordialidad.
De eso, muchos años han pasado. En ese lapso, nadie del bando femenino me dio motivo para sentir celos. Incluso exhorto a Tania a que use bikini, el cual nunca usó en su vida hasta que le conseguí uno. Es motivo de orgullo, estar a lado de una mujer con un lindo cuerpo y que amanece conmigo cada día... y las miradas que pueda generar me importan lo mismo que un comino.
Entonces nació Dalia, ese pedacito de mi corazón que rehace mi día con un abrazo o una sonrisa. “Si no he sido celoso contigo, ¿por qué tendría que serlo con ella?”, le dije un día a Tania.
“Ya te he de ver, Guerrero”.
Tiene un año y casi tres meses de vida y dondequiera que está arranca sonrisas y ternuras de quienes la ven, propios y extraños. Se ha metido en el bolsillo a más de la mitad de mi familia y casi toda por el lado de Tania. “Ese es tu legado”, me ha dicho Tania... no me lo creo.
Tuve que escuchar la canción de José Luis Perales, “Y cómo es él”, para transportarme por un momento al futuro lejano y palpar lo que sentiría cuando llegue el día en que mi florecita busque otro jardín.
Dalia me miraba fijamente, en ese momento.
Mis ojos no pudieron contenerse... la sola idea de que en algún momento mi pequeña haga un espacio más en su corazón para “alguien” me partió el alma.
Sí... lo sé... será algo normal que desee compartir su corazoncito en algún momento... pero duele.
No me recuperaba del sentimental momento y me invitaron a salir a un centro comercial con mi familia. En el lugar, un pequeño de tres años quiso buscar conversación con Dalia. Obvio que ella no pudo responder pues no articula frases todavía... pero contestó con una sonrisa sonora... y bien sonada.
“No puede ser”, me dije, “y el pequeñín tenía que ser sociable”. Era alguien apenas sí sabe hablar... y sentí celos.
Veo la situación de lejos ahora y no puedo sentirme menos que un ridículo. ¿Cómo sentir celos de una criatura que apenas sabe hablar? Pero así fue... y si así me pongo ahora, cómo será después.
Mi pequeña es especial y su carisma es como pocos. El futuro es prometedor... y yo estaré ahí. Celoso de quien la pretenda y seguramente nadie me parecerá suficiente para ella... pero así mismo deberé confiar en su elección.
Yo participo de las bases de su porvenir y si confío en ellas, tendré que hacerlo en el futuro... sin importar que los celos me maten.

miércoles, 6 de enero de 2010

La creación del universo



Me gusta la ventaja de registrar los hechos. Además de que queda el respaldo de un momento, está la posibilidad de hacer trabajar a la conciencia por lo escrito. No publico todo lo que escribo... hay cosas que son preferibles dejarlas solo en un documento digital.
¿Cuáles? Las que representan la voz inmisericorde del orgullo herido. He aquí donde se gestan pensamientos que, normalmente, no van con mi proceder diario. Fuertes, pero pasajeros. Hay que mirarlos de frente para no darles la oportunidad de agazaparse y, en el futuro, aparecer sin aviso amenazando destruir la estabilidad conseguida.
Es mi universo, concebido bajo la teoría del Bing Bang. Lo que parecía insignificante, -pues así me importaba durante buena parte de mi vida- se transformó en algo que, a pesar de su considerable tamaño, todavía no termina de crecer.
Miro hacia atrás y hasta asusta un poco cuánto ha cambiado. Lo triste es que he necesitado de otros factores además de mi voluntad. Felizmente no vivo de la fe ajena. Sin embargo, he requerido de constantes insinuaciones de otras personas para dar un golpe de timón a varias de mis actitudes.
Puedo aturdirme fácilmente en situaciones adversas o si algo me molesta. Admito que paulatinamente he creado defensas cada vez más altas pero es justamente su alto tamaño lo que provoca que, en una ocasión de mayor impacto, hace que el momento de enfrentarlo sea muy duro.
Santa nostalgia... Esos roces con el pasado, a través de personas que de alguna manera dejaron huella, nos colocan en medio de ecos. La pregunta o moraleja depende de cada quien.
Lo que fue dejó de ser, para alivio de mi conciencia... aunque algunas cosas cambian hay otras que se empeñan en lanzar coquetas miradas de “¿y si pasara?”... no tengo planes de que sea así.
Tengo mi universo equilibrado... difícil la tarea de mantenerlo así. Más de una píldora de Hollywood ha planteado una realidad alterna donde el protagonista no existe. ¿A quienes realmente afectaría la presencia de cada uno de nosotros?
No sé si basta con la huella que se deja. La marca no siempre equivale a una lección.